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Reportaje:

Los salvadores de la arena

La Sociedad Española de Cetáceos imparte cursos de primeros auxilios para aumentar los voluntarios en varamientos

Para auxiliar a una tortuga boba que acaba de varar en la arena y está gravemente herida jamás hay que colocarse al lado de su cabeza. Puede morder. Si aparece un delfín, hay que devolverlo al agua. Pero no se puede transportar en el aire. Eso le produciría un estrés que agravaría su estado. La Sociedad Española de Cetáceos (SEC) ofrece estas lecciones fundamentales en jornadas con las que pretende aumentar el número de voluntarios suficientemente preparados para dar a las especies marinas accidentadas una primera atención, que puede ser imprescindible para salvar sus vidas.

Inma Salado, de 23 años, y Pepi Cabral, de 28, han decidido asistir al curso de tres días celebrado esta semana en Cádiz. Son miembros de Ecologistas en Acción y son voluntarias en Delphis, una asociación que se encarga de atender avisos de varamientos en las costas de toda la provincia gaditana. En las últimas semanas, han registrado la aparición de tres delfines muertos en playas de Chipiona y Chiclana. Han querido ampliar sus conocimientos, concretar dudas y seguir formándose para mejorar la ayuda que ya prestan.

Cuando aparece un animal varado, vivo o muerto, la SEC recomienda llamar al 112. Los servicios de emergencia y policía son los que suelen llamar a la red de voluntarios, unos 200 registrados en Andalucía, para realizar la primera atención. La competencia última es de la Junta, que cuenta con un único Centro de Recuperación de Especies Marinas Amenazadas (CREMA) en la comunidad andaluza, ubicado en Málaga, aunque ya se prevén otros tres en Algeciras (Cádiz), Almería y Huelva. Los voluntarios se extienden por todo el litoral.

Jesús de la Fuente, veterinario de la SEC, utiliza tortugas y delfines hinchables para sus clases. Ante un centenar de asistentes, la mayoría estudiantes de Ciencias del Mar, diferencia entre la aparición de un ser vivo y un cadáver. En ambos casos, no hay que descuidar detalles. Si el animal está muerto, hay que extremar las medidas de higiene. Usar guantes y taparse la boca, la nariz y las heridas abiertas para prevenir infecciones. Si todavía respira, hay que hacer lo posible por salvarle la vida pero sin ponerse en riesgo.

El contacto con el cuerpo inerte de delfines y tortugas debe seguir un protocolo. Es conveniente acotar la zona para alejar a los curiosos. Hay que colaborar con los servicios municipales. Se debe rellenar una ficha con datos, que le servirán de apoyo al veterinario que realice la necropsia. Entre esos huecos en blanco que hay que completar, los voluntarios tienen que establecer la categoría del cadáver: del uno, el que acaba de morir, al cinco, cuando lo que aparecen son apenas restos y huesos.

Cuando el animal está vivo, tortugas y cetáceos necesitan cuidados diferentes. Con las primeras, hay que evitar situarse en la zona de riesgo, la cercana a su cabeza porque pueden girarse y morder. Si tiene clavado un anzuelo, no hay que cortarle el sedal para ubicar perfectamente dónde está la herida. La tortuga necesita estar húmeda. Jesús explica cómo se debe transportar al animal levantando su imitación hinchable. "La de verdad no tiene estas asas de plástico", aclara. Una tortuga puede llegar a pesar 70 kilos por lo que el grupo de voluntarios ha de coordinarse bien.

Atender a un delfín vivo es más improbable porque cuando llegan a la costa suelen estar en muy mal estado. Su zona de riesgo es la más próxima a la aleta, con la que puede golpear. Las reglas son tres: permitir que respire, no incrementarles el estrés y evitar las agresiones de la piel por la arena. Nunca hay que levantarlo en el aire sino transportarlo en una camilla. Puede ocurrir que el delfín sea avistado antes de llegar a la playa. Cuando un cetáceo se acerca voluntariamente a la orilla es porque busca un apoyo para descansar. Jesús revela a los asistentes al curso que ese apoyo pueden ser dos brazos humanos. Uno, que se coloca bajo su cuello, y otro, por debajo de la aleta pectoral. Y hay que dar tranquilidad. No gritar. No acercarse más de dos personas. Mantener la calma para transmitírsela al animal.

Con ese deseo, al final del curso, cuatro estudiantes de Ciencias del Mar, se acercan a Jesús para preguntarle cómo convertirse en voluntarias. Él les explica que tienen que apuntarse a una asociación para que, de esta forma, estén registradas y puedan actuar. Inma y Pepi, por su previa colaboración con Delphis, ya han visto algunos varamientos. Tienen un móvil en el que las avisan. Puede ser en Sanlúcar o en La Línea. Una distancia de decenas de kilómetros que recorren sin una remuneración, aportando, a veces, material propio.

"Es algo que nos gusta y lo hacemos", explican. Nunca han podido contemplar a un superviviente. Sus tortugas y delfines estaban muertos o perdieron la vida pocos minutos después de llegar. La dulce irrealidad hinchable tiene su cara más amarga.

200 delfines al año

La Sociedad Española de Cetáceos (SEC) tiene registrados en Andalucía el varamiento de unos 200 delfines al año y algunas menos tortugas. "Las cifras en los últimos años no han cambiado mucho. Ha habido algunos picos pero la media es casi siempre la misma", explica el veterinario Jesús de la Fuente.

Lo que sí se ha incrementado es el número de avisos, sobre todo, en época estival, "cuando más gente pasea por las playas".

A las costas andaluzas suelen llegar delfines mulares o listados y tortugas bobas o laúd, además de otras especies. Sus principales enemigos son las embarcaciones, con las que chocan, y las artes de pesca, como el palangre, en las que quedan atrapadas en sus redes.

Se investiga ahora en qué medida la creciente contaminación de las aguas está contribuyendo a los varamientos. "Es algo que se está estudiando ahora mismo pero todavía no hay resultados concluyentes", detalla el veterinario de la Sociedad Española de Cetáceos.

La suerte para cada especie es dispar. El 85% de las tortugas que llegan heridas a las playas logra recuperarse. Mientras que sólo el 1% de los cetáceos varados sobrevive. Su aproximación a la arena suele ser sinónimo de una muerte segura.

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