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Columna
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El vacío

José Luis Ferris

Encuentro cada día más compleja la tarea de vivir, al menos la de vivir de modo sano y con cierta expectativa de alcanzar la vejez. Primero fue lo de dejar de fumar tras una larga trayectoria ligada a ese compañero de angustias y alegrías, de noches canallas y amaneceres junto a un flexo acabando una columna como ésta o el endiablado capítulo de un libro. Hablo de dejar de fumar con todo el vacío que arrastra una decisión así y de repente, maldita sea, engordar con una progresión irrefrenable que, según las últimas cifras del Instituto Municipal de Investigaciones Médicas Hospital del Mar de Barcelona, reduce en los hombres hasta el 38% los beneficios en el funcionamiento pulmonar derivados de haber dejado el cigarrillo. O sea, que sale uno de Guatemala y se mete en Guatequéquieresquetediga, tú mismo. Un paradójico círculo vicioso, vaya, en el que, en contra de lo que su propio nombre indica, no está permitido echarse al vicio. Porque, vamos a ver, meterse en 6 o en 7 kilos de sobrepeso en poco más de tres meses puede deprimir a cualquiera, pero si además no tienes ya pitillo que valga para quemar el disgusto y al golpe moral de la báscula le sumas la ansiedad que aún te moja la oreja cada vez que te encierras frente al papel en blanco (es decir, todos los días), la cosa está que arde, pero que arde, arde.

Ser un tipo ejemplar y acariciar la esperanza de vivir más años está bien, pero cuando hace unos meses decidí fría e irrevocablemente dejar de fumar no pensaba que la medida traería consigo un inmediato régimen alimenticio, un severo control médico y la inscripción a un gimnasio para correr media hora diaria, pedalear quince minutos y, de paso, nadar un poco y hacer algo de piernas, brazos, espalda, pecho, ya saben. Antes, cuando me jugaba la vida entre calada y calada, el tiempo era más mío. Ahora que respiro mejor, me doy cuenta también de que el precio es más alto del calculado. Claro que siempre puede uno dejar de escribir y solicitar un empleo en el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia. Hasta ayer no admitían fumadores y eso es una ventaja o un modo de incentivar nuestra lucha diaria con el vacío y el sobrepeso.

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