"Visto desde la historia, el Papa tenía razón"
El fervor con que Polonia despide estos días a Karol Wojtyla podría tener su reverso en Wojciech Jaruzelski (Kurów, 1923), el general que a principios de la década de los ochenta asumió la dirección del régimen totalitario, decretó la ley marcial y combatió a Solidaridad, el sindicato que bajo el manto protector de Juan Pablo II ponía en jaque al Gobierno polaco y amenazaba con resquebrajar todo el imperio soviético. Jaruzelski vive estos días con emoción contenida, enfrascado como en los últimos años en exponer su visión de la historia, la que justifica la ley marcial como un acto patriótico -evitar la intervención soviética- que puso los cimientos de la futura democratización, lo que le colocaría al final del recorrido en la misma trinchera que Juan Pablo II.
"La ley marcial fue una decisión muy difícil y dolorosa, pero no me arrepiento"
"Se trataba de una persona formidable, con gran fuerza intelectual y carisma"
"El Papa era muy modesto, no creo que le gustase todo este ambiente exagerado"
Protegido como siempre por sus grandes gafas oscuras, hierático y aún enérgico, Jaruzelski considera a Wojtyla como una de las figuras "más grandes" del mundo contemporáneo, aunque considera "simplista" atribuirle el derrumbamiento de la Unión Soviética y sus satélites. El general cuenta con despacho oficial en Varsovia, en un céntrico edificio del Ejército cuya destartalada fachada evoca los tiempos del realismo socialista. En la sala se amontonan libros, símbolos patrióticos y regalos del Ejército, entre los que destaca una efigie de emperador romano que le fue obsequiada en 2003, con motivo de su 80º cumpleaños.
Pregunta. ¿Qué tiene previsto hacer durante el entierro de Juan Pablo II?
Respuesta. Pasaré el día delante del televisor: es la única forma que tengo de acompañarle. Físicamente, no me siento capaz de ir a las ceremonias, pero viviré la jornada junto al resto de compatriotas.
P. ¿Está sorprendido por la inmensa ola de fervor hacia el Papa desatada en Polonia?
R. No, porque la religiosidad de los polacos es bien conocida. Pero se trata de una religiosidad emotiva, algo superficial. Podría decirse que los corazones polacos están cerca del Papa, pero las cabezas, no. Hay además un componente muy patriótico. Y habría que añadir el papel de los medios de comunicación, que han creado un ambiente algo exagerado. Él era muy modesto; no creo que le gustase todo esto.
P. Muchos en Polonia ven también a Juan Pablo II como un libertador frente a la Unión Soviética.
R. ¿Se refiere a principios de la década de los ochenta en Polonia? ¿O a lo que se dice ahora del Papa sobre que hizo caer el comunismo y desintegrar todo el bloque soviético?
P. ¿No son parte del mismo proceso?
R. No. En 1980-1981, ante la amenaza de invasión, el Papa no hablaba con [Leonid] Breznev ni tomaba medidas al respecto. Lo que hizo, bendiciendo a Solidaridad, fue prevenir frente a corrientes opositoras radicales. Que Polonia pudiera dejar atrás la ley marcial de forma tranquila fue en parte gracias al Papa y a su llamamiento a la moderación. Después desempeñó un papel enorme en las transformaciones históricas a partir de 1990, pero hablar del Papa como la persona que hizo posible la caída del comunismo es una simplificación vulgar. Su semilla caía en tierra fértil; era un proceso que el Papa apoyaba y que contribuyó a que avanzara.
P. ¿Lo que acabó sucediendo no implica que Juan Pablo II tenía razón y usted, el Gobierno comunista, erraba?
R. Visto desde la perspectiva de la historia a largo plazo, él llevaba la verdad. Tenía razón situando la mirada a lo lejos y considerando los supuestos morales: deseaba cambios en Polonia y en el mundo. Pero creo que no la tenía cuando se pronunció en contra de la ley marcial: le faltaba la perspectiva completa de las amenazas. A corto plazo, yo tenía razón.
