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Columna
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Elecciones y funerales

Las elecciones vascas se han visto atravesadas esta vez por egregios funerales, los del Papa y los del príncipe Raniero. No creo que molesten mucho a los promotores de las campañas, aunque sí lo han hecho al príncipe Carlos de Inglaterra. De todos modos, las encuestas ya se han encargado de avisar que no parece que haya el interés participativo que hubo en el pasado, aunque la última, que habla de un 77% de participación posible, contradice esa inicial percepción. Aquí, los funerales que de verdad atravesaban las campañas anteriores eran los celebrados por los asesinatos de ETA, y de momento (toquemos madera) la policía se está comportando y no los tenemos que padecer.

Las ilustres exequias no distorsionan el ritmo electoral porque, entre otras razones, aquí estamos siempre en campaña; incluso se podría decir que el ambiente se relaja un tanto cuando llegan las elecciones. Hasta Ibarretxe dice ahora, después de estos años de forzar su plan por todos los medios, que va a negociar el día 18 a las ocho de la mañana. Eso sí, por separado (ya ha accedido al don de la ubicuidad): con el Gobierno español, por un lado, y con los no nacionalistas vascos por otro. Se nota que ha perdido puntos en su valoración de dialogante y tiene que mejorar este aspecto, en el que se ha visto socavado por los socialistas, que ahora dicen que quieren gobernar "para todos, pero solos".

Y si la campaña no se tensa es porque la oposición es la que va de formal, qué remedio. El subversivo es el Gobierno -cosa increíble en cualquier otra parte, porque lo normal es que las posiciones rupturistas correspondan a la oposición-, que en el fragor de la campaña sigue planteando reivindicaciones nuevas e imposibles. Aquí funciona al revés. Los que van escoltados no son quienes están en el poder, sino los miembros de la oposición, cosa increíble también. Y la campaña fuerte la llevan los del Gobierno durante todo el año. Como ejemplo de toda la temporada puede servir la reciente respuesta de la portavoz del Gobierno diciendo que la sentencia de los tribunales que declararon ilegales las subvenciones a los familiares de los presos "se descalifica por sí misma". A ver qué oposición puede llegar más lejos; sólo la que decida crear una partida armada en el monte. Lo único nuevo que se atreve a plantear la oposición, unos más explícitamente que otros, y lo que enfurece a los nacionalistas (si no lo chafa Maragall), es cambiar de Gobierno, puesto que ya llevamos veinticinco años con el PNV después de tener que aguantar cuarenta a Franco.

En este marco surrealista, viviendo en la opulencia del Cupo (aunque podríamos vivir mucho mejor todavía si no fuera por todas las aventuras en las que nos han metido Ibarretxe y el terrorismo), ni importan los funerales ni casi importan las campañas: todo está atado y bien atado, mucho mejor que lo que dejó el dictador. Aquí no se mueve ni el Tato, sólo los desesperados, como los profesores encerrados en Bertendona, que a estas alturas, tras el rechazo de una moción en el Congreso, lo estarán todavía más, pensando en el exilio para poder ejercer su profesión. Aunque en el exilio no podrán votar en las autonómicas vascas, como sí podrían los vascos de la diáspora de Idaho, Venezuela o Argentina, por ejemplo. Pero los que se exilian a España no entran en el censo del extranjero. Como decía el comandante, "cuanto más espacio más claridad".

Nunca hemos tenido los vascos unas elecciones democráticas, nos apañábamos como podíamos. ETA estaba presente, sus jovenzuelos acosaban los actos de los demás y, en el momento en que iban a votar los candidatos principales del PP o del PSE, aparecían una cuadrilla de energúmenos que conseguía la foto del día. Ni en Kosovo pasa eso.

En estos comicios el tema es la irrupción del partido de siglas paleolíticas, Partido Comunista de las Tierras Vascas, que se va a convertir en delegado de Batasuna. Lo nuestro sigue siendo un desastre, puro rescoldo de la falta de civilización política, del encanallamiento que ha producido tanto asesinato y tanta demagogia populista. No es de extrañar que no haya cambio sustancial. Habrá elecciones, todos ganarán, y no pasa nada con los funerales egregios. Afortunadamente, no hay funerales de los nuestros, y esto se irá notando en el futuro.

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