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Salambó, un premio y un privilegio para Barcelona

"Los cafés fueron, en los años veinte, los centros espirituales del mundo. La historia de la vanguardia checa está vinculada a varias tabernas de Praga. Deterioradas sillas Thonet, canapés cojos con negros forros encerados, llenos de grietas, mesitas con planchas de mármol como cáscaras de ortoceros, barras con periódicos colgadas en las paredes: decoración mitológica para sesiones inacabables, para encendidas discusiones". Angelo Maria Ripellino evoca en su deliciosa Praga mágica las diferentes realidades que conviven y se esconden bajo los pliegues de la fascinante y enmohecida capital bohemia. Pienso en Ripellino y en otros autores que han acercado a los lectores el universo de los cafés literarios de medio mundo, poco antes de entregar el premio Salambó. Hace pocos días, en la FNAC del Triangle, tuve el placer de poder entregar un año más un galardón que en muy poco tiempo -de hecho, el mismo día de su nacimiento- ha conseguido tener el respeto del sector y de los lectores. La razón, en mi opinión, es la reivindicación expresa de la literatura de calidad que hace su jurado en cada premio. Si para los premiados recibir el Salambó es una satisfacción y un honor, para Barcelona ser sede de este premio es un verdadero privilegio.

Del Salambó me seduce su hecho diferencial, el romántico y evocador lazo existente entre el premio y el café, entre el libro y el local. Y es que los que amamos la lectura y los libros sentimos una especial fascinación por los cafés literarios. Refugio contra los rigores de la existencia cotidiana para muchos escritores y artistas de la Europa del siglo XIX y principios del XX, los cafés llegaron a convertirse en espacios democráticos de convivencia. El narrador húngaro Jeno Heltai los evocaba a mitad del siglo pasado y rememoraba su papel social. Los cafés fueron, para Haltai, "la auténtica patria de los habitantes de la ciudad que se cultivaban; su hogar, su refugio y su asilo nocturno: un lugar de igualdad, una institución democrática donde todos podían entrar sin miedo, ricos y pobres, señores y criados, hombres y mujeres...". En compañía de libros, escritores y ambientes torrefactos, Europa fue forjando hasta la II Guerra Mundial buena parte de sus ideas. Cafés similares al Salambó acabaron erigiéndose en patria de intelectuales, artistas y políticos; en espacios de democracia, igualdad e intercambio de ideas y pensamientos.

El Salambó de Gràcia es heredero, en parte, de la gran tradición europea de los cafés literarios. Inaugurado en octubre de 1992, ocupa una de las tres naves de una antigua fábrica textil que Francisco Gracia y Emili Taltavull, sus diseñadores, han convertido en un agradable local que invita a la tertulia. En las sesiones inacabables que cobijaban los centros espirituales a los que se refiere Ripellino se habló y debatió sobre literatura, arte, política e, incluso, ciencia. La guerra, sin embargo, hizo trizas el rico y necesario intercambio de ideas. Se conservan, eso sí, algunos de estos cafés, donde sigue siendo un privilegio poder sentarse, tomar un café y dejarse mecer por el acompasado ritmo de la lectura. Cafés donde, hasta no hace tanto, darse cita y conversar era tan importante como poder tener acceso hoy a Internet.

Llamado a convertirse en un gran café literario, el Salambó ha cogido el testigo del café decano de Barcelona, Els 4 Gats, y es legítimo heredero de locales que antaño asumieron -sin premio literario, eso sí- este privilegiado rol. Pienso, por ejemplo, en el desaparecido y durante años inquieto y conspirador Cristal City de la calle de Balmes. El Salambó, con el tiempo, podrá formar parte de la nómina europea de grandes cafés literarios. Nómina integrada por, entre otros, el Florian de Venecia, café de la plaza de San Marcos por donde pasaron Lord Byron, Charles Dickens y Marcel Proust; el Brasileira de Lisboa, en cuyas mesas de mármol rosado Fernando Pessoa se reunió con sus colegas de la revista Orpheu y escribió algunas de las mejores páginas de la literatura europea del siglo pasado; el Gijón de Madrid, que autores como Cela, Vallejo, Porcela y Gerardo Diego han convertido en uno de los cafés literarios de referencia en Europa, y el Greco de Roma, testigo de tertulias y discusiones literarias protagonizadas por Keats y Goethe.

El 2005 es el Año del Libro y la Lectura. Entre las decenas de actividades programadas, más de 500, destaca una que se inspira precisamente en la filosofía que encarnaban los cafés literarios. Se trata del Vine a fer un café amb..., ciclo que diariamente reúne en la Biblioteca Francesca Bonnemaison a lectores con personas vinculadas al mundo de la edición. Se trata de recomendables tardes de tertulia acerca del libro y de la lectura que están teniendo una gran acogida. La sala Dante de la biblioteca se transforma diariamente en un espacio donde se salta de la palabra dicha a la palabra escrita y leída. Un delicia apta para los amantes de la literatura... y del funambulismo.

Roberto Bolaño, a título póstumo, y Baltasar Porcel han sido los ganadores de la cuarta edición del Premio Salambó. Sus novelas, 2666 y Olympia a mitjanit, son excepcionales y del todo recomendables. La ciudad, que sigue fascinando a escritores y artistas que la eligen para vivir y crear en ella sus obras, se enorgullece de ser la sede de este premio y de tener locales como el Salambó, que apuestan decididamente por el debate, el intercambio de ideas y las letras: un espacio generador de actividades y abierto a todo el mundo y a todas las iniciativas. Un privilegio para Barcelona. Esa Barcelona que se construye desde las tramas cotidianas en las que expresamos nuestro sentido compartido de ciudadanía.

Ferran Mascarell es concejal de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona.

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