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Columna
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Catolicismo

La tienda de periódicos cerrará el domingo a las diez y media de la mañana por primera comunión. La evolución de España puede seguirse en la moda del traje de neocomulgante. Hubo en los años 70 un aviso de ola progresista, y las niñas se vestían humildemente de monjas, y los niños llevaban, en sustitución del uniforme militar de almirante o marinero, chaqueta azul y pantalón claro. Ahora las niñas han vuelto al tul nupcial y los niños se ponen un civil conjunto de pantalón y americana, pero con cierto aire marino-militaresco. En un colegio del Opus Dei los niños, sólo niños, lucen el elegante y deportivo blazer de los años 70, con pantalón gris. El color predominante en las señoras de la familia es el verde manzana. Estoy en Málaga y sus alrededores.

Pesa mucho la Iglesia católica en nuestra vida y nuestra muerte. Quiere tener aún más influencia, y es normal. "Al que tiene, se le dará", dice el Evangelio, y a eso aspira el que tiene. En contra de lo que piensan la mayoría de mis amigos, veo natural que la Iglesia se meta en los asuntos del Estado. La Iglesia católica es la congregación de los fieles cristianos regida por el Papa como vicario de Cristo en la Tierra, y tiene leyes y dogmas muy particulares, que comparten los suyos, libremente. A nadie obligan, por el momento, a que profese el catolicismo, y es lógico que los católicos se atengan a sus mandamientos y sus dogmas, y, heroicos objetores de conciencia, estén absolutamente en contra del matrimonio entre homosexuales, y, por supuesto, en contra de todo matrimonio extrasacramental.

Así que, frente a lo que oímos estos días, no veo inconstitucional que los católicos se opongan a una ley que no encaja con la ley de su Iglesia. Si todas las leyes de España encajaran con la ley de la Iglesia, España sería una Comunidad Autónoma, no sé si nacionalidad o región, del Estado Vaticano. Un constitucionalista ha dicho que esta objeción de conciencia no está reconocida en la Constitución, y posiblemente acierte: sobre la conciencia no se puede legislar. La conciencia es una cosa más bien personal, íntima. Mi conciencia podría prohibirme, por ejemplo, pagar tributos al Estado. Otra cuestión es que luego me castiguen, no por objetor, sino por no pagar. Esto forma parte de la lógica del asunto.

No deberíamos obsesionarnos con las religiones, especialmente con la católica, dominante aquí. Los obispos católicos no hablan universalmente, aunque ellos lo crean: hablan para los suyos, para los católicos, de acuerdo con sus creencias y sus normas, que cambian poco a poco (y poco a poco cambian mucho) a lo largo de los siglos. No convirtamos en discurso público lo que predican para su círculo privado de ciudadanos que se distinguen por unas peculiares creencias. Veo natural que la Iglesia católica, como cualquier Iglesia o individuo, se meta en las cosas del Estado. Lo que veo inadmisible es que el Estado se meta en las cosas de la Iglesia: que recaude impuestos para ella, que sufrague su proselitismo, que la mantenga. Preferiría que las Iglesias vivieran de las limosnas de sus fieles, y probablemente algún fiel, incluso algún obispo, comparta mi opinión.

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