P. ¿No se arrepiente de haber impuesto la ley marcial?
R. Fue una decisión muy difícil y dolorosa, pero no me arrepiento. La alternativa hubiera podido ser una gran tragedia. Y sin aquella decisión no sabemos si después hubiera sido posible el ascenso de [Mijaíl] Gorbachov en la URSS y los acontecimientos que se desencadenaron. Le voy a recordar, citado de memoria, lo que dijo Breznev el 1 de marzo de 1982: "Si los comunistas polacos no hubieran puesto un dique a la contrarrevolución, si no hubieran detenido a sus adversarios, se hubiera puesto en gran peligro el destino del continente y de Polonia".
P. ¿En aquel momento temía más a Breznev o a la fuerza del Papa?
R. Hay que diferenciar bien entre uno y otro porque pertenecen a dos planos completamente distintos. Breznev era el líder de una gran potencia, un poco petrificado, muy consevador, creador de una doctrina conocida [de soberanía limitada de los países dentro de la órbita de la URSS]. Ejercía una influencia constante sobre nosotros. La amenaza de intervención nos era desfavorable y había que evitarla. Al Papa lo veía en cambio como el líder espiritual de la Iglesia católica como un patriota polaco, con una visión muy diferente del régimen de la que tenía yo.
P. Usted dedica ahora grandes elogios a Karol Wojtyla. ¿Cuándo se dio cuenta de que era una persona "tan formidable"?
R. Mi primer encuentro a solas con él fue en 1983. Vi que se trataba de una persona formidable, con gran fuerza intelectual, con carisma, cultura, capacidad para escuchar... Era un adversario, pero, paradójicamente, también un aliado porque llamaba a Solidaridad a no escoger la vía radical. Ha sido, no obstante, con el paso del tiempo cuando he podido apreciar la gran figura que representó: es una gran figura de la historia moderna, de Polonia y del mundo.
P. ¿Considera que sus enseñanzas están incluso más próximas al socialismo que al capitalismo?
R. La enseñanza social de la Iglesia es cercana a los valores del socialismo y Juan Pablo II fue el primer Papa que lo vio. Seguramente fue porque vivió la mayor parte de su vida en ese régimen y vio sus defectos y pecados, pero también determinados aspectos de igualdad y de justicia. Él apreciaba esos valores, aunque consideraba mejor el capitalismo, más vinculado a la democracia, a la mayor eficacia de la economía de mercado, a las libertades... Pero al mismo tiempo el Papa también alertaba de las injusticias, del consumismo desbocado, del culto al dinero, de la publicidad agresiva...
P. ¿Es cierto que Juan Pablo II consideraba que usted, en el fondo, también era creyente?
R. Me han llegado algunas opiniones en este sentido, tal vez no expresadas exactamente así. Creo que veía en mí a un patriota polaco con determinada sensibilidad social y lo asociaba a mi educación, profundamente católica y patriótica.
P. ¿Se considera católico?
R. No soy creyente. Le tengo mucho respeto al Papa y a todas las enseñanzas de los Evangelios que contribuyan a hacer del hombre un ser mejor. Pero tras años de reflexiones, me aparté de la fe, especialmente de la idea de que hay vida después de la muerte.
P. ¿Y sigue siendo comunista?
R. Nunca me he considerado comunista en el sentido vulgar que se da a la palabra, de identificación plena con el sistema y lo malo que había en él. La palabra misma se ha utilizado para cosas que no llegaban a serlo. Si leemos el Manifiesto Comunista vemos que en ninguna parte del mundo se cumple. Como sistema, trajo consigo muchos males, pero si las ideas se toman de forma pura, como Marx las expresó, siguen vivas. También los socialdemócratas creen en ellas; con otros medios y otros instrumentos. Alcanzar por completo estos ideales es imposible porque los seres humanos nunca seremos ángeles, pero la humanidad anhela justicia e igualdad. Sigo siendo fiel a estos valores. Si usted asocia estos valores al comunismo, entonces sí, soy un comunista.
P. ¿No se arrepiente de nada?
R. Sí, sobre todo de dos cosas. De no haber podido llegar a un compromiso con Solidaridad que hubiera evitado el abismo en que la ley marcial era ya imprescindible. Y después, con su aplicación, hubo injusticias y acciones que la desbordaron. Aunque no soy responsable de ellas, pido perdón y lo considero un mal menor respecto a lo que hubiera podido suceder. De forma más personal, me arrepiento de haber entrado en el mundo de la política, lo que me llevó a ser primer ministro en tiempos extremadamente difíciles.
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