Trabajo de duelo sobre el 11-M
El atentado perpetrado el 11 de marzo de 2004 figurará para siempre no sólo en la memoria de los madrileños despertados esa mañana por el estruendo de la voladura de los trenes de la muerte sino también en el recuerdo de quienes escucharon mas tarde las noticias por la radio o contemplaron las terroríficas imágenes de la masacre; en el prólogo a este volumen, Fernando Vallespín señala que esa fecha se inscribirá -como la muerte de Franco o el golpe de Estado del 23-F- dentro de la categoría de acontecimientos impresos con hierro candente en la biografía personal de los españoles.
Esta recopilación, publicada un año después, resulta modélica en muchos aspectos: la calidad de la mayoría de las contribuciones encargadas, el criterio interdisciplinar aplicado para la selección de los colaboradores y el carácter complementario de los temas propuestos. Pero tal vez el principal motivo de elogio sea que sus páginas han sido puestas a salvo de los estridentes ruidos, las maliciosas distorsiones y las burdas manipulaciones acerca de la verdadera autoría del crimen -como si no fuese ya evidente que la responsabilidad exclusiva del atentado correspondió a una red de terroristas islamistas- difundidos con el único propósito de elevar las tiradas de periódicos, aumentar las audiencias radiofónicas o deslegitimar los resultados de las elecciones del 14-M.
MADRID 11-M. Un análisis del mal y sus consecuencias
Amalio Blanco, Rafael del Águila, José Manuel Sabucedo (editores)
Prólogo de Fernando Vallespín
Trotta. Madrid, 2005
392 páginas. 20 euros
Los 11 trabajos que compo
nen el volumen han sido agrupados en tres grandes secciones: la naturaleza sociopolítica del mal, la institucionalización de los resentimientos y las manifestaciones del dolor. Participan en la empresa 19 especialistas en ciencia política e historia (entre otros Rafael del Águila y Antonio Elorza), psicología social (Amalio Blanco), psicología de la memoria (José María Ruiz Vargas) y psicología clínica. No se trata, sin embargo, de una yuxtaposición de monografías que se den la espalda entre sí; los autores dialogan por encima de las fronteras divisorias de sus disciplinas y citan con frecuencia otras colaboraciones del libro.
El resultado es una reflexión colectiva desde puntos de vista plurales sobre cuestiones íntimamente entrelazadas: aparte de las inevitables diferencias de calidad entre los trabajos, el interés de los lectores por los contenidos dependerá de su familiaridad con los diversos ámbitos disciplinarios. Las aportaciones de este libro a la mejor comprensión de la tragedia vivida hace un año y de sus futuras implicaciones cubren un amplísimo radio: desde los dilemas morales que plantea la defensa de la seguridad ciudadana en una sociedad democrática hasta el tratamiento clínico de las consecuencias postraumáticas, pasando por las relaciones específicas entre el terrorismo y la religión islámica, las características del yihadismo a escala internacional, el caldo de cultivo de la violencia política, el aprendizaje del fanatismo de los guerreros de la fe, la patología de grupo de los comportamientos destructivos o los procesos de legitimación de la insurgencia.
La recopilación incluye una apretada y eficaz síntesis de los antecedentes organizativos, la preparación operativa y el sangriento desenlace del estremecedor atentado; el análisis y el relato de Javier Jordán sobre la madeja de redes islamistas en nuestro territorio coinciden en líneas generales con las conclusiones alcanzadas por José María Irujo en su investigación más pormenorizada sobre la invasión de España por la yihad (El agujero, Aguilar, 2005). Aunque el sumario instruido por el juez Del Olmo siga todavía su curso y no pueda aún darse el caso por cerrado, parece altamente probable que el núcleo sustancial de los hechos no sufra modificaciones importantes. Relegadas las hipótesis sobre la participación en el atentado de ETA y de los servicios secretos marroquíes o franceses al reino de la fantasía y enviadas las insidiosas conjeturas sobre la complicidad del PSOE en el crimen al desván de las necedades calumniosas, queda la tierra firme de las redes islamistas que la policía y la judicatura españolas venían vigilando y persiguiendo desde mediados de los noventa.
Las detenciones del sábado
13 de marzo y la persecución de los terroristas que saltaron por los aires en un piso de Leganés el 3 de abril no fueron fruto de la casualidad, sino de la activación de un banco de datos estrenado con los seguimientos al sirio Abu Dahdah en 1994, engrosado con el desmantelamiento de la organización salafista del argelino Lamari en 1997, utilizado para la reconstrucción del viaje a España de Mohamed Atta (el máximo responsable del 11-S) en julio de 2001 y continuado con el seguimiento intermitente de los integrantes de la red del 11-M. La amplia información sobre el terrorismo islamista en España disponible en teoría no impidió, sin embargo, que el atentado finalmente se produjera. El propio Aznar ha reconocido que su gobierno "bajó la guardia" ante ese peligro pese a las amenazas lanzadas por Al Qaeda en respuesta a la participación española en Irak y al ominoso aviso del atentado de Casablanca; tal vez lo que faltó fue el impulso político para que las fuerzas de seguridad diesen la debida prioridad a la prevención de un atentado del terrorismo islamista en nuestro territorio.
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