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Columna
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Largo invierno de euroesclerosis

Joaquín Estefanía

Pocos podían prever que los criterios de convergencia de Maastricht para poner en marcha el euro como moneda única iban a significar un corsé para la coyuntura europea en tiempos de estancamiento económico. Por ello ha habido que reformar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) en orden a dar tanta importancia al crecimiento como a la estabilidad. En realidad, desde el punto de vista económico lo único que funciona bien en Europa es el comportamiento de la inflación: un 2,1%, un 1,9% previsto para el año en curso (a pesar de los precios del petróleo) y un 1,5% en 2006.

Y a pesar de ello, paradoja de las paradojas, a los ortodoxos y al presidente del Banco Central Europeo (BCE) Jean-Claude Trichet, el comportamiento de los precios les sigue pareciendo la primera preocupación en el horizonte. El BCE sigue manteniendo los tipos de interés en el 2%, desde junio de 2003, cuando la economía europea transita por una larga etapa de estancamiento y todas las previsiones continúan rebajando los porcentajes de crecimiento para este año y el próximo.

No son buenas las perspectivas económicas ni para la zona euro ni para la UE de 25 miembros. Europa padece dos tipos de problemas interrelacionados: los dependientes de la propia coyuntura (escaso crecimiento y mantenimiento de unas tasas de empleo muy por debajo de las zonas con las que compite) y los estructurales (pérdida de competitividad; envejecimiento constante de su población con lo que ello supone para el mantenimiento de su modelo social, sobre todo en pensiones; y deslocalización de empresas y servicios, fenómeno cada vez más acelerado).

Es en este ambiente de incertidumbre y desconfianza en el futuro inmediato en el que se están celebrando o se van a convocar las consultas (sean éstas por referéndum o por votación parlamentaria) para aprobar la futura Constitución de la zona. Por ello es un error abstraerse de la coyuntura y pensar que asuntos que no tienen nada que ver con el tratado constitucional (por ejemplo, la directiva Bolkestein, que pone en marcha la liberalización de los servicios bajo el principio de las condiciones del país de origen, y que tiene que ver con el Tratado de Niza que se trata de superar) no influyen en el ánimo de los ciudadanos. Influirán y pesadamente.

La Comisión Económica acaba de hacer públicas sus perspectivas de primavera, sobre el comportamiento de la economía europea. Los datos son pesimistas: se rebajan las tasas de crecimiento de este año y del que viene respecto a las previsiones dadas en otoño, ya de por sí bajas. La eurozona sólo crecerá este año un 1,6%, cuatro décimas menos que hace seis meses; la UE de 25 miembros, pese al mayor dinamismo de algunos de los países recién incorporados que parten de un nivel más bajo, sólo crecerá un 2%, en este ejercicio, tres décimas menos que las anteriores previsiones, y un 2,2% en 2006. El país menos dinámico es el destinado, por su naturaleza, a ser la locomotora europea: Alemania, que sólo verá aumentar su PIB un 0,8% en el año en curso. El desempleo apenas disminuirá en este periodo, con dos países en estado de excepción: de nuevo Alemania con 5,1 millones de parados (el 10,3% de su población activa en el oeste y el 20,6% en el este) y con siete millones de personas en empleos precarios y negocios individuales abiertos por desempleados y subvencionados por el Estado; y Francia, con 2,5 millones de personas en paro, un 10,5% de su población activa, pese a que su economía está creciendo por encima de la media.

En este entorno cobra mayor importancia que nunca el ascenso de los precios del petróleo. Esas previsiones sobre el crecimiento europeo están basadas en una estimación del barril de crudo de 50,9 dólares durante 2005, y 48 dólares para 2006. Pero los precios actuales ya han superado con amplitud tales datos y el FMI, entre otras instituciones, ha advertido que los precios altos de esta materia prima son un elemento constante de la realidad, no fruto de una crisis coyuntural, lo que "significa un serio riesgo para la economía mundial". Estos elementos son más prioritarios para la evolución europea que los otros expuestos por Trichet en su última comparecencia pública: la laxitud del nuevo PEC y el exceso de liquidez de la economía de la zona.

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