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Crónica:FÚTBOL | Vuelta de las semifinales de la Copa del Rey
Crónica
Texto informativo con interpretación

Osasuna retrata a un Atlético desastroso

El equipo de Ferrando entierra su temporada tras ser eliminado por el club navarro, que jugará su primera final

Al Atlético sólo le faltó saltar al césped con un lazo negro cosido al pecho en señal de duelo por la temporada. Osasuna jugará su primera final de Copa. El Atlético no estará en su decimoctava. Tampoco en ninguna competición europea el año próximo. Perderá dinero, casi 12 millones de euros. Pero, sobre todo, prestigio. Ya no le queda casi nada. Fútbol no tiene; resultados, tampoco. La afición, célebre por su paciencia, envolvió el Calderón de pitos a un nivel de decibelios inaudito y gritos contra su presidente, Enrique Cerezo. No fue un entierro tranquilo. La temporada está muerta para un Atlético que jugó, otro más, un encuentro desastroso.

César Ferrando decidió meter todos sus jugadores en un cubilete y lanzarlos sobre el césped con un criterio, al menos, extraño. La condición que impuso a sus piezas es que el grueso de las fuerzas se ubicase en alguna parte de la zona ancha. Ferrando quería control y superioridad en el medio porque pensaba que eso sería bueno para amansar a la pelota, que es muy díscola y nunca se porta como debe en los pies de los jugadores rojiblancos. También quiso meter a tres centrales -los habituales Perea y Pablo, más García Calvo de libre- porque Webó y Morales son altos y peligrosos, gente hábil a la hora de cazar del cielo la pelota con la cabeza.

ATLÉTICO 0 - OSASUNA 0

Atlético: Leo Franco; Pablo, García Calvo (Aguilera, m. 70), Perea; Velasco, Luccin, Colsa, Antonio López; Ibagaza, Núñez (Salva, m. 45); y Torres.

Osasuna: Elía; Expósito, Cruchaga, Josetxo, Clavero; Valdo, Pablo García, Puñal, Delporte (Moha, m. 77); Webo (Muñoz, m. 66) y Morales (Milosevic, m. 81).

Árbitro: Medina Cantalejo. Amonestó a Morales, Luccin, Cruchaga, Webo, Antonio López, Pablo García, Clavero, Ibagaza, Muñoz y Elía.

Unos 50.000 espectadores en el estadio Vicente Calderón.

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Así, el preparador del equipo madrileño situó dos medio centros, digamos, de corte pesado, como son Luccin y Colsa, dos carrileros adosados a sus costados y, por delante, dos mediapuntas flotantes: Núñez e Ibagaza. Un dibujo inusual y asimétrico con el propósito de, por fin, tener un poco la pelota. No tuvo éxito hasta que Osasuna se asustó de la cantidad de metros que dejaba entre Elía, su portero y los dos centrales, casi en el medio campo.

Osasuna arrinconó al Atlético en su área durante la primera hora con la sencilla estrategia de atosigar a sus centrales y obligarles a quitarse la pelota de encima de cualquier manera. Torres, que generalmente cumple pena de aislamiento, fue confinado en una mazmorra aún más oscura e incomunicada de lo habitual. Ibagaza parecía un espontáneo lanzado al terreno de juego sin ningún propósito concreto. Y Osasuna, que tenía un gol de ventaja, a lo suyo. A defender y a lanzar largos balones a Morales y Webó, que realmente son muy grandes.

Resulta que Richard Núñez, el polivalente Núñez, el refuerzo anónimo que no importaba que se marchase a Uruguay entre semana, fue el mejor jugador del Atlético. Núñez, del que nadie sabe muy bien de qué juega, ni cómo llegó, fue el único que trató de poner distancia en la batalla y urdir ideas con la pelota para acercarla al área contraria. La mejor ocasión rojiblanca, por ejemplo, fue suya. Un pelotazo largo de Pablo sobre el que resbaló Cruchaga y dejó al uruguayo frente a Elía y dos metros de terreno entre ambos. Núñez pegó blando al balón. Como premio, fue sustituido en el segundo periodo por Salva. En vista de que el balón no se detenía jamás en el centro del campo, Ferrando estimó que para la noble tarea de pelearse con un enjambre de centrales por un balón caído de los nubes era más apropiado Salva que el pequeño, además de polivalente, Núñez.

El Atlético fue ganando metros por cuestiones más cercanas a lo anímico, a la danza tribal de la grada, a la vergüenza propia, que a ningún asunto propio de la pizarra, de estrategia o de elemental comprensión del juego. El partido para entonces ya era un intercambio de golpes. Pero literal. No es que el encuentro fuera de ida y vuelta. No. Es que los jugadores de ambos equipos tenían en el cerebro un punto de mira con la pierna del adversario en el centro. Es que hicieron una falta cada dos minutos. Además de encararse en guerrillas subterráneas de intimidación y perderse en desafíos, miradas, empujones y medición mutua de osamentas craneales.

Osasuna, moderadamente agobiado durante el segundo tiempo, tuvo una gran ocasión por una caída bastante absurda de García Calvo mientras peleaba con Webó. El camerunés se quedó solo pero prefirió centrar atrás. Precisamente, García Calvo abandonó el campo por Aguilera cuando Ferrando quiso volver a plasmar en el césped su dibujo habitual.

Con el fútbol como un tema secundario, casi inapropiado, los dos equipos respetaron sus respectivos papeles: el Atlético atacaba sin el menor criterio, pero sin descanso; y el Osasuna se defendía con muchos jugadores y contragolpeaba si la ocasión era propicia. En esa fase, que ocupó los últimos veinte minutos, los rojiblancos tuvieron bastantes ocasiones. Oportunidades confusas, de esas que surgen del empuje, del rebote, del tiro lejano, del balón parado, del mucho agobio al contrario y el poco pensar propio.

Los jugadores de Osasuna se abrazan tras su clasificación para la final, mientras al fondo se retiran Pablo y Antonio López.
Los jugadores de Osasuna se abrazan tras su clasificación para la final, mientras al fondo se retiran Pablo y Antonio López.REUTERS

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