De Europa y educación al borde del Sena
Ciertamente no sorprende que, derretidos los carámbanos y vueltas ya las aguas del parisino canal Saint-Martin a su rostro natural con el deshielo, la tarde del primer día del mes de marzo prometiera abrigo para la curiosidad apenas se anunció con solemne eco la entrada del presidente del Reino de España en el Palais Bourbon, sede del Parlamento francés. La ocasión venía a prolongar con su sesgo histórico una excepcionalidad reservada a jefes de Estado y de Gobierno extranjeros. Si el rey Juan Carlos inauguró la selecta nómina en 1993, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero era esperado con expectación en la Asamblea Nacional francesa. Y ello, porque mientras unos diputados confiaban en que oyendo convicciones europeístas éstas serían respaldo y valor seguro para las suyas, otros creían que la ocasión era propicia para zaherirlas, y porque seguramente todos fundaban en el distanciamiento español de Europa, encarnado en la prepotencia del gobernante anterior, alguna de las razones de la mudanza política en nuestro país.
El horizonte presagia borrasca para el aprendidaje del español en el sistema educativo francés
No basta con el reconocimiento oficial por parte francesa de las enseñanzas regladas españolas
Acordemos en destacar con los cronistas la mesura sobresaliente del discurso de Rodríguez Zapatero, vertebrado en torno a principios progresistas y las firmes decisiones de su Gobierno ante nuevos derechos ciudadanos, con la coherencia expositiva de quien con naturalidad hablaba persuasivo de la Unión Europea como modelo de paz y espacio garante de seguridad, enfatizando los valores que el diálogo y la cordura democrática han de preservar cualesquiera responsabilidad y acción políticas.
Al margen de otras consideraciones propias del anecdotario o sin abundar en el hecho de que la variopinta derecha francesa quisiera izar entonces su propia bandera mediante la recuperación de algunos enunciados del orador por entenderlos afines a la política de su primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, y, subsiguientemente, arrostrar tal supuesto sobre las bancadas socialistas a golpe de gesticulaciones y vocerío, creo que más interesarán al lector algunas reflexiones que sobre educación suscitó la intervención del señor presidente, de algún modo en consonancia con las relaciones bilaterales franco-españolas y, en concreto, relativas a la cooperación francesa con España. Porque cierto es que esta dilatada colaboración ha deparado muy satisfactorios réditos en determinados ámbitos de actuación conjunta como el de la lucha antiterrorista, pero no lo es menos que en otros es aún ampliamente deficitaria.
Ante la Cámara de Diputados francesa Zapatero efectuó dos interesantes incursiones en el mundo educativo. La primera, por alusión al esfuerzo de adecuación de la enseñanza secundaria a las nuevas tecnologías. Acudió al ejemplo de las importantes dotaciones informáticas en las aulas extremeñas, aunque bien podría haber recurrido a otros casos, como el de la acción educativa española en Francia, cuyos programas en centros de titularidad del Estado, secciones internacionales españolas y agrupaciones de Lengua y Cultura se han beneficiado ahora de equipamiento en cantidad, desde luego, todavía insuficiente, pero que contrasta con la realidad y los medios obsoletos que los caracterizaron en la etapa del anterior Gobierno.
De la segunda se desprende un asunto cuya complejidad aconseja, cuando menos, una extremada prudencia y abundantes dosis de diplomacia, por cuanto incide de lleno en los acuerdos bilaterales; lo cual no impide que se haga con la firmeza política necesaria por parte del Ejecutivo español. Me refiero, por un lado, a la consideración del presidente acerca de las cuatro lenguas del Estado, y, por otro, a las causas y consecuencias de una posible regresión, sin duda inquietante, de la enseñanza del español en Francia.
Frente al afán reivindicador que el Gobierno pretende dar al catalán, euskera y gallego en los foros internacionales -he ahí la demanda de incorporar oficialmente estas lenguas a la actual babel europea mediante las versiones correspondientes del texto constitucional-, escribas y legisladores franceses parecen orientados por otros criterios que apuntan hacia un camino en sentido inverso. Así, la idea de reducir los ejercicios orales en las oposiciones a la agrégation (cátedras de instituto) supondría la supresión de las materias opcionales hasta ahora existentes y, en consecuencia, la desaparición del catalán (también del latín y del portugués) de dichas pruebas.
En algunos claustros universitarios ya se han encendido las suspicacias de alarma y la Sociedad de Hispanistas ha alertado del irreparable perjuicio que este truncamiento entrañaría para las humanidades. ¿Y cómo no interpretar convergentes estos recortes, que empobrecen los valores de un patrimonio cultural y lingüístico común europeo, con el denunciado uso restringido y discriminatorio del español en la sala de prensa de la Comisión de la UE conculcando la misma Carta Magna que ésta propugna? Si cabe aún más preocupantes por su inminente contingencia son los peligros que acechan a la enseñanza de nuestra lengua en Francia.
