Mercedes Álvarez presenta 'El cielo gira' en el Festival Tribeca de Nueva York
La película, que ha sido premiada en cuatro certámenes, se estrena el 13 de mayo
A Mercedes Álvarez no le gusta que la llamen directora de cine, algo insólito entre quienes han dirigido una película. La suya, El cielo gira -se estrena en España el próximo 13 de mayo-, también se resiste como su autora a clasificaciones convencionales: ha sido premiada en cinco festivales saltando de la sección de ficción a la de documental y viceversa. Los últimos cuatro premios se los llevó en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, donde como mejor largometraje de ficción ha obtenido el raro honor de hacer coincidir a crítica, jurado y público.
Esta semana, en cambio, El cielo gira participa como documental en el Festival de Cine de Tribeca, en Nueva York, y en esta ciudad, Mercedes Álvarez trató de explicar en qué consiste este filme intimista que la devolvió durante un año a Aldealseñor (Soria), su pueblo, que abandonó junto a su familia con apenas tres años. Sin un guión preconcebido y acompañada por un equipo mínimo, se convirtió en testigo de las escenas cotidianas de sus últimos 14 habitantes, depositarios de una memoria colectiva en vías de desaparición ante los que la autora siente la angustia imparable del paso del tiempo. "Necesitaba volver al pueblo, buscar un vínculo con mi pasado, y ello implicaba contarlo con el tono confidencial de un diario personal, en imágenes, utilizando la capacidad que tiene el cine de detener el tiempo, de dejar registrados rostros y espacios para que queden ahí, como documentos de la vida. Al mismo tiempo, también quería reflexionar sobre esa desaparición", explica.
"Necesitaba volver al pueblo, a Aldealseñor, y buscar un vínculo con mi pasado"
El resultado son momentos de deliciosa cotidianidad entre Antonino, Silvano, Valentina... septuagenarios únicos y entrañables que cavilan con naturalidad, fatalismo, sabiduría, pero también socarronería sobre la muerte, el trabajo, un eclipse de luna o cómo plantar lechugas. A ello se añade un elemento que Álvarez califica de "especulativo": la presencia del pintor Pello Azketa, un artista que no pertenece al pueblo y que debido a una enfermedad degenerativa está perdiendo la vista. "Existía un paralelismo entre su trabajo y el momento que vive Aldeaseñor, por eso creí que debía formar parte del relato. Por un lado, estaba la situación crepuscular en la que se encontraba su vida artística, ya que para él las cosas están desapareciendo frente a sus ojos desde hace muchos años, como les ocurre a los vecinos. Y, además, sus cuadros tenían relación con mi memoria del pueblo -imaginada, intuida- porque en ellos siempre hay niebla, y, para mí, filmar esta película era sacar al pueblo de esa niebla pero también era registrar su extinción. La forma en que desaparece un pueblo es la forma en que desaparecen las civilizaciones, las culturas, sin estrépito, sin testigos y en los hechos cotidianos hay cosas que nos indican que se acerca ese final".
Álvarez se mudó a Aldealseñor, observó, esperó, convivió, renunció al apresuramiento del siglo XXI y se sumergió en el tiempo y el espacio de estos ancianos que se acostumbraron a la presencia constante de su cámara, con la que registró momentos, conversaciones, silencios. La paciencia le permitió que la realidad la sorprendiera constantemente y así pudo ser testigo también de los vientos de cambio: un hotel, la invasión de Irak, las elecciones... "Me interesaba que la actualidad hablara desde su punto de vista, porque desde allí se vive de otra manera", dice. Y así muestra también cómo una guerra trae recuerdos de otras guerras, o cómo la política puede ofrecer su cara más innoble al pasar como un tornado por Aldealseñor.
El guión lo construyó al final tras más de cien horas de rodaje. "Al no tener nada preconcebido lo más importante era el montaje. Es ahí donde consigues la escritura de la película, organizas la memoria y acaba imponiéndose el relato necesario", explica esta cineasta que trabajó como montadora en otra arriesgada película, En construcción, de José Luis Guerin. Aquel filme, como El sol de membrillo, de Víctor Erice, comparten con El cielo gira esa voluntad de riesgo y de mezcla de géneros a la que pocos autores españoles se han atrevido. "Uno de mis objetivos era plantearme este proyecto como lo hicieron los pioneros del cine, con mucha libertad respecto a las reglas del discurso. Siempre hay un camino nuevo".
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