La muerte del papa Juan Pablo II
Lo que más me ha impresionado de la larga agonía de Juan Pablo II ha sido los miles de jóvenes que acudieron a la plaza de San Pedro a cantarle y a rezar por él, y el que sus últimas palabras estuvieran dirigidas a ellos: "Os he buscado. Gracias".
Como educador, siempre he admirado en el Papa que nos ha dejado su identificación y sintonía con la juventud. De ello fue buena muestra el cerca del millón de jóvenes entusiasmados que logró congregar en Cuatro Vientos, hace un par de años, que acudieron a oír a un viejo que les interpelaba y exigía, como también ocurrió lo mismo en Santiago, Manila, París, Denver y en otros lugares del mundo. Fenómeno este que no ha suscitado ningún partido político, ni ideología, ni nacionalismo del tipo que sea; ni tan siquiera los conciertos de música moderna. Pienso que ha sido fruto de un amor auténtico por los jóvenes, que ha sabido comprender sin dejar de exigir, unido a su pasión por la verdad, a su coherencia personal y a su fidelidad a unos valores en los que ha creído sinceramente. Como diría alguno de mis alumnos y con el mayor de los respetos: "Este Papa sí que era un tío legal".
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