Madres e hijas
En una escena fundamental de esta absorbente Sévigné, aquélla en la que la dramaturga Marina (Balletbò-Coll) entra en contacto con su idolatrada actriz y directora Julia (Azcona) y su marido, el crítico Gerardo (Pou), la desenvuelta joven deja sentado lo que para ella es la interpretación: naturalidad, ninguna afectación, "a la americana", para entendernos, dice. A lo largo y ancho del filme, la actriz y también realizadora Ba-lletbó-Coll se empeña en llevar a la práctica esta máxima, pretendiendo, se sospecha, que el registro del suyo sea una suerte de contrapunto al más dramático del resto de los personajes. El resultado no siempre le va bien a la peripecia: Marina desempeña un peso grande en la función, y como tal queda un tanto ahogada por la fuerte presencia de Julia y de Gerardo. O, más bien, de Azcona y Pou, que se meten en sus papeles con una naturalidad, ésta sí, absolutamente ejemplar y desarmante.
SÉVIGNÉ
Dirección: Marta Balletbò-Coll. Intérpretes: Anna Azcona, Josep Maria Pou, Marta Balletbò-Coll, Carme Elías, Eduard Farelo, Francisca Piñón. Género: comedia dramática, España, 2004. Duración: 82 minutos.
Este pero no basta, no obstante, para empañar los logros de Sévigné, un gran paso adelante respecto a la película anterior de su autora, aquella Cariño, he enviado a los hombres a la Luna, de infausto recuerdo. Y, de hecho, tal vez haya que situar la performance de Balletbò en la misma línea que el resto de sus interpretaciones, de lo que a estas alturas no cabe duda de que constituye su personaje cinematográfico por excelencia, la joven alocada, un pelín payasa pero dotada de una inmensa capacidad de enamoramiento; la lesbiana romántica y exagerada, pero de buen corazón, que se mete en berenjenales incluso sin quererlo, pero de los cuales sale siempre con buen pie. Al fin y al cabo, como cualquier heroína romántica, es la suya una criatura salvada por su innata capacidad para el amor.
Por lo demás, es Sévigné un instrumento que, con la excusa de las tortuosas relaciones entre Madame de Sévigné y su hija, objeto de la obra teatral que escribe Marina, parece cargado de grandes intenciones, con sus discursos sobre el amor maternal, las cargas que madres e hijas arrastran, los desentendimientos que en tantas ocasiones las atenazan. Pero todo lo que luce importante en el filme es más que nada un instrumento, un hábil McGuffin para esconder algo: como en Costa Brava, aquí la cosa va de una larga historia de amor, de cómo se concreta, de dejar los caminos abiertos para una continuación que el espectador deberá rellenar por su cuenta. Hábil, brillante por momentos y con una escritura personal e inteligente, Sévigné sirve para confirmar el talento de Balletbò-Coll, una directora tan personal como, por fortuna, tenaz y persistente.
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