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Columna
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Carro

"DESBORDAR LA economía de la creación, agrandar la sangre de los gestos, deber de toda luz". Este verso, fechado en 1938, está incluido en la argumentación del poema titulado 'El ante-mundo', la primera aurora del escritor René Char (1907-1988), consignada en ese libro inolvidable desde su mismo título, Furor y misterio. Casi medio siglo después, el protagonista de su otro libro Aromas cazadores es Orión, hermoso y gigantesco cazador, que, cegado, buscó la perdida luz camino al Oriente, aupando sobre sus hombros a Cedalión, que le prestó su mirada. Lo representó el último Poussin en un cuadro estremecedor, titulado Paisaje con Orión ciego (1658), donde le vemos avanzar con determinación en pos de un sol que se oculta entre las nubes, como quien atraviesa un paisaje de resplandor invisible. ¡Casi cincuenta años, toda una vida, para encontrar la oscuridad! Pero, como subrayó el poeta, a lomos de la leyenda, "sucede a veces que acciones ligeras se despliegan en advenimientos inauditos. ¿De qué vale la inepta ley de las series, comparada con esta crecida nocturna?".

Le debemos a Jorge Reichmann una nueva versión castellana, en una muy cuidada edición bilingüe, de la obra de Char, publicada con el título de Poesía esencial. Furor y misterio. Los matinales. Aromas cazadores (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), cuya lectura nos adentra precisamente en el lado oscuro de la luz, en la trayectoria que lleva desde la lucidez, "la herida más cercana al sol", hasta el gravoso morral de Orión, con su descompensada carga, que es, simultáneamente, "la tromba del sufrimiento, el hatillo de la esperanza".

El término francés "char" en castellano es "carro", y, desde luego, qué difícil resulta encontrar un nombre más adecuado para un poeta que se ganó la mayúscula. Desde el punto de vista simbólico, el carro se asocia con el curso solar, pero los dos carros estelares propiamente dichos son los de la Osa Mayor y la Osa Menor, constelaciones polares, y, por ello, centrales e inmóviles. El carro de Char, sin embargo, baja de los cielos y atraviesa el paisaje trágico, porque "un meteoro humano tiene por miel a la tierra". El carro de Char es, como el de Elías, un torbellino de fuego, pero que, descendente rayo, repta a ras de suelo, serpenteando entre una ardiente maleza y dejando tras de sí un rastro de cenizas, cual Orión, antes de transfigurarse en su definitivo destino de estrella.

Hay mucho que aprender precisamente hoy de René Char, poeta que supo conservar la pureza entre las sombras del siglo XX. He aquí su admonición: "Fracaso de la filosofía y del arte trágico, fracaso que sólo beneficia a la ciencia-ficción, la ejecutora, la pordiosera con su cacerola, convertida, con sus rostros homicidas y sus travestidos, en barquera de nuestra vida hibridada, asunto trivial". No en balde el carro de Char estaba espoleado por el furor y el misterio, la llama del verbo poético, el ascua que enciende la vida.

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