Ningún purpurado español entre los favoritos
Pocos cardenales y ninguna expectativa. La católica España llega al cónclave sin apenas relevancia. Ninguno de los seis prelados de este país está entre los candidatos a suceder al polaco Karol Wojtyla. Salvo algunos perfiles del cardenal de Sevilla, Carlos Amigo, un franciscano al que Pablo VI hizo arzobispo con apenas 37 años de edad, la prensa internacional -¡y también la española!- descartó desde el principio a los actuales purpurados españoles. Por lo demás, es la historia de siempre, desde que Alejandro VI, de civil Rodrigo Borja, ocupó el pontificado entre 1492 y 1503. Sólo en el cónclave de 1922, del que salió elegido Pío XI, tuvo posibilidades un español: el cardenal Rafael Merry del Val, hijo del marqués del mismo nombre y secretario de Estado vaticano durante numerosos años.
Tres años atrás, el cardenal de Madrid, Antonio María Rouco (Villalba, Lugo, 1936), aún sonaba como papable. Juan Pablo II le había distinguido nombrándolo relator del Sínodo de los Obispos Europeos, había organizado con éxito notable los viajes del Papa a España y dominaba la Conferencia Episcopal Española, donde resolvió el enconado conflicto por las sospechosas relaciones eclesiásticas con el nacionalismo vasco radical, y a punto estuvo de arrancarle al Gobierno, dominado entonces por el PP, la solución de viejas reivindicaciones episcopales: una financiación suficiente y el acomodo definitivo de la enseñanza del catolicismo en la escuela.
Pero sus posibilidades en Roma se derrumbaron pronto. Rouco, además de enfermo -operado para extirparle un riñón-, perdió el liderazgo episcopal a manos del obispo de Bilbao apenas hace un mes.
De los otros cardenales, Julián Herranz, del Opus, y el camarlengo Eduardo Martínez Somalo son ex curiales de segundo orden, y Ricard Maria Carles y Francisco Álvarez (eméritos de Barcelona y Toledo) son sólo prelados en merecida jubilación. Queda Amigo, pero su nombre apenas está contando en los pronósticos.
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