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A MANO ALZADA
Columna
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Mucho nunca será suficiente

Mi hermano todavía quiere convencerme de que California es el no va más de los Estados Unidos, y de que el lugar en el que él vive desde hace cuarenta años también es el no va más de California. Hoy me llevó a Costco, un inmenso bloque de hormigón con apariencia de planta nuclear. Sólo mirarlo de lejos asustaba. Pero mi hermano me tranquilizó. En Costco únicamente son atómicos los precios. No tiene competidor. Se trata de una auténtica fábrica de consumidores al por mayor con 453 sucursales repartidas por 38 estados del país. Ante todo Costco es un modo de comprar al que se accede si te haces miembro de la cofradía y pagas una cuota anual. Pero vale la pena. Al cabo del año Costco te devuelve en un cheque hasta el cinco por ciento del importe de todas tus compras. Y lo lógico es que vayas a Costco a gastarte de nuevo ese dinero. Un esclavo del consumo sigue siempre en manos del mismo amo.

Cargaban las cunas en grandes carromatos y luego miraban con cara de buscar un banco de semen

Las naves de Costco estaban repletas de toda clase de productos. Había centenares de cunas de recién nacido a precios imbatibles. Y las saldaban por el procedimiento de tres por dos. Es decir, que te comprabas dos y la tercera salía gratis. La cola de compradoras jóvenes y embarazadas delante de las cunas llamaba la atención. Cargaban las cunas plegadas en grandes carromatos y miraban luego con cara de buscar un banco de semen allí mismo con la misma oferta comercial de tres dosis por el precio de dos. Costco es un gigante que intimida a las grandes marcas y las vuelve pequeñas. Llama a Polo, el de Ralph Lauren, y le dice: Polo, quiero dos millones de camisas con el caballito en la teta izquierda y yo les pondré el precio. Y Polo se las hace sin rechistar. Luego Costco lo vende por cuatro boñigas. Y no pasa nada. Todo el mundo tiene derecho a llevar la camisa con el caballito. En un lugar más discreto había ataúdes a 799,99 dólares. Mi hermano se quedó mirándolos y dijo que no encontraríamos ni siquiera en Tijuana, que no queda lejos, ataúdes más baratos. Si quieres, Costco también se ocupa del funeral.

Yo no quería comprar nada y sin embargo salí de Costco con una docena de cepillos de dientes eléctricos y pasta por un tubo. Desde el aparcamiento me parecía seguir oyendo la voz del dios omnipotente del consumo repitiendo su mensaje: mucho nunca será suficiente.

De allí fuimos a un Mall, es decir una ciudad interminable con tiendas de todo tipo unidas unas a otras por calles y rampas luminosas que confluían en áreas para repostar alimentos. Nos detuvimos en uno de estos abrevaderos masivos ideado para la nueva generación de obesos comedores compulsivos. Desde este privilegiado observatorio podíamos ver a la gente arrastrando paquetes y bolsas enormes, o tal vez al revés: veíamos enormes paquetes y bolsas, con pies por abajo y una cabeza loca por arriba. Algunos te miraban con los ojos brillantes del saqueador en un motín callejero.

Uno de estos complejos comerciales, el South Coast Plaza, vendió en 2004 mas de mil millones de dólares, y su crecimiento anual es del 25 por ciento.

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Mientras tanto, en los escaparates de las tiendas de televisores podíamos ver multiplicadas las imágenes del emperador Bush haciendo manitas con el príncipe de Arabia Saudí en su rancho de Tejas. Parecían tórtolos asexuados compartiendo un amor ciego al petróleo. Y mas allá de los sistemas de insonorización se escuchaba el fragor incesante del tráfico en las autopistas, ese zumbido rabioso de abejas, o de olas rompiendo en el océano. Yo imaginaba un universo de millones de motores rugiendo sobre el asfalto de todo el país, tragando miles de millones de litros de gasolina, día y noche, a todas horas.

Aunque muy apartada, la guerra contra Irak no era en el fondo más que una guerra absurda y equivocada de los estadounidenses contra sí mismos. La insurgencia no era más que la amenaza a un terrorismo consumista y merecía su destrucción. El dolor de un pequeño pueblo había que aceptarlo como el precio a pagar por unos cuantos desdichados para seguir disfrutando aquí de todo esto.

Iglesia de triunfadores

De las muchas y acaudaladas iglesias cristianas nacidas, crecidas y multiplicadas en California (pocas mueren) hay una que merece estas líneas, aunque quien las escriba declare estar de acuerdo con la frase lapidaria de Bertrand Russell: todas las religiones son igualmente falsas y perniciosas.

Pero dicho esto, no hay que negarle méritos al fundador de la Saddleback Church, un desconocido reverendo que hace veinticinco anos, y sin nada más que una esposa y una mochila al hombro, se instaló cerca de los millonarios de Orange County dispuesto a evangelizarlos.

El pastor Rick Warren no deseaba asustar a los ricos con mensajes de condenación eterna. Al contrario. Su evangelio consistió en animarles para que se hicieran todavía más ricos pues sólo así podrían ayudar a los más pobres. Su iglesia no era para fracasados, sino para triunfadores.

He visitado las instalaciones de Saddleback, que ocupan cientos de miles de metros cuadrados en una sucesión de colinas con edificios y jardines de diseño. El auditorio de este complejo eclesiástico tiene un aforo para seis mil personas. Hay capillas con oratorios, guarderías para dejar a los niños mientras los papás rezan, discotecas para que la juventud se desfogue bailando rock sin dejar de alabar al Redentor. Hay bibliotecas, oficinas, cafeterías. Y por todas partes ves la foto del reverendo Warren agitando su libro rojo como un nuevo Mao del capitalismo. Un manual simplificado de primeros auxilios para el alma.

La popularidad del reverendo Warren ha subido muchos puntos recientemente, cuando una seguidora suya llamada Ashley Smith fue secuestrada en un juzgado por un delincuente que acababa de matar a un juez y a un testigo. Esta mujer llevaba en su bolso un ejemplar de Purpose Driven Life, la obra del pastor Warren. Y nada más empezar su cautiverio se puso a leer en voz alta los pensamientos de Warren con tan buena entonación que al poco rato el secuestrador torció milagrosamente la cabeza y, con los ojos en blanco como si le hubieran dado un soporífero, se quedó medio bobo y dejó escapar a su víctima.

La misma semana de los hechos, Purpose Driven Life superó los 22 millones de ejemplares vendidos y ocupó el primer puesto entre los libros de mayor éxito en los Estados Unidos. El presidente Bush envió un mensaje de apoyo al pastor y a su iglesia, ambos exentos del pago de impuestos. El reverendo Warren hizo imprimir más ejemplares del libro y más sobres con el franqueo pagado para recaudar muchos más fondos.

jicarrion@terra.es

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