Vicente Pérez Moreda ingresa en la Academia de la Historia
La historia del lento y silencioso holocausto de varios millones de niños abandonados en los últimos casi cinco siglos de nuestra historia fue el tema tratado ayer por Vicente Pérez Moreda en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia titulado La infancia abandonada en España. (Siglos XVI-XX). Según el nuevo académico, que tuvo unas emotivas palabras de recuerdo para Felipe Ruiz, cuya vacante ocupa, el sacrificio de los expósitos no fue del todo estéril, ya que la lucha contra la mortalidad de menores no se habría alcanzado si no se hubiera contado con la experiencia médica y asistencial que proporcionó el tratamiento de los niños abandonados.
La historia de estos niños, sin cuyo sacrificio probablemente tampoco se habrían alcanzado los niveles de bienestar que hoy disfruta buena parte de la población infantil, es uno de los grandes capítulos de la historia de la marginación. Pérez Moreda repasó las iniciativas en favor de las infancia que se impulsaron durante la segunda mitad del siglo XVIII. Casas de misericordia o instituciones de concepción similar surgieron por muchas ciudades españolas, contabilizándose a finales del siglo XVIII unas 70 o 75 inclusas.
Rechazo a la infancia
"El horrible espectáculo del rechazo indolente de muchas criaturas, el conocimiento de la eliminación de otras mediante prácticas, aún muy comunes, de infanticidio y las noticias cada vez más frecuentes sobre el mal funcionamiento de las antiguas inclusas se convirtieron en estímulos directos del impulso filantrópico y asistencial" durante la época ilustrada. Punto importante fue la legislación de Godoy que despenalizó el abandono, estableció el secreto del torno y trató de aliviar la condición jurídica y social del expósito. Hasta mediados del XVIII el número de expósitos no había avanzado mucho, pero, a partir de entonces, las curvas de ingresos crecieron continuamente, acelerándose a finales de la centuria. La oferta institucional de establecimientos de auxilio provocó un aumento aún mayor en su demanda, amparada por la garantía del anonimato, "una oleada de niños abandonados inundaron las casas de expósitos a un ritmo incontrolable".
Los expósitos eran "hijos de la pobreza y de la vergüenza" y, en no pocas ocasiones, de ambas situaciones a la vez. La infamia, el vicio o la deshonra pudieron ser factores dominantes en los siglos XVI y XVII, pero a finales del XVIII se aceptaron en las inclusas a huérfanos e hijos de madres indigentes. El ingreso cada vez mayor de "legítimos de padres pobres" se explica, afirmó, porque "el siglo XVIII, con todo el esplendor de las Luces, fue, en su segunda mitad, de empobrecimiento para buena parte de la población, de agudas crisis agrarias: "El siglo del hambre por antonomasia". Muchos de los abandonos "se sitúan más cerca del infanticidio que del abandono institucional".
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