Lo que Paul no hizo
Los 80 años de Paul Newman son doblemente satisfactorios porque ha conseguido un récord difícilmente igualable en su oficio. Uno, mantenerse desde 1950 rodando más de medio centenar de películas, una lista de la que sólo borraríamos (o no: fue un placer verle en sandalias de romano en su debut, El cáliz de plata) dos o tres títulos (eso en el caso, repito, de que contemplarle no constituyera un placer en sí mismo). Dos, no acabar sus días trabajando en una serie de TV. Es una exhibición de maestría profesional que pocos pueden o saben permitirse. Cierto que Newman empezó en pantalla con apariciones esporádicas en la serie La familia Aldrich, pero estábamos en 1949; cierto también que ha dejado algunas interpretaciones e incluso producciones y direcciones televisivas surgidas de su talento. Pero siempre fue para programas únicos, el tipo de trabajos que la televisión norteamericana solía realizar con talento durante los cincuenta (adaptaciones de obras dramáticas prestigiosas, guiones estupendos); proyecto que él y su mujer, Joanne Woodward, han apoyado hechos una piña, como siempre. Por todo ello, cuando se corte la coleta podrá decir que pocas veces tuvo líneas estúpidas en sus diálogos. Y ésa es una forma de no quedarse mudo para siempre.
Cavilaba yo en torno a esto, a mi sazón, mientras contemplaba el enésimo episodio de la consabida serie de Hollywood do van a parar actores nada despreciables, y donde se forman jóvenes negritos que hacen de secundarios o bien de fiscales (pasados los 30), al tiempo que un cierto número de ayudantas de busto empitonado manipulan pruebas o asisten al fiscal (pasados los 30), y en donde se repiten, capítulo tras capítulo, sandeces de este jaez:
-Creo que la bala le atravesó la barbilla desde abajo y salió por la coronilla.
-En tal caso, quien disparó estaba de rodillas en el coche haciéndole una mamada.
O:
-Hay algo que se nos escapa, pero este pelo es una pista.
-Eso reduce la búsqueda al sur de Miami.
O bien (si nos ponemos en plan ciencia-ficción con seres imposibles y amenazas varias):
-Me preocupa esa nave: no tenemos ni idea de qué forma de vida hay en el interior.
-A mí me preocupa el exterior. No tenemos ni idea de qué clase de naves hay en él.
A mí se me encoge el estómago al pensar en esos actores y actrices, que sin duda habrían podido madurar y mejorar de haber nacido en una época en la que la interpretación hubiera sido puesta sólo al servicio del escapismo y de la adolescencia más descerebrados. Me los imagino regresando a su hogar noche tras noche, tras haber rodado las secuencias de rigor en la comisaría de turno, y de haber recitado, mirando al tendido (llega un momento en que les notas que no están ahí: su inteligencia salió hace tiempo), cosas de este nervio:
-Las calles son peligrosas, pero una cosa sé, y es que mi compañero nunca me abandonará y cuidará de mí.
O:
-Te relevo del mando desde este momento. Quiero tu arma y tu placa.
O:
-Mi misión es encontrarle.
En el mejor de los casos. En el peor:
-¿Quién va a ir a por el café y los donuts?
O:
-¿Vas a comerte ese Donet? Dámelo.
Más aterrador, si cabe, es el caso de Mulder y Scully, que llevan años en Expediente X y en este plan:
Mulder: Son ellos, son ellos.
Scully: Es imposible. La ciencia no lo ha probado.
¿Qué les dirán a sus hijos al llegar a casa? ¿Cómo resistirán la llamada de la botella o de las drogas? Francamente, si Charlton Heston se entregó a la bebida sólo por haber hecho de Moisés, ¿no resulta pavoroso a lo que puede llegar esta gente, inducida por el deterioro neuronal de su lugar de trabajo? Debería haber un servicio psiquiátrico de guardia para atenderles en el estudio, así como un plus por alta peligrosidad mental.
Quienes vemos esas series corremos un elevado riesgo. Por fortuna, nada que no podamos combatir viendo antiguas (que no viejas) películas de Paul Newman, y eso incluye éxitos comerciales como El coloso en llamas y obras maestras como Veredicto final. Viva Paul.
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