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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Papa y los lobos

Benedicto XVI, entronizado ayer, está haciendo grandes esfuerzos para dejar atrás su imagen de cancerbero de la fe, insistiendo en que es y va a ser el Papa de todos. Con ocasión de su consagración como obispo de Roma y sucesor de Pedro, en su primera homilía pública afirmó ayer que su programa no va a plasmar su voluntad, ni a seguir sus ideas, sino que va a escuchar a toda la Iglesia. Y muchos sectores de esa Iglesia católica están pidiendo mayor apertura. Sin embargo, el papa Ratzinger, que aplazó para más adelante lo que llamó su "programa de gobierno" como jefe de la Iglesia católica, dejó una clara huella personal de lo que podría llamarse su "programa espiritual", sin concesiones para quienes estén fuera del rebaño del catolicismo. Apeló, con firmeza, a la necesidad que el mundo moderno tiene de Cristo y de la Iglesia, de la que dijo con énfasis que "es el camino hacia el futuro", ya que es ella la que "lleva en sí el fruto del mundo". Su ecumenismo y llamamiento a la unidad pasa, claramente, por Roma.

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Con ecos medievales, afirmó que "vivimos de la carne y de la sangre de Jesucristo" y pidió a Dios que que no le permita "huir ante el miedo a los lobos". Haciendo uso de un lenguaje simbólico y de densidad poética, con una voz que no le acompaña en este entorno hipermediático pero ayudado por la espectacularidad de la ocasión, el nuevo Papa alemán describió a nuestro mundo como una sociedad que vive en la oscuridad al no aceptar a Cristo, y corresponde a su Iglesia sacarla "de las aguas amargas de los mares de la oscuridad" en las que se halla empantanada.

En un discurso fuertemente cristológico y de fe, con fuertes tintes de pesimismo, Benedicto XVI no dejó ayer lugar a dudas sobre su pensamiento acerca de lo que el mundo necesita hoy para salir de lo que él llamó el "desierto" de "la pobreza, la sed, el abandono, el amor destruido, la oscuridad de Dios y el vacío del alma". Necesita de Cristo y de la Iglesia, de la que dijo que es quien rescata la vida. Y con idéntica firmeza subrayó que "no somos fruto de la evolución, sino más bien fruto del pensamiento de Dios".

Su insistencia en que los cristianos no tienen que tener miedo dejó entrever al mismo tiempo su preocupación de que la Iglesia, que "está viva", sea vista como limitadora de libertades. La preocupación principal del Papa es que así puedan apreciarla los jóvenes, a los que ya ha quedado claro que va a dedicar muchas de las fuerzas de su pontificado como reserva de fe para el futuro. En su homilía recalcó que los jóvenes no deben tener miedo, pues según su visión aceptar a Cristo no significa que tengan que renunciar a nada, sino sumar.

En días anteriores se había apuntado a la línea de Wojtyla al afirmar que usará las oportunidades que ofrecen los nuevos medios de comunicación para su diálogo con los jóvenes y en general con todos los fieles. Los jóvenes estuvieron mucho más presentes en la plaza de San Pedro en la despedida, también mucho más ecuménica y universal, de Juan Pablo II que en la bienvenida a Benedicto XVI. Quizás por eso insistió en que va a seguir fielmente las huellas de su antecesor, de quien dijo ayer, casi anticipando su canonización, que está ya entre los santos en el cielo.

En su llamada a la unidad de los creyentes, Benedicto XVI, fiel a sus ideas y a los documentos que había redactado cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dejó claro que Cristo quiere que todos vuelvan al único rebaño de la Iglesia católica, afirmando que existen aún ovejas descarriadas en el desierto y que la Iglesia "las tiene que traer al rebaño". Es su idea de que fuera de la Iglesia católica no existe salvación para los seres humanos.

No aclaró de qué forma su pontificado va a trabajar y qué concesiones está dispuesto a hacer, por ejemplo, en la discusión sobre el concepto de la infalibilidad del Papa y sobre la descentralización del poder en la Iglesia, para poder dialogar con las otras religiones cristianas. Y mientras está haciendo fuertes llamadas al diálogo con los judíos, dejó en la sombra al gran mundo del islam. Es una omisión que concuerda mal con sus propias palabras recientes en las que abogó por retomar el diálogo con las diferentes civilizaciones.

Los fuertes y repetidos aplausos del medio millón de personas que le escucharon en la plaza de San Pedro habrán podido convencer al nuevo Papa de que lo que la gente quiere es su firmeza en la defensa de la fe católica y su afirmación de que sólo a través de la mediación de la Iglesia el mundo moderno podrá dejar de tener miedo de los lobos. Aunque Benedicto XVI no reveló ayer el nombre de esos lobos.

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