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DON DE GENTES
Columna
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Lo siento, mi amor

Elvira Lindo

HUBO UN TIEMPO en que no se podía ser hortera en España, y yo sufría mucho. Sufría en silencio. Hubo un tiempo en que ser hortera era considerado contrarrevolucionario. Hubo un tiempo en que mi alma maricona estaba atrapada en una cárcel ideológica. Hubo una vez en que fui a ver La pocilga, de Pasolini, y para colmo la vi sentada en un suelo helado de losetas de un centro cultural. Con eso creo que lo he dicho todo. Hubo un tiempo en que leí La madre, de Gorki, y dije que me gustaba. Pero conste que antes hubo un tiempo todavía peor, aquel en el que leí Juan Salvador Gaviota, pero de eso responsabilizo directamente a mi profesor de religión, que era un cura moderno, o sea, lo peor, yo prefiero a los preconciliares que van de frente. Hubo un tiempo en que dije que sí a todo, porque yo era muy cobarde, yo era esa niña tierna de las Juventudes Comunistas que ocultaba a los pequeños camaradas su pasión erótica por Starsky y Hutch; concretamente por Starsky, que era el moreno y que provocó en mí los primeros orgasmos mentales (con Starsky nunca fue necesaria la estimulación digital. Gracias, Starsky); yo era la niña que sentía pasión por Los hombres de Harrelson, que lograban crearme un íntimo sentimiento de culpa ideológica, ya que tenía sueños eróticos con los cinco a la vez y me despertaba sudando y con unas dificultades de concentración a las que atribuyo el descenso de mi media académica; yo era fan de Los ángeles de Charlie, que me hicieron acariciar la secreta idea de llegar a ser una mujer de acción, independiente, con tendencias sexuales ambiguas y el deseo de poder soltar en algún momento de mi vida la siguiente frase: "No soy lesbiana, pero odio a los hombres". Yo no era yo en los primeros años de la transición. Yo era una falsa, como joven militante, como persona. Yo era una hortera, y las horteras, como las testigas, pueden mentir durante un tiempo, pero a la larga les sale la maricona que llevan dentro. Esa hortera a la que le gustaba Tom Jones, el tigre de Gales; esa hortera a la que le gustaba Rod Stewart, de inolvidable paquete debajo de los pantalones pantera. Por cierto, que años después me lo encontré en una tienda en Los Ángeles y comprobé en un rápido barrido visual que el paquete seguía ahí, como el primer día, a punto de romper el tejido. Yo era esa hortera a la que le gustaban los sillones naranjas, el plástico, los plafones con forma de huevera, aquella canción de Si tú eres mi hombre y yo tu mujer (que ya es lo último), el Pescaílla, Peret. Yo era esa hortera que adoraba a James Brown, pero no ya por su música, que eso es lo evidente, sino por su look; yo era esa joven que bailaba delante del espejo Te estoy amando locamente, de Las Grecas. Hace unos años le daba dinero a una de ellas, a la que se volvió loca y acuchilló a su hermana y vivía en el metro y se paseaba en bragas y americana por el barrio de la Latina. Yo le hice una entrevista sólo por estar al lado de aquel mito de mi juventud. Ahora ya todo esto no tiene mérito, ahora ser hortera está de moda, ser hortera es tendencia, ahora los hijos llevan camisetas naranjas y pantalones verdes de cuadros, y les gusta el manga, y no sienten ninguna vergüenza por haber creado un foro en Internet de defensa de aquel espacio televisivo que se llamaba Humor amarillo, en donde salían unos japoneses que se daban de hostias, y lo han convertido en cosa de culto y a veces hasta proyectan aquellas mamarrachadas en la Universidad, y todo eso después de haber ocultado yo durante años que era una de las guionistas de aquel bodrio que siempre firmamos con seudónimo. Ahora ya nada importa; ahora, después de que Tarantino dijera que plagiar es de sabios y que Almodóvar puso de moda en el mundo la estética del papel pintado, ahora uno puede decir: "Qué coño, soy hortera porque el mundo me hizo así". Ahora puedo estar paseándome por Madison Avenue, entrar en Ralph Lauren, en esa tienda megapija que más que tienda es un museo del XIX, y mientras me siento como una reina en una de las butacas esperando a que el dependiente, un mariquita fino que se esfuerza en tener acento inglés, me trae una corbata furiosamente salvaje, la más salvaje que tenga porque tengo previsto regalársela a Pere Gimferrer y no quisiera por nada del mundo decepcionarle; ahora, mientras compruebo la textura de la seda, decido cuidadosamente el estampado, escucho en mi discman a toda pastilla a Falete. El dependiente me pregunta qué música es, y yo le coloco los cascos y observo su cara con desconfianza, con el convencimiento de que a este dependiente americano con ínfulas británicas le será imposible emocionarse con la voz desgarrada de este monstruo que grita: "Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo, / que mi cuerpo no tiembla de ganas al verte encendido", pero me equivoco, los horteras tenemos vías de conexión que superan las fronteras del idioma (tal vez el Instituto Cervantes debiera tomar nota). Al dependiente le sale con furia la mariquita que sólo saca en sus horas libres y se queda concentrado en semejantes versos, "y tus besos que ayer me excitaban no me dicen nada". Y yo me pregunto por qué han tenido que pasar tantos años; por qué no he podido ser joven ahora, que me hubiera gustado más; por qué no pude empezar por el principio, reconociendo ante Dios y ante mí misma que me gusta no sólo Falete, sino la canción Lo siento, mi amor. Porque me agarro al asiento, pero me dan ganas de arrancarme allí, en el mismo Ralph Lauren, con un furioso taconeo.

Michael Glaser (Starsky, a la derecha) y David Soul (Hutch), los actores que protagonizaron la serie <b><i>Starsky y Hutch</b></i>
Michael Glaser (Starsky, a la derecha) y David Soul (Hutch), los actores que protagonizaron la serie Starsky y Hutch

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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