La huella de Ratzinger en España
Benedicto XVI dejó un recuerdo de persona tímida y sencilla en las universidades que visitó como cardenal
La primera vez que el cardenal Joseph Ratzinger visitó España no hablaba español. Era el año 1989 y acudió invitado a los cursos de verano de El Escorial. Nueve años después, en enero de 1998, pasó una semana en Pamplona con motivo de su nombramiento como doctor honoris causa. Entendía el idioma, por su parecido al italiano, y podía seguir el sentido de algunas conversaciones. Pero seguía sin hablarlo. En la última ocasión en que visitó el país, en 2003, ya era capaz de mantener conversaciones en español con sus anfitriones de Murcia.
En un periodo de 14 años Ratzinger visitó al menos cuatro veces España. Hablaba poco y observaba mucho. Todos los consultados resaltan su timidez en el mano a mano, cuando baja del púlpito o de las tarimas de profesor universitario.
"Me dijo", recuerda Mendoza, "que venían tiempos de purificación serios para la Iglesia"
Olegario González de Cardedal, profesor de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, fue quien lo invitó por primera vez a España. Fue en 1989 para participar en los cursos de El Escorial. "Quisimos que se hospedara en el propio monasterio de El Escorial, cosa que normalmente no está permitida. Conoció Ávila, Salamanca y Toledo. Imagínese lo que pudo disfrutar, él que es un buen conocedor de los místicos españoles".
"La siguiente ocasión en que vino a Madrid fue en 1992, con motivo de la promulgación del catecismo de la Iglesia católica", añade González de Cardedal. "Y la última vez que lo invité fue hace apenas un mes, el 12 de marzo. Y me contestó: 'He decidido no dar más conferencias porque los años que Dios me deje quiero consagrarlos a escribir un libro sobre Jesucristo similar al de Romano Guardini, El Señor".
El profesor de Historia de la Teología de la Universidad de Navarra Josep Ignasi Saranyana ejerció como intérprete en los actos extraoficiales a los que acudió Ratzinger en Pamplona hace siete años. Aunque los discursos académicos los leyó en español, Ratzinger se expresaba en alemán y a veces en inglés o italiano.
"Era austero en sus gustos y también en la comida, aunque le gustaban las cosas bien preparadas", comenta Saranyana. Cuando me vio mezclar la mermelada con un queso riquísimo de la zona me dijo: '¿Pero qué hace usted?".
Ratzinger presentó la edición española de Mi vida, su biografía. El público lo rodeaba para pedirle dedicatorias de sus libros. Su secretario, Joseph Clemens, cogía todos los libros, se los llevaba al cuarto de Ratzinger y él iba escribiendo pequeñas dedicatorias, con una letra muy pequeñita.
"Era muy metódico en sus horarios y por la noche acusaba el cansancio. A las diez se retiraba para acabar sus rezos. A la mañana siguiente, a las siete, ya estaba a punto para celebrar misa", indica el teólogo Saranyana.
A Pedro Rodríguez, profesor de Teología de la Universidad de Navarra y decano cuando llegó el cardenal, le impresionó "la sencillez" de Ratzinger: "Íbamos a distintos tipos de actos. Y siempre me preguntaba: '¿Cómo me visto; ¿de obispo? ¿Con pantalón y chaqueta negra?'. Era como un niño, iba con lo que le dijéramos".
En los actos oficiales su traductor era el profesor Enrique Banús, director del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Navarra. "Sus aficiones, por lo que salía a relucir, eran el arte y la música clásica. Le preocupaba cómo construir iglesias contemporáneas acordes con su función litúrgica", indica Banús.
De todas las entrevistas que sostuvo Ratzinger en Pamplona lo que más recuerdan tanto Saranyana como Banús es el encuentro con los directores de la Clínica Universitaria de Navarra. "Preguntó mucho sobre cuestiones del sida, trasplantes, la atención de pacientes terminales, la investigación de células madre, reproducción asistida... '¿Ustedes cómo actuarían?', les decía. Mi impresión es que se trajo en la cabeza su despacho de Roma y estaba trabajando en Pamplona sobre cosas que tendría en Roma encima de su mesa. En algún momento llegó a decir: 'Lo bueno sería que ustedes hablaran directamente con quienes nos han planteado estos temas. Porque los obispos y cardenales no somos expertos".
Ratzinger no tomaba ninguna nota. Pero retenía bastante información porque en reuniones posteriores volvía a cosas que le habían dicho dos días antes.
"Estuvo en un colegio mayor de universitarias y una joven le preguntó cómo podía la Iglesia contribuir al enaltecimiento de los valores estéticos", recuerda el profesor Saranyana. "Y se quedó muy admirado de este sentido de la belleza propio de la mujer. Él sabía valorar el genio femenino, y yo percibí ahí la influencia de su hermana. Su hermana María, a quien yo conocí, ha sido una pieza capital en su vida".
Sus amigos españoles reconocen que el papa Benedicto XVI es una persona poco práctica para las cuestiones cotidianas, y ahí su hermana desempeñó una labor importante. "Cuando María murió él se sintió muy desamparado. Probablemente estos días la estará echando mucho de menos", comenta Saranyana.
José Luis Mendoza, presidente de la Universidad Católica de Murcia, y su esposa, María Dolores García, fueron sus anfitriones en Murcia durante cinco días, con motivo del congreso sobre Cristología.
"Me decía", recuerda Mendoza, "que venían tiempos de purificación muy serios para la Iglesia. Le preocupaba el aborto, la clonación, la secularización y posturas de determinados gobiernos respecto a Europa. Le preocupaba el misticismo light. Y cómo a través de los medios se da muchas veces información desvirtuada de la realidad de la Iglesia. También el relativismo moral, los matrimonios homosexuales. 'El que sea verdaderamente cristiano lo tendrá que demostrar con su vida, me dijo".
José Luis Mendoza hablaba lentamente en español. Y Ratzinger lo hablaba también muy despacio. Introducía de vez en cuando alguna expresión italiana, pero se le entendía. "Hablando de monseñor Antonio Cañizares [arzobispo de Toledo], dijo que era 'un gran hombre' y lo apodó el pequeño Ratzinger".
"Me dijo que tenía más de 300 solicitudes cada mes para asistir a diversos actos. Yo le pregunté que por qué había aceptado nuestra invitación. Y me dijo: 'Dios me ha movido el corazón para venir a la Universidad Católica de Murcia".
Ratzinger se echaba un rato la siesta después de comer, en las instalaciones de la universidad. "Tenemos una habitación sencilla reservada para cuando vienen los cardenales, en el piso alto de donde vivo yo con mi esposa y mis 14 hijos", indica Mendoza.
En el hotel El Rincón de Pepe, de Murcia, cenó y durmió cinco noches. Lo recuerdan como una persona frugal y atenta. Durante su estancia retiraron un cuadro de la habitación para colgar un crucifijo. Al irse, se despidió uno por uno de los empleados de recepción. "De haber sabido que llegaría a Papa", lamenta uno de ellos, "nos habríamos hecho alguna foto con él".
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