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IDA y VUELTA
Columna
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El día del no libro

Estoy pensando en el gran escritor argentino Roberto Arlt y en aquella mañana en la que sus compañeros de trabajo le encontraron en la redacción del periódico con los pies sin zapatos sobre la mesa, llorando, con los calcetines rotos. Tenía enfrente un vaso con una rosa mustia. Ante las preguntas y las angustias de sus amigos, dijo:

-¿Pero no ven la flor? ¿No se dan cuenta que se está muriendo?

Nuestra rosa de ayer de Sant Jordi ya está marchitándose, nació marchita seguramente. Hoy se está ya muriendo. Y es que definitivamente parece confirmarse que en nuestro Día del Libro se vende de todo menos literatura. Este año, a pesar de la buena voluntad de algunos, ha vuelto a repetirse un fenómeno muy propio de Sant Jordi. Muchos de los que compran libros a lo largo del año, se abstienen de hacerlo ese día. Y muchos de los que sólo adquieren uno al año compran algo que, aunque pueda parecerlo, no es exactamente un libro ni tiene relación alguna con la literatura.

A estas horas de hoy, la rosa de ayer ya está marchita y el libro mediático bien derrengado. Esta catástrofe cultural está conectada con lo que, por ejemplo, denuncia André Schiffrin en Le contrôle de la parole, su último libro. El otro día, en un certero artículo, Antonio Ramírez, librero de La Central, nos informaba de la aparición en Francia del libro de Schiffrin y nos decía que lo más destacable del nuevo libelo era la denuncia de la perversa proximidad entre el poder político francés y los grandes grupos industriales que controlan la producción de armamento y al tiempo, de forma cada vez más estrecha, los medios de comunicación. Lo mismo podría decirse de la concentración editorial en España de los grandes grupos, dedicados unos a la producción masiva de best-sellers y otros a la acumulación de tendencias políticas uniformes: "Para muchos las tesis de Schiffrin son una beligerante llamada a la resistencia, convencidos de que en la batalla por la autonomía y la diversidad en el mundo del libro nos jugamos la posibilidad de una creación cultural en libertad".

En el recién aparecido Confesiones de una editora poco mentirosa (RqueR editorial), Esther Tusquets, con encantadora levedad pero delatando una realidad en el fondo terrorífica, narra en el último capítulo cómo su carrera de editora al frente de Lumen terminó de una forma brusca e inesperada cuando decidió vender su editorial a una multinacional (Bertelsmann, ahora Random House Mondadori) creyendo que podría seguir trabajando del modo más independiente posible, algo que no le fue consentido.

En las reuniones generales a las que asistía Esther, los ejecutivos se desgañitaban pidiendo "libros mediáticos". Y en cuanto a los vendedores, se mostraban más que capacitados para vender a Stephen King, pero del catálogo de Lumen ignoraban quiénes eran James Joyce o Virginia Woolf y, de saberlo, los habrían despreciado. Desde el gerente general hasta las secretarias hablaban todos de sinergia (concordancia, simbiosis) y confundían la venta de un libro con la de un jabón, pues todo lo habían aprendido en un cursillo de formación empresarial. En una horrible convención en Túnez (a la que asistió con su hija Milena, Carmen Giralt y Andreu Jaume), Esther terminó subiendo al estrado con sus colaboradores para, en medio de globos y serpentinas y directores generales disfrazados con sinérgicas chilabas, sorprender a los vendedores de jabón y otros controladores de la palabra no hablándoles de argumentos de venta: "Ninguno de nosotros habló de televisión, ni de cine, ni de personajes y asuntos mediáticos: durante casi una hora, y sin que seguramente nos escuchara nadie, hablamos solamente de libros y literatura".

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