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Tribuna
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La memoria del poeta

Conocí a Imanol Larzabal en los años setenta cuando todavía no había muerto Franco y nosotros, un grupo de escritores jóvenes, nos reuníamos en el Bodegón San Ignacio, del barrio de Gros de San Sebastián, en torno a una revista de poesía llamada Barro que hacíamos entre todos artesanalmente.

En una de esas reuniones poéticas apareció una vez Imanol. Tengo de él la imagen de alguien alto y callado. Luego me enteré que era un cantautor y que, como tantos otros en aquella época, vivía huido en el otro lado por motivos de lucha antifranquista. No lo volvimos a ver. Algunos años más tarde, ya en plena Transición, conocí y amé su música, me atrapó la poderosa fuerza de sus canciones que hablaban de amor y dibujaban con profundo lirismo nuestros paisajes y nuestras esperanzas de libertad.

Una sociedad suma enteros de ceguera cuando acalla la voz del poeta que habla de la vida sobre la muerte
El recuerdo del cantante silenciado es ya todo un símbolo de dignidad y libertad entre nosotros

En 1986, ETA mata a Dolores González Catarain, Yoyes, cuando ésta caminaba de la mano de su hijo de corta edad por la plaza de Ordizia. Días después, en esa misma plaza, Imanol cantó en su homenaje. Pues bien, no entendí entonces, y todavía hoy sigo sin poder dar crédito a cómo esa acción del cantante, de la cual muchos nos enorgullecimos profundamente por sentirla como el valiente gesto de un hombre con dignidad, pudo haberle condenado desde entonces al ostracismo en nuestro país, al vacío, a la soledad.

Poco después, Imanol fue amenazado de muerte. En solidaridad con él se movilizó gran parte del mundo cultural, musical, la gente que le quería dentro y fuera de Euskadi, abarrotando el velódromo de San Sebastián, pero el vacío siguió en torno a él; definitivamente, se había convertido en un cantante políticamente incorrecto, hasta el extremo de acabar sus días fuera de Euskadi. Mira por dónde, fue a morir en Orihuela, el pueblo donde nació otro poeta libertario como él, Miguel Hernández.

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A Imanol lo expulsaron del país entre unos y otros, desde el déficit ético en el que desde hace muchos años estamos instalados. Pero una sociedad suma peligrosamente enteros de ceguera cuando acalla la voz del poeta que habla de la vida sobre la muerte, del que disiente, de los descamisados libertarios que todavía siguen creyendo en la utopía de una izquierda digna y solidaria que anteponga los postulados éticos, el respeto a los derechos humanos, antes que cualquier otro imperativo dogmático que los conculque, sea éste civil o militar, religioso o político.

Traigo la memoria de Imanol hasta estas líneas porque he visto con alegría cómo Aldaketa utiliza para muchos de sus actos, como música de fondo, las canciones de Imanol. Para mí y para muchos otros esto significa mucho, porque el recuerdo del cantante silenciado es ya todo un símbolo de dignidad y libertad entre nosotros: la posibilidad de convivir de otra manera menos endogámica, más abierta a la diversidad, más real. La posibilidad de un futuro menos cruel y más humanizado, donde sumemos ciudadanos para construir país desde la sensibilidad, la inteligencia y el respeto a los derechos humanos. Para construir un espacio democrático en el que no restemos para dividirnos entre nosotros, evitando a toda costa una sociedad desvertebrada y tensionada en aras de un nacionalismo con el que no comulgamos desde nuestro amor al país. Un país heterogéneo, formado por personas de distintas ideologías y cuya realidad diversa ha de tenerse en cuenta para un futuro común, sin necesidad de credenciales patrias o currículos de buenos vascos. Queremos otro tiempo menos doloroso en el que el derecho a la vida y a la libertad de opinión estén garantizados, y en el que nacionalistas y no nacionalistas caminemos juntos para lograr en primer lugar, por encima de cualquier otro norte, la convivencia pacífica y libre de todos los ciudadanos que vivimos en este país.

Julia Otxoa es poeta

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