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Casas del XVIII, suelos tosquizos y recalzados

El subsuelo en el que se ha producido el socavón en la calle de Hortaleza pertenece a una de las zonas más antiguas del caserío madrileño. Es una de las escasísimas áreas de la ciudad que aún conserva edificios del siglo XVIII. Las cimentaciones sobre las que se asientan sus construcciones son, pues, muy añejas y las estructuras conservan elementos de madera y otras fábricas de la época.

El terreno allí es de naturaleza tosquiza, es decir, compuesto de arenas muy compactas y arcillas impermeabilizantes que, en situaciones de sequedad, actúan de manera muy provechosa para garantizar la construcción mientras que, en presencia de agua, se alteran y producen asientos y recalces del terreno que pueden romper canalizaciones subterráneas o redes de alcantarillado. El subsuelo muestra en la zona de Hortaleza numerosas alteraciones como consecuencia de la presencia de multitud de minas, humedales, horadamientos naturales y accidentes propios de un solio de vida tan prolongada.

De igual modo, el alcantarillado es de los más antiguos de la ciudad: predomina el ladrillo, cuya rigidez lo convierte en muy frágil ante cualquier movimiento del terreno de cierta intensidad. El ladrillo se adapta muy mal a las oscilaciones y, cuando sobrevienen, por adensamiento de aguas subterráneas en fuga, por ejemplo, se fisura y cede.

Algunos arquitectos e ingenieros consultados remarcan que la ecografía del subsuelo de Madrid en ese punto específico de la calle de Hortaleza, 19, únicamente la conocen las compañías de estudios geotécnicos contratadas por las constructoras del metro.Sin embargo, señalan, suele ser habitual en las obras madrileñas el deseo de acortar la longitud de las escaleras de las futuras estaciones de la red de metro. Ello lleva con frecuencia a los tuneladores a preferir trabajar en un umbral de profundidad somera, entre los 20 y los 30 metros, aunque las garantías plenas para impedir los efectos indeseados consecutivos al paso de la tuneladora recomendarían trabajar a 50 metros de profundidad. Así se aislarían, con terrenos inalterados intermedios, las aguas colgadas que durante años se adensan en el subsuelo procedentes de las redes de riego, muy vulnerables en Madrid por sus continuas fugas y por lo arcaico de sus materiales.

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