Un pensador antitotalitario
Actualmente disponemos de excelentes sociólogos y de competentes politólogos, incluso de sofisticados moralistas que juzgan los conflictos internacionales, pero la raza de los filósofos políticos parece en vías de extinción. Su decadencia coincide con la del marxismo, lo cual no debe ser casualidad. Uno de los últimos de esta estirpe es sin duda Claude Lefort, colaborador de primera hora de Les temps modernes hasta que chocó polémicamente con Sartre y después co-fundador de Socialismo o barbarie junto a Henri Lefebvre y Cornelius Castoriadis. La obra potente e influyente en su día de este discípulo de Merleau-Ponty ha tenido en nuestra lengua y bibliografía un reconocimiento injustamente escaso, que este excelente volumen antológico viene en parte a compensar. El parcial oscurecimiento de Lefort se debe a que cometió uno de los pecados intelectuales más difíciles de perdonar: tuvo razón antes que la mayoría y contra la opinión de la mayoría.
LA INCERTIDUMBRE DEMOCRÁTICA
Claude Lefort
Edición y traducción de Esteban Molina
Anthropos. Barcelona, 2004
280 páginas. 20 euros
Sus adversarios, que luego tuvieron que aceptar sus puntos de vista, aún le profesaron mayor ojeriza por ello. Es un fenómeno muy común, como la experiencia del conflicto vasco nos ha demostrado sobradamente. Este año en que se conmemora el centenario de Jean-Paul Sartre, auténtico especialista en errores políticos, pocos recordarán con aprecio a este damnificado por haberle llevado con innegable acierto la contraria.
Claude Lefort fue el primero que denunció el totalitarismo como la plaga política característica del siglo XX, tanto en la derecha -lo que era comúnmente aceptado- como en la izquierda, lo que causaba escándalo. En 1956 se adelantó a esta denuncia, aunque sin duda con menor brillantez que lo hicieron también Hannah Arendt y Raymond Aron. A su juicio, "el fascismo y el comunismo tomaron parte en una idéntica contrarrevolución: se encargaron de invertir el curso de la revolución democrática". Aunque este mensaje y su análisis de la lógica totalitaria hoy parecen ya no sorprender demasiado, probablemente no es inútil recordarlos en un país como el nuestro, en el que todavía se encuentran intelectuales dispuestos a suscribir manifiestos de apoyo a Fidel Castro. Por cierto: si José Saramago puede escribir un Ensayo sobre la lucidez, ¿por qué le criticaron a Emilio Lledó presidir un comité de reforma de los medios audiovisuales sin tener televisión en su casa?
Pero el mayor esfuerzo de
Lefort no se centra en estudiar el totalitarismo, sino en pensar filosóficamente la propia democracia moderna, que no es lo mismo que describir sus formas o peripecias históricas. Según él, estriba en la instauración paradójica de un poder que emana del pueblo pero cuyo lugar permanece vacío, sin que nadie pueda apoderarse e identificarse con él. Su principio es la separación de lo simbólico y lo real, la disyunción necesaria entre el poder, la ley y el saber. No hay apelación última unitaria ni referente definitivo de certeza: su legitimidad estriba en el debate permanente e inacabable sobre lo legítimo y lo ilegítimo. El autor repite y modula de diversas maneras esta definición, rechazando vigorosamente que se le tome por relativista. Sin embargo, avanza poco más allá y se echa en falta una aplicación más ajustada de su teoría a la realidad hipercompleja de la democracia de masas actual. Da la impresión de que Lefort, pese a sus agudas interpretaciones de los derechos humanos, o Tocqueville, sigue anclado en realidades que concluyeron en 1989.
Tanto la selección de textos como la introducción de Esteban Molina son muy acertadas. También la traducción, aunque ocasionalmente incurre en la inexactitud de verter subjects por sujetos (en lugar de súbditos o incluso ciudadanos) y maître por maestro en lugar de amo o señor. En cualquiera de los casos, un trabajo necesario y recomendable.
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