No basta, desde luego, con que se produzca el reconocimiento oficial por parte francesa de las enseñanzas regladas españolas. Del convenio bilateral resultante -cuya firma estamparán próximamente la ministra de Educación, María Jesús San Segundo, y su homólogo francés, François Fillon, saldrán beneficiadas, sin duda alguna, las secciones internacionales españolas y las secciones bilingües que Francia desea implantar con mayor irradiación por nuestro territorio. Después de demasiados años de desinterés y desencuentros, la enseñanza de la Literatura, Geografía e Historia españolas que se imparten en 12 centros franceses bajo los principios reguladores de las secciones internacionales ha de cobrar una renovadora dimensión de la que el Ministerio de Educación francés no ha de quedar indeciso ni ajeno. Mucho es el esfuerzo y considerable la inversión económica que España aporta a esta acción educativa que tiene como término la obtención de la modalidad de bachillerato internacional (OIB), por lo demás sin equivalencia en España. Por su naturaleza misma y coherencia, estas enseñanzas, sujetas a la colaboración mutua entre los dos países dentro del marco europeo, exigen para su desarrollo óptimo algo más por parte francesa que la hospitalidad académica y unos programas de responsabilidad pedagógica relativamente compartida. Si el horizonte de las secciones internacionales parece despejado, sin embargo se presagia borrascoso para el aprendizaje del español en el sistema educativo francés.
El proyecto de ley d'orientation pour l'avenir de l'école, establecido sobre las conclusiones de una comisión presidida por Claude Thélot y presentado con carácter de urgencia ante la Asamblea Nacional por el ministro Fillon, encierra una sustantiva reforma que convendrá sopesar a la luz de las sucesivas protestas e iracundia llevadas a la calle o a otras tribunas por los sectores concernidos y cuya resolución tendrá, en lo que esencialmente nos interesa, una especial incidencia en la enseñanza del español.
Resulta loable que evocando una voluntad europeísta tendente a facilitar la continuación de los estudios superiores en un país europeo y la búsqueda de empleo, se estatuya el aprendizaje de dos lenguas, además de la nacional, en la escolaridad obligatoria; pero para la española ya no lo es tanto cuando de desarrollar este precepto se trata. En primer lugar, porque si bien el texto ministerial explicita que ha de favorecerse un idioma europeo "de proximidad" -se supone que geográfica-, lo cual concedería ciertas prioridades al español, no olvida precisar a renglón seguido que ha de privilegiarse mediante un esfuerzo particular la enseñanza del alemán.
Las razones aducidas para pretender el incremento en un 20% en cinco años de los efectivos de estudiantes germanistas e imponer el modelo del bachillerato francoalemán (Abibac) en todas las circunscripciones académicas francesas a partir de 2007 no son otras que la aplicación del acuerdo del Consejo de Ministros franco-alemán celebrado en Berlín el 26 de octubre de 2004 y la consideración de los vínculos históricos y económicos con Alemania. En segundo lugar, aunque el ánimo más optimista estime salvaguardado el español dada su sólida preeminencia como segunda lengua extranjera elegida por el alumnado y por su galopante crecimiento en el hexágono, lo cierto es que las directivas ministeriales ponen en peligro esta hegemonía -que es de una evidencia incontestable, exceptuada la del inglés-, con lo que de ello se infiere.
En definitiva, comoquiera que se impone a lo largo de toda la escolaridad el estudio de la lengua escogida en la escuela (5º de primaria) y el de una segunda a partir de 5ème (año equivalente a 1º de la ESO), comoquiera que se "recomienda" la elección del alemán en los distintos tramos educativos, comoquiera que la elección del inglés es obligatoria si no se optó por él en la école; comoquiera que el número de collèges (enseñanza primaria) que ofertan el aprendizaje del español es particularmente ínfimo frente al enorme del alemán..., nuestra lengua, y quienes la enseñan, sufrirán las consecuencias de la nueva reforma.
Naturalmente, la corrección de estas anomalías recomienda un debate político y vindicaciones por parte española que nada deben interferir en los asuntos de exclusiva incumbencia francesa. Esto conllevará, como la reciprocidad requiere, adoptar medidas concretas que palien o subsanen la calamitosa salud del francés en los currícula escolares de nuestro país. Su condición de lengua oficial europea justificaría cualquier aliento revitalizador en el sistema educativo español, precisamente por motivos de conciudadanía europea, sin tener que aducir argumentos tan discutibles como los manejados por Francia para privilegiar el alemán.
Nadie piense, no obstante, que el proyecto Fillon supone una agresión a la enseñanza de nuestra lengua precisamente en tiempos de fastos cervantinos, sino más bien que estamos ante un cálculo erróneo del reformador galo, olvidadizo de la tradición que une a ambos pueblos histórica y culturalmente en vecindad, desavisado de la hegemonía o relevancia del español en Hispanoamérica y en el mundo; o que acaso estemos pagando el alto tributo debido al silencio y displicencias de la Administración española durante estos últimos años. Al menos el futuro del francés y del español merece una reflexión consecuente de las dos naciones desde el ofrecimiento mutuo del compromiso de fraternidad con el que acabó su discurso el presidente Rodríguez Zapatero al borde del Sena.
Javier Pérez Bazo es consejero de Educación de la Embajada de España en Francia.
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