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Ritos y liturgias

Estas últimas semanas de marzo 2005 han sido un cursillo intensivo sobre ritos y liturgias. Hemos asistido a los emocionantes y majestuosos funerales del Papa de Roma, a la elaborada y delicada liturgia de una bendición matrimonial otorgada por la Iglesia Anglicana al Príncipe de Gales y a la Duquesa de Cornualles, en la que estos han pedido perdón públicamente por sus pasados pecados y han obtenido una nueva oportunidad para su felicidad personal.

Con menor difusión hemos visto también los funerales del Príncipe Rainiero y su capilla ardiente... todos estos ritos han desplegado ante nuestros ojos la virtualidad característica que tienen las liturgias para organizar socialmente y de manera visible sentimientos y estados de conciencia que sin la ayuda de esos ritos se hubieran dispersado en multitud de actos individuales e inconexos.

Salvo Gran Bretaña, ningún otro país en Europa puede presumir de un pasado sin demonios

Los ritos que desde cierto positivismo decimonónico se consideraron una reliquia del pasado nos han demostrado, en el inicio del siglo XXI una vez más, su vigencia ineludible.

Nuestra condición social nos lleva a la necesidad de compartir también socialmente nuestras emociones, y esa vivencia social multiplica y refuerza nuestra intimidad y renueva nuestra conciencia de estar vivos.

Como enseñaba el sabio Confucio, los Ritos construyen, por la fuerza de su belleza y por su estructura teatral y no dialéctica,el momento de la unidad y todos sabemos que cualquier empresa necesita unir las voluntades de sus participantes, superando la tendencia espontánea a la división y la confrontación.

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El rito es la forma de sentir el poder, la fuerza y la capacidad transformadora que tiene el individuo cuando se siente unido con otros orientado por un mismo sentimiento y con una voluntad de ser y hacer unitiva.

Entre nosotros han sido las Iglesias las instancias que de una manera más consciente han conservado esa sabiduría ritual pero también nuestra vida social y colectiva espontáneamente ha creado y recreado ritos y liturgias civiles, sociales y lúdicas para teatralizar y retroalimentar emociones colectivas, desde aquellas luminarias con las que concelebrábamos a algunos de nuestros cantautores favoritos en los ya lejanos años de la Transición democrática, hasta las parafernalias inventadas por las denominadas tribus urbanas vinculadas al fútbol, a la moda o al rock.

Pero seguramente en los períodos electorales los ritos políticos más visibles y significativos son los mítines de nuestros partidos en los que con banderas, gallardetes, globos, música y puestas en escena variadas se agrupan los afines y simpatizantes de las diversas formaciones no para informarse del programa electoral de su partido, que sería una actividad demasiado sesuda para tanto ruido, sino para ritualizar la emoción compartida por la adhesión a unas siglas y a unos símbolos en los que unos y otros invertimos nuestros afectos y esperanzas.

Es importante disfrutar de esos momentos para reforzar las propias convicciones, pero es más importante aún comprender las necesidades de los otros y asumir que la Democracia que a todos nos cobija nos hace compartir valores fundamentales (rechazo de la violencia, amparo del derecho...) sobre los que se garantiza nuestra convivencia y nuestra prosperidad, pero nos permite, a unos y otros también disentir -sin odio- en nuestras concepciones del mundo, la historia y la sociedad.

Salvo la bendita Gran Bretaña que ha gozado de una estabilidad política envidiable ningún otro país en Europa puede presumir de un pasado sin demonios: España tampoco, de ahí la importancia de recordar, a tiempo y a destiempo que la Democracia, por encima de las divisiones partidarias tienen también sus Ritos de unidad en los gestos y símbolos institucionales, que las Instituciones aún cuando vengan ocupadas en un momento o en otro por hombres y mujeres concretas afines a un partido político, representan también a la generalidad de los ciudadanos y por ello deben y se les debe una consideración, no en honor de su persona, sino en honor de su cargo. También en la radio, también en período electoral.

Javier Otaola es abogado y escritor.

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