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Reportaje:

El príncipe que quería ser John Ford

Alberto de Mónaco cultiva fama de 'play boy', pero tiene sus propios planes para el principado del que ya es regente

Alberto, el príncipe heredero y ya regente de Mónaco, tiene 47 años pero sabe que ha de heredar el trono de su padre desde que tenía seis. Mientras le llegaba el momento de la sucesión ha practicado natación, fútbol -preside el equipo del principado-, atletismo, tenis, yudo, automovilismo y bobsleigh, especialidad que le ha llevado a cuatro ediciones de los Juegos Olímpicos. Como miembro del Comité Olímpico Internacional que evalúa los informes presentados por las distintas candidaturas, siempre se ha mostrado muy interesado por las comunicaciones subterráneas de las ciudades, quizá porque un metro es lo que nunca podrá ofrecerse en su Estado de apenas 200 hectáreas.

En todos los hoteles o lugares oficiales de Mónaco se encuentra la fotografía de Raniero junto a la del príncipe Alberto (ambos aparecen en uniforme en el mismo retrato). Sobre el papel es lógico que así sea cuando se sabe que Alberto, con 16 años recién cumplidos, participó en sesiones del Consejo Nacional, el órgano legislativo del peculiar Gobierno monegasco.

Esa herencia ha sido puesta en cuarentena -o al menos lo ha parecido- por el padre cuando éste dijo: "No abdicaré hasta que el príncipe heredero garantice la sucesión". Pese a ello, Alberto se mantiene soltero y no parece tener planes de matrimonio. Cultiva una fama de play boy, siempre rodeado de las modelos más bellas, sin que ello sirva para acallar los viejos rumores sobre su desinterés por el sexo opuesto.

Diplomado en Ciencias Políticas por el Amherst College de Massachusetts (EE UU), oficial de la Legión de Honor francesa nombrado por el presidente François Mitterrand, experto en gestión económica tras varias estadías en la banca Morgan, Albert es un devoto de las películas de su madre, Grace Kelly -las ha visto todas y se las sabe de memoria-. Tentado alguna vez por el mundo del cine, no ha dudado en confesar sus gustos: "Me hubiera encantado ser un John Ford, pues adoro las películas del Oeste".

Pero su destino estaba escrito desde el momento en que nació después de Carolina en un país donde el trono está reservado a los varones. "La verdad es que nunca me he sentido atraído por la gestión de los asuntos públicos", reconocía Alberto en 1998, unas palabras que en otro país podrían haber causado inquietud pero que en el principado de Mónaco, un verdadero paraíso fiscal, suenan más bien tranquilizadoras para quienes tienen cada noche pesadillas en las que Liechtenstein, las islas Caimán y Mónaco copian el corralito argentino.

Considerado como blando de carácter, apocado -tartamudea cuando habla en francés, que no en inglés, el idioma materno- y demasiado amable, el príncipe Alberto ha demostrado saber desenvolverse en público al más alto nivel en varias oportunidades, en una de ellas ante Naciones Unidas, cuando Mónaco ingresó en la ONU en 1993.

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Quienes están o creen estar en el secreto del futuro monegasco aseguran que Alberto quiere poner fin a la total opacidad de la banca local y renunciar a acoger los capitales comprometidos con el narcotráfico, la trata de blancas o el terrorismo. Su Mónaco, dado que no queda un palmo de tierra edificable, ha de reciclarse y él, quizá por influencia de su paso por el Comité Olímpico, desea que en su territorio se encuentren a gusto las ONG y los defensores de la ecología. En ese segundo aspecto conectaría con la vieja pasión oceanográfica de los Grimaldi, mientras que en el primero coincidiría con su madre, la heroína de bailes de caridad.

El príncipe Alberto saluda desde el palacio de Mónaco el pasado 27 de enero.
El príncipe Alberto saluda desde el palacio de Mónaco el pasado 27 de enero.EFE

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