Los conservadores confían en que los sondeos se equivoquen para dar la sorpresa
Michael Howard defiende su campaña de acoso y derribo contra el candidato laborista
Los sondeos se han equivocado mucho muchas veces; éste parece ser el último cartucho que le queda al Partido Conservador británico: romper todos los pronósticos. El voto tory, a la baja durante la campaña, ha sufrido un desplome al final. Los comentaristas critican la campaña de los conservadores, que han dedicado mucho más tiempo a atacar a Tony Blair y llamarle mentiroso que a explicar sus propuestas. El sondeo de Mori para el Financial Times elevó ayer al 39% la intención de voto para los laboristas entre los que se declaran muy decididos a votar, tres puntos más que el 1 de mayo.
Ese incremento laborista se une además a un descenso de las expectativas de voto de los conservadores del 33% hasta el 29%. Han perdido 10 puntos desde el 39% que Mori les atribuía el 5 de abril, el día en que Blair anunció la convocatoria de elecciones para el 5 de mayo. Los conservadores han elegido una campaña basada en el miedo y en la agresividad. Miedo a la inmigración, agresividad contra Blair.
La cuestión de la inmigración funcionó al principio: era uno de los pocos asuntos en los que los tories despertaban más confianza que los laboristas entre los electores en los meses previos a la campaña. Pero el mensaje se volvió rápidamente contra ellos: en cuanto los laboristas empezaron a desplegar su maquinaria y a inundar la campaña con sus logros económicos, el mensaje conservador parecía hueco.
Los tories se han conformado con lanzar cinco ideas en su programa electoral: "Más policía, hospitales limpios, impuestos más bajos, disciplina escolar e inmigración controlada", y que se sintetizan en un objetivo: atacar la integridad del primer ministro aprovechando la impopularidad que ha cosechado durante la legislatura. Ése fue el consejo que le dio al líder tory, Michael Howard, su asesor australiano Lynton Crosby. Éste se hizo célebre hace años cuando logró que el conservador australiano John Howard diera la vuelta a unas elecciones que tenía perdidas.
"La campaña empezó muy bien, pero cometieron el error de llamar mentiroso a Blair", sostiene la comentarista política Julia Langdon. "Eso funciona en Australia, pero a la gente de aquí no le gusta. En el Parlamento está prohibido llamar mentiroso a un rival político y, si se hace fuera del Parlamento, parece vulgar", explica. "En Australia el voto es obligatorio, pero aquí no. Y eso no va a aumentar el número de votantes. Es un error táctico serio".
Howard lanzó su gran ataque contra Blair hace dos domingos. La campaña ya iba mal para él, pero las distancias aún no eran definitivas. Ese domingo, el día en que estalló la cuestión de Irak, Howard declaró a la BBC: "En la única cosa en que se ha comprometido en ocho años como primer ministro, llevarnos a la guerra, y ni siquiera nos ha dicho toda la verdad". Y añadió: "Ésta es la última oportunidad que tiene el pueblo británico de decirle que estamos hartos de promesas rotas, hartos de la manera en que nos ha mentido para ganar las elecciones, sobre la subida de impuestos, y hartos de la manera en que mintió para llevarnos a la guerra".
Pero Howard no se retracta. "No cambiaría nada de la campaña", respondió hace dos días a la televisión GMTV. "Mi marido no puede esconder lo que piensa porque es un animal honesto", añadía su mujer, Sandra Howard, que le ha acompañado prácticamente en toda la campaña pero que no ha conseguido contagiarle su encanto y elegancia. "Howard no tiene carisma", asegura Langdon. Pero tampoco ha tenido propuestas con las que arrebatar al Nuevo Laborismo el enorme espacio político que Blair ha ocupado, desde el centro-derecha hasta el centro-izquierda.
Se lo recordaba ayer el Financial Times, que se quejó de que el manifiesto electoral conservador, "más que un programa de gobierno, es una lista de agravios destinada a azuzar los miedos de la población". "Hay muchas razones para que la nación esté desencantada con Blair (...), pero Howard y los conservadores no parecen una alternativa convincente. Aún no ha llegado el momento del cambio", concluía su editorial de ayer.
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