La cosa demócrata
Oía a Rajoy en el Congreso; y pensaba en mí. ¿Seré yo demócrata? Alguien me ayudó en la reflexión. Alguien no entendía por qué habían retirado la estatua de Franco en Madrid; contesté que yo tampoco, porque lo razonable no es quitar símbolos sino quitar, por ejemplo, a Fraga Iribarne, tan franquista, de un puesto democrático; y se me respondió que yo no soy demócrata, puesto que Fraga ha sido elegido por amplia mayoría. Es verdad, no debo ser demócrata. Si yo fuera poder demócrata, no permitiría que nadie hablara en el Congreso en ese tono. No digo que no critique, que no acepte la gobernación de Zapatero, sino que no le insulte. Pero un demócrata aguanta y se calla. Yo mismo recibo insultos peores en letra impresa, mentiras sobre mi vida y mi realidad, y me callo. ¿Seré un demócrata? No, porque lo mío es desprecio, desgana ante los fastidiosos y petulantes seres. Y un demócrata no puede despreciar a sus oponentes. No, no debo serlo: Bush dirige el país que se ha hecho con la definición de la democracia, y yo no le admito en mi mundo ético. Ni a Berlusconi, ni a Blair. Aquí, no admito a Aznar, a Rajoy y a sus mesnaderos; y cuando les oía insultar y agitarse en sus escaños pensaba que si yo fuese un poder democrático no lo toleraría. Pero los diputados tienen inmunidad, y esa defensa brava es democrática: se inventó para que los representantes del pueblo estudiaran resguardados del arbitrio del poder. Los partidos se crearon para que entre todos los mantenedores de una misma ideología pudieran enfrentarse con los ricos hombres. Ya no son eso los partidos; ya viven y laboran del presupuesto, y a mí me parece mal. Si no me gustan los partidos, es que no soy demócrata. O será que soy antiguo. No, no lo creo, decía para mí mismo escuchando al montaraz y bravío Rajoy, que aun así no deja de ser melifluo: todos tenemos maneras que no conseguimos perder. Yo no consigo perder las maneras democráticas, Rajoy no pierde las suyas aunque el texto parezca de asperón y estropajo: suena al sector feroz de su partido.
No, no debo ser demócrata. Si debo aceptar a Fraga porque lo elige su pueblo, pero no debo aceptar a Zapatero porque lo elige también el pueblo, lo que soy es un liante. O un liado. Qué lata, qué lata íntima.
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