"No tenemos medicinas, ni siquiera un generador"
Desde el aire se adivina la fuerza caprichosa del terremoto. Hay barrios enteros hechos trizas, mientras que otros han quedado casi intactos. Entre Nias y Simeulu, donde se desató la violencia de las placas tectónicas el pasado lunes, se aprecian microislas anegadas.
Simeulu ha sido junto con Nias la isla más castigada por el último seísmo. Allí han muerto hasta el momento 17 personas y los militares -el Ejército no ha permitido el acceso a equipos de rescate extranjeros- siguen encontrando entre dos y tres cadáveres al día. "No tenemos medicinas, ni siquiera un generador de electricidad", dice el comandante Kurwono, mientras supervisa la evacuación de heridos en la pista de aterrizaje de Simeulu. Steve Whitley, de Mentor Initiative, una organización británica, llegó ayer para evaluar los brotes de malaria en la isla. "Los que han perdido sus casas duermen fuera y los que no, también, por miedo a las réplicas, y muchos no tienen mosquiteras", apunta. "Además, en Simeulu, con una población de 71.000 habitantes, no hay teléfono ni ningún medio para comunicarse, y eso lo complica todo", añade.
Junto a lo que queda de la terminal del aeropuerto de Simeulu -el alicatado del suelo y poco más- una veintena de voluntarios indonesios descansan después de una mañana de trabajo. "El 26 de marzo habíamos dado por finalizado la fase de emergencia tras el maremoto y ahora ha vuelto la tragedia", se lamenta el coordinador de los voluntarios. No ha acabado de lamentarse cuando se le cae la tapa del bolígrafo y se cuela por una de las grietas abiertas en el asfalto.
Unos metros más allá, unas mujeres esperan el helicóptero para evacuar a una vecina que tiene un fuerte dolor en el pecho. Una de ellas, ataviada con el hiyab o pañuelo islámico blanco, típico en Indonesia, cuenta que está preocupada por la suerte que ha podido correr su madre, residente en Banyak, otra de las islas siniestradas.
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