El primer Papa polaco
El primer Papa polaco, Karol Wojtyla, acaba de morir tras 26 años de pontificado en Roma. Para un ateo de origen polaco, refractario desde siempre a los mitos del nacionalismo y del catolicismo, tan estrechamente relacionados en el patrimonio histórico de este país, su balance inspira necesariamente sentimientos contradictorios. Tras un viaje a México, el papa Juan Pablo II acudió a su país natal en junio de 1979 y obtuvo un enorme éxito. Los católicos polacos nunca habían podido reunirse bajo su bandera nacional y hacer oír sus cantos patrióticos. Karol Wojtyla, que conocía el mundo comunista por experiencia propia, les lanzó este importante mensaje: "No tengáis miedo". Menos de un año más tarde, un poderoso movimiento obrero, Solidaridad, nacía en Gdansk y para muchos era la consecuencia del mensaje papal. Diez años más tarde, la caída del muro de Berlín señaló el comienzo del fin de dominio comunista en Europa del Este y, dos años más tarde, en la URSS.
Por tanto, se le reconoce a Juan Pablo II un papel central en este desenlace, aunque fue la consecuencia de una enfermedad interna del mundo comunista. En la segunda parte de su discurso en Polonia, Wojtyla insistió en los derechos humanos, en la necesidad de que todo el mundo "no viva únicamente de pan". Pero esta parte del mensaje fue totalmente ignorada por el Gobierno polaco, que fue el primero, en 1989, en lanzar el tratamiento de choque ultraliberal, que favorecía la carrera por el dinero de los privilegios y asestaba un golpe fatal a la base obrera. El mismo método fue adoptado en las otras ex democracias populares, sin mencionar a la Unión Soviética, donde dio nacimiento a un capitalismo salvaje, muy criminalizado. Fueran católicos o no, todo lo que el Papa decía sobre la justicia social y sobre la solidaridad no tenía ninguna importancia, no encontraba ningún eco.
Por muy posconciliar y abierto al diálogo que fuera, el Papa eslavo nunca ocultó que quería una Europa cristiana del Atlántico a los Urales. Este gran proyecto no era realista porque en el Oeste, el Viejo Continente está envenenado por las ideas de la Ilustración y, en el Este, por la predominancia de la Iglesia ortodoxa que ha rechazado todo contacto con Roma. Pese a la insistencia del Vaticano, en la Constitución europea ninguna mención señala el origen católico o cristiano de la Unión Europea. Y eso no es todo. Los especialistas occidentales en cuestiones religiosas se sorprendieron cuando el Papa insinuó que había sido elegido por Cristo y que, por su creencia, Polonia debía convertirse en una especie de "Mesías de las naciones". Sin embargo, la Iglesia no reconoce ninguna nación privilegiada. Pero él -el primer Papa procedente del mundo comunista- se veía investido de una misión sin precedentes y, por tanto, de un designio divino.
Abierto al diálogo con los judíos, "nuestros hermanos mayores", realizó varios gestos simbólicos hacia ellos, como la visita a una sinagoga o la oración ante el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. Por otro lado, recibió varias veces a Yasir Arafat, para demostrar que, pese a todo, no hacía suya la política de Israel. Todo esto vuelve imposible el regreso a la vieja tradición antisemita de la Iglesia católica. Por otro lado, sus valientes proclamaciones contra la guerra de Irak no tuvieron ninguna influencia en Estados Unidos, y ni siquiera en países tan católicos como Italia o Polonia, que se sumaron alegremente a la guerra estadounidense. Paradójicamente, esto terminaba por justificar los silencios de Pío XII, que no tenía muchas posibilidades de ser escuchado. Pero el problema más grave es la obstinación del Vaticano sobre las cuestiones morales, empezando por su rechazo del aborto e incluso de los medios anticonceptivos. Resulta bastante patético ver en una película sobre Tanzania, La pesadilla de Darwin, a un sacerdote declarar que no puede recomendar el uso de preservativos en este país devastado por el sida porque la Iglesia lo prohíbe.
Por último, en Karol Wojtyla había esa vocación de gran comunicador que le permitió realizar más de 100 viajes al extranjero, pero que parece haberle jugado malas pasadas al final de su vida. Hizo de su sufrimiento una especie de manifestación del dolor, presentándose ante la muchedumbre tres días antes de su recaída, tan sólo para que percibiéramos su rostro devastado por la enfermedad. Ningún otro Papa murió rodeado de tanta publicidad, con muchedumbres a las que se invitaba a rezar por él, como si su marcha de este mundo constituyese un gran espectáculo.
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