Retrato de un Papa intelectual
Para entender el camino de hombres como Rahner, Ratzinger y Kasper hay que comenzar recordando un hecho decisivo: en Alemania la teología se estudia en una facultad que forma parte de la universidad del Estado. Hace más de un siglo (1868) esa Facultad de Teología fue eliminada en nuestro país de la universidad estatal. Este hecho, que parecerá baladí, es el eje de toda la estructura intelectual de la teología alemana. Porque en ese espacio universitario abierto, público y crítico, se ha dado el encuentro entre fe y razón; y no en los corros de la sacristía o en los mentideros de la política, como entre nosotros. Éste ha sido el drama de España en el último siglo y medio: una universidad sin teología y una teología sin universidad. Joseph Ratzinger (Marktl am Inn, Alemania, 1927) estudió en Múnich. Aquélla era en ese momento la mejor universidad alemana por doble razón: una porque había desaparecido Berlín, el polo prusiano de la cultura en la primera mitad del siglo XX; la otra porque hacia Múnich habían refluido los profesores de la antigua Breslau, una vez que la ciudad pasó a Polonia.
En su punto de partida y como cimiento de sus preocupaciones quedarán lo que supuso su tesis primera, Pueblo y casa de Dios en la eclesiología de San Agustín (1954): el encuentro con San Agustín, justamente en la medida en que éste se confronta con todo el pensamiento, filosofía, política y religión romanas. La cuestión de fondo que se debatirá es la de la religio vera. ¿Quién tiene razones y hechos que le permitan proponer un camino hacia la verdad y hacia Dios: el paganismo o el cristianismo? San Agustín se encuentra con tres tipos de teología: una theologia mythica (o de los poetas y el teatro), una theologia civilis (o del Estado y los políticos) y una theologia naturalis (la de los filósofos). Ni la primera ni la segunda plantean la preguntan por la verdad última de la vida humana. Esto sólo lo hacen los filósofos. Por eso el cristianismo primitivo no conecta con la religión civil, ni con la poética, ni con el resto de religiones, sino que prefiere el diálogo con la filosófica, que tiende a la verdad, de acuerdo con principio de Juvenal: "Vitam impendere vero = arriesgar la vida por la verdad" (4, 91).
Su tesis de habilitación para el profesorado tiene como centro otro momento histórico clave: el siglo XIII, el encuentro entre lógica aristotélica y exégesis bíblica. Su obra La teología de la historia en San Buenaventura (1959) estudia a este autor sobre el fondo de los movimientos franciscanos, radicales seguidores de Joaquín de Fiore, que creen llegado con San Francisco el momento de la revelación definitiva, el advenimiento del Espíritu, y con ello el fin de la religión de la palabra e iglesia de Cristo, seguido de la instauración definitiva de la libertad del individuo en el mundo. La tesis joaquinita de las tres épocas de la historia (del Padre o Antiguo Testamento; del Hijo o la historia de Cristo desembocando en la Iglesia instituida; la del Espíritu, iniciada por los signos y profetas de aquel momento) ha seguido fascinando tanto a los reformadores y políticos del siglo XVI como a la Revolución Francesa o al idealismo alemán, con Hegel a la cabeza. Ésa será una pregunta clave hasta hoy en la teología de Ratzinger: la relación entre revelación e historia, entre evangelio y subjetividad, entre acontecimiento originario de Cristo y perduración institucional del evangelio, entre Fe y futuro (1970).
Un segundo momento clave en su trayectoria es el paso por las facultades de Freising, Bonn, Münster y Tübingen. Su estancia en esta última se convertirá en la clave para entender el futuro. Las páginas que él dedica a este periodo en Mi vida (1977) han de ser leídas con atención. Hasta aquel momento el panorama teológico había estado determinado por la exégesis crítica, la investigación histórico-dogmática, la teología dialéctica y la teología litúrgica. Finalmente, prevalecía la lectura existencialista del Nuevo Testamento propuesta por Rudolf Bultmann siguiendo las categorías de Martin Heidegger. Ambos son sustituidos de la noche a la mañana por una nueva atmósfera que lleva a cabo un vuelco de la universidad. Las nuevas estrellas son el marxismo y Ernst Bloch, con sus obras El principio esperanza (1954) y Ateísmo en el cristianismo (1973), que públicamente denigraba a Heidegger, ensalzaba a Marx y a Hegel, con remitencias profético-mesiánicas proponiendo una religión del éxodo y del reino, en la que el cristianismo aligerado de teología y cristología sería el agente de la revolución definitiva.
En este contexto, Ratzinger prepara un curso con el título Introducción al cristianismo (1968), en el que, ante el cuestionamiento de la raíz de la que hasta ahora habían vivido la Iglesia y la teología, decidió comentar el Credo de los Apóstoles para saber si en el cristianismo se trata de un relato de meros hechos históricos, de una ideología revolucionaria o de la propuesta de una revelación divina, a cuyos signos acreditadores se responde con la fe, que vivida en la Iglesia se articula en expresiones normativas (dogma), de donde surge una teología, como inteligencia de esa fe desde una connaturalización con ella, ya que lo mismo que no hay un lugar para pensar sobre la razón fuera de la razón, no hay un lugar externo a la fe que permita descubrir su verdadera y última identidad. La teología nace de una razón iluminada por la fe, lo mismo que los ojos sólo ven la realidad exterior si ellos mismos son luminosos.
Desde su nombramiento como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe fueron apareciendo nuevos libros de Ratzinger. Hay dos esenciales. El primero es su Escatología (1977), que él considera su libro más elaborado y que abre el horizonte de la historia a su último sentido. La pregunta por el fundamento, consistencia y destinación de la libertad humana, por la verdad y consumación de la persona, por la vida, la muerte y el futuro aparece aquí expuesta desde la perspectiva cristiana, sobre el trasfondo de movimientos como el marxismo, las visiones revolucionarias de los grupos utópicos y la teología de la liberación. La segunda obra clave de este decenio es Teoría de los principios teológicos (1982), que trata de pensar los fundamentos del existir cristiano: relación entre la estructura y el contenido de la fe; principios formales del catolicismo; problemas claves en el diálogo ecuménico; principios estructurales de la teología y su ámbito antropológico. La fase final de su pensamiento se centra en el diálogo con el pensamiento débil de la posmodernidad, nacido tras el ocaso de Marx y la aparición de Nietzsche y para el cual el ser, la verdad, el deber y la culpa carecen de fundamento una vez que Dios ha muerto. ¿Hacia dónde mirar ahora para edificar la casa del hombre y la ciudadanía, alimentar la democracia y salvar el pluralismo para que sea algo más que caótica acumulación de diversidades? La última obra se adentra con coraje en estas avenidas por las que casi nadie hoy quiere deambular: Fe, verdad, tolerancia (2005).
Tras una amistad que ha perdurado durante decenios tengo un testimonio escrito sobre sus proyectos intelectuales, de unas semanas antes de ser elegido Papa. El 12 de marzo me respondía a una carta en la que le invitaba a venir a Salamanca: "He renunciado a dar conferencias. Los años que Dios todavía me dé quiero consagrarlos a un libro de meditaciones sobre Jesucristo en la línea de lo que fue la gran obra de R. Guardini El Señor". Joseph Ratzinger ha sido toda su vida un profesor de universidad para quien la búsqueda y servicio a la verdad del hombre y a la verdad de Dios fue la suprema pasión de su vida.
Olegario González de Cardedal es profesor de teología de la Universidad Pontificia de Salamanca y autor del prólogo a la edición española del libro de Joseph Ratzinger Introducción al cristianismo.
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