Cosa de brujos
Negar que Cervantes se dedicó a trapichear con dinero es negar una evidencia: ya aparecerán los documentos mercantiles que lo demuestren". Esto puede leerse en una biografía reciente y más o menos acreditada. No niega uno ni secunda esta hipótesis, last but no least, pero con ese método científico-mesmérico se puede historiar sobradamente no ya la vida de Cervantes, sino la de Confucio o la de Viriato, pastor lusitano.
La mayor parte de las evidencias que tenemos de Cervantes son de esta naturaleza intuitiva y magnética, y la mejor biografía de Cervantes será la que logre despojarse de ilusionismos. Por ejemplo, desde hace 80 años casi todo el mundo acepta que Cervantes era de origen judeoconverso. Existen cuarenta documentos que prueban lo contrario, a saber la limpieza de su linaje, y ni uno solo que la descarte, pero desde Américo Castro la posibilidad de que Cervantes fuese judío le ha resultado sumamente atractiva a la comunidad filológica y académica mundial, que la da por buena y ha puesto a una jauría de sabuesos en la husma de perniles y tocinos por las obras cervantinas. Se basan en sutilezas más o menos razonables pero olvidan aquel proverbio inglés que el comisario de policía Raskalnikov citaba en Crimen y castigo: "Ni cien conejos hacen un caballo ni cien conjeturas una evidencia".
No tenemos la menor idea de por qué se casó Cervantes ni por qué dejó al año a su mujer
Hace ya unos quince años cristalizó otra hipótesis aún más audaz, que se ha llevado en pos a algunos partidarios. Hasta el siglo XIX los filólogos e historiadores se limitaban a buscarle una cuna a Cervantes y ubicaciones adecuadas a los escenarios del Quijote, asuntos que fraguaban en opúsculos o librotes que se nos antojan hoy sumamente pintorescos, ilegibles y disparatados pero que en su día hicieron correr ríos de erudición y de tinta. Una hipótesis como la que surgió hace quince años los hubiera hecho correr de sangre: Cervantes homosexual. Resulta divertido imaginar lo que Américo Castro hubiera pensado de ello. Quiero decir que a Américo Castro le convenía que Cervantes fuese un judeoconverso, pero ni se le pasaba por la cabeza, ni a él ni a nadie de aquel tiempo, que, además, fuese homosexual. Las posibilidades de que estas hipótesis se confirmen son de momento escasas, pero en caso de que se probaran, cambiarían en poco la interpretación que pueda darse a sus obras, aunque tales deducciones resulten esclarecedoras desde otro ángulo: cada época ve en Cervantes lo que quiere ver o mejor aún, aquello que está capacitada para ver. Américo Castro, en el auge del sionismo internacional, o Rosa Rossi, en el fragor de la batalla del arco iris, ponen los límites donde creen que puede llegar la sociedad de cada momento.
Qué duda cabe que un Miguel de Cervantes judío, prestamista y dragqueen resulta, en una época que tiene a Rimbaud y a Céline en los altares, bastante más atractivo que el pobre parapoco que se tira más de diez años asentando víveres. Otro ejemplo: Cervantes fue a la cárcel por deudas. Según él, era inocente, pero la leyenda romántica de tener un genio pendenciero que empieza a escribir su gran libro cargado de grilletes se desmoronaría, y preferimos imaginárnosle como un hombre turbio que emplea el dinero público en Dios sabe qué bajas pulsiones que no acaba de hacerse perdonar escribiendo.
Sí, no sabemos casi nada de Cervantes, no podemos probar por qué hizo la mayor parte de las cosas que hizo. No tenemos ni idea de lo que pensaba íntimamente ni de su propia intimidad. A los veinte años se fue de España. No sabíamos por qué. Es casi seguro que hirió a un hombre. Tampoco sabemos por qué se alistó en la Armada, teniendo como tenía un buen empleo. ¿O no era tan bueno? En Lepanto entró en combate, lo hirieron, salió adelante, lo apresaron unos piratas, se lo llevaron a Argel cautivo, intentó cuatro fugas, le delataron o le descubrieron, y por lo que a otros empalaban, a él no le hicieron nada, y tampoco sabemos por qué, como ignoramos igualmente la razón por la cual, al ser liberado, nadie quiso echarle una mano, siendo como era un soldado ilustre. "Busque por acá en que se le haga merced", le dirán, preclaro antecedente del "vuelva usted mañana". No siendo peor que otros, tampoco podemos conocer la razón por la que fracasó como poeta. Por entonces se casa. Gran enigma ese de su boda con una muchacha de pueblo. No obstante, a falta de pruebas, hay quien afirma: "Tres causas fundamentan ese matrimonio estratégico: dinero, linaje y psicología". ¿Psicología? No. Parapsicología. El mismo historiador que espera que aparezcan los documentos mercantiles (y, acaso, las armas de destrucción masiva), nos dice de esa boda: "El varón, cuando empieza a sentir las fuerzas flaquear, y antes de decir adiós definitivamente a la juventud, necesita demostrarse su lozanía. Por ello busca un reto existencial, arrimarse a una mujer joven que puede procrear. En ese sentido, si el macho cubre y preña a la hembra, habrá renacido y habrá frenado las manecillas del imparable reloj". Las manecillas de la imaginación son libres, qué duda cabe. No, no tenemos la menor idea de por qué se casó Cervantes, ni por qué dejó al año a su mujer en Esquivias. Sólo sabemos que empezó a trabajar para el Estado, como acopiador de grano y aceite, y luego como recaudador de impuestos, y que en ello empleó los mejores años de su vida con los peores frutos: acabó, como se ha dicho, en la cárcel. No sabemos tampoco si tenía razón él o si la tenían los que le encarcelaron, o si la tenían todos. Tampoco sabemos si sus hermanas eran unas lagartas, como parece o como nos gusta imaginar por novelería, o sólo unas desdichadas que van trampeando (como muchísimas mujeres en aquel tiempo), ni si su mujer le guardó rencor por haberla tenido tan abandonada, pero Cervantes volvió a vivir con todas ellas, y con una hija natural que había tenido de soltero, y con la hija, también natural de su hermana. No. No sabemos qué le devolvió a la familia ni las razones últimas por las que se tomó en serio, entonces y no antes, la literatura, ni por qué, pese al éxito del Quijote, sus colegas siguieron poniéndole la proa. "No hay nadie tan necio que alabe el Quijote", dirá Lope de Vega, el mimado de las musas y del público, aquél a quien hubiera estado destinado el primer Premio Cervantes, de haber existido entonces tal galardón. Pero hay que decir a la gente que con lo que sabemos, no sabiendo nada, tenemos mucho. Tenemos unos libros, entre ellos uno maravilloso, el Quijote, y a su lado, la vida de Cervantes es irrelevante, aunque despierte y electrice la innata propensión que mostramos todos hacia el cotilleo insigne. "De Cervantes, todo lo que se puede y conviene conocer, destella en el Quijote", nos dirá Azaña en el que es uno de los grandes ensayos sobre el Quijote. Y teniendo la vida de este hidalgo contada por el mejor biógrafo, lo tenemos todo. El resto dejémoselo a los brujos y a los que tienen mucha psicología.
Andrés Trapiello es autor de la novela Al morir don Quijote (Destino) y de la biografía Las vidas de Miguel de Cervantes (Booket).
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