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Columna
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El triángulo

El panorama surgido de las elecciones celebradas el pasado domingo se asemeja, en mi opinión, a un triangulo desde cuyos vértices actúan diversos vectores de fuerzas. Según lo hagan en forma centrífuga o centrípeta, pueden condicionar decisivamente no tanto la formación del próximo gobierno -que también- sino, fundamentalmente, la posibilidad de construir un futuro compartido para la ciudadanía de este país.

En un vértice del triángulo se situaría el PNV, sometido a un complejo juego de fuerzas, internas y externas, que actúan en distintas direcciones. Por un lado EA, cuyo parasitismo a la sombra del partido del que surgió le ha permitido obtener siete escaños, y que junto al sector más radicalizado del propio PNV, parece tirar hacia el exterior del triángulo, buscando incluso la complicidad de EHAK para poder continuar con el proyecto ilusionante de los últimos años, en forma de una especie de Lizarra bis. En sentido opuesto, hacia la zona central del triángulo, tirarían las fuerzas más pragmáticas del partido jeltzale, aquellas que sienten vértigo ante propuestas de incierto destino, y que podrían estar dispuestas a buscar un acuerdo de fondo con los demás partidos, capaz de dar estabilidad institucional al país para las próximas dos o tres décadas.

En otro vértice se encuentra el PSE, del que el PP trata de tirar en un sentido centrífugo, mediante acusaciones de complicidad con Batasuna y de romper el Pacto Antiterrorista, tratando así de socavar la base electoral socialista fuera de Euskadi y de poner nerviosos a los dirigentes del PSOE en otras comunidades. En el propio PSE, sin embargo, parece que las aguas están más tranquilas que nunca, tras el fortalecimiento que para la línea propuesta por Patxi López y su equipo ha supuesto la cosecha del mayor número de votos obtenido nunca en unas elecciones al Parlamento vasco, lo que ha dejado en muy mala posición a los pocos fieles que quedaban a la línea anterior, representada por los redondistas. Ello facilitaría sin duda la tendencia a caminar hacia dentro del triángulo, máxime si ese vector de fuerza cuenta también con el respaldo -explícito o implícito- de Zapatero.

Por último, en el tercer vértice, estaría Batasuna, sometida también a múltiples tensiones internas y externas, entre las que cabe citar el cansancio, la experiencia que la ilegalización ha supuesto para poder actuar en la vida política, el temor al referente que, por pequeño que hoy parezca, podría representar a medio plazo Aralar y, sobre todo, la presión de un colectivo de presos que, como se demostró hace unos meses, considera que han perdido la batalla, y tiene interiorizado que una aventura de la mano del PNV, que rompiera unilateralmente con el marco institucional existente, podría alejar indefinidamente una salida a su situación personal. Ello no obstante, es preciso reconocer que en ese mundo existen también fuerzas importantes que actúan en sentido centrífugo, especialmente entre algunos sectores más jóvenes, incapaces de ver las cosas con una cierta perspectiva histórica.

Por su parte, Ezker Batua, que hace años pudo representar una posición muy cercana al centro del triángulo, parece haberse quedado ahora, como consecuencia de su apoyo oportunista al Plan Ibarretxe, sin capacidad para influir en todo este juego de fuerzas.

Nos encontramos pues ante un complejo cuadro de influencias, cuya incidencia podrá verse en las próximas semanas o meses. No estaría mal que dichas fuerzas fueran conformándose de manera que pudieran converger en algún punto del interior del triángulo, a ser posible lo más cercano al centro del mismo. Pero, para adivinar si ello constituye una posibilidad siquiera remota, primero habrán de librarse no pocas escaramuzas en los tres vértices del triángulo, entre los distintas líneas de fuerza allí existentes. En cualquier caso, todos deberían haber sacado alguna lección de anteriores fracasos: el de la apuesta por la violencia, el del proyecto frentista y uniformador del tandem Mayor Oreja-Redondo Terreros, y el del Plan Ibarretxe.

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