Tramas que son atmósferas
La literatura de Llop se lleva mal con la luz cruda, las razones tajantes o las visiones descarnadas. Ni en las páginas de sus diarios se oye el chasquido de las navajas o los despropósitos ni en sus novelas las cosas suceden de maneras inmediatas u obvias y desde luego su poesía es también un territorio que bascula entre la elegía y la pintura verbal. Este último libro de poemas, además, lo hace de una manera algo más amarga que otras veces, pese al canto de alegría que hay en él, y pese a estar emparentado en su escritura con su último poemario, de 2002, escrito por sorpresa (para él y para sus lectores) en catalán porque hubo de ser así. Son cosas que suceden en sociedades bilingües y son una ventaja adicional. Quartet fue un poemario brotado y arrastrado por Palma de Mallorca y su puerto, por nombres y calles, y el pasado, y escritores y espacios y figuras y casi todo transfigurado en una imaginación verbal poderosa, torrencial, sin freno. Este poemario es más ceñido en los poemas, más propio de la voz de Llop, y también quizá tocado por una melancolía que percibo aquí más que en otros sitios (aparte de sus diarios, reunidos en Península, como su poesía anterior, hace un par de años). Sin embargo siguen funcionando muy bien esos poemas que recrean un personaje que es él u otros personajes donde pueda hablar también su voz. Eliot abre y cierra el libro con poemas narrativos para pensar sobre el poeta y la poesía (también hay una disfrazada y enérgica arte poética: "En el taller"), que alguna vez recuerdan vagamente la epístola como género clásico pero también el retrato de personaje más o menos cernudiano: en un poema se ve a Dionisio Ridruejo en 1940 con una mella nueva en su cuadro de convicciones, en otro se evoca un tremendo cementerio alemán, otro está atrapado por un hijo que crece y un padre que mira, y en otro aún el erotismo tiene una hermosa y densa forma de convicción y persuasión.
LA DÁDIVA
José Carlos Llop
Renacimiento. Sevilla, 2005
74 páginas. 10 euros
EL MENSAJERO DE ARGEL
José Carlos Llop
Destino. Barcelona, 2005
206 páginas. 17,50 euros
Y la lealtad al mundo propio
de Llop, a sus referentes más constantes, está en esos y otros poemas y también en esta novela, El mensajero de Argel, cuyo título esquiva la mayor parte de la materia narrativa para remontarse a los hilos ocultos de la trama, como si así estableciese una analogía entre aquello que se ignora del presente (unas explosiones enigmáticas, unos atentados de los que apenas se informa) y lo que se ignora del pasado, como si todo de veras funcionase de la misma manera y el olvido tuviese su equivalente en la ignorancia del presente. Al protagonista y narrador le atrapan las historias que le cuentan en la radio algunos ancianos, pero ése es uno solo de los múltiples corredores hacia el pasado oculto que sigue la novela: los otros dos fundamentales enlazan la indagación sobre la ausencia de sus padres -engullidos en el oceánico disparate de las comunas de los años setenta y la fe en paraísos sintéticos: la objetivación novelesca de algo tan próximo es excelente- con la peripecia de guerra de los abuelos, la guerra europea, los secretos y las mentiras, los rastros que desde entonces todavía nos llegan en un anecdotario interminable de barbarie y piedad, de miedo y de venganzas que se aplazan a veces hasta hoy mismo, como en esta novela. Aunque quizá la mejor forma de expresar la venganza de la historia está en la tenacidad brillante y sutil con que reaparece en las novelas de Llop, negando que aquel pasado callado se quede en alcanfor y tonos rancios. La reaparición del pasado insinúa la fragilidad o inconsistencia moral del presente, y seguramente tiene razón Llop cuando explica en una nota final que lo suyo es, antes que las tramas novelescas en un sentido mecánico, las tramas que son atmósferas, y ése es el espacio de una cierta novela lírica, meditativa, y creo que ajena al grueso de la tradición española, como si de veras la lección de un Llorenç Villalonga o incluso un Mario Verdaguer, ambos tan fuera de foco hoy, hubiese sido más fecunda de lo que tendemos a imaginar.
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