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Columna
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Lamentable

Rosa Montero

Ignoro si el jefe de urgencias del hospital de Leganés se habrá extralimitado al sedar enfermos terminales, pero sí sé que quienes le denunciaron anónimamente y la Consejería de Salud de la Comunidad, que ha relevado al médico con prisa inusitada en vez de investigar discretamente, han hecho un daño incalculable a toda la sociedad española. Ante tanta precipitación y tanto escándalo, una no puede por menos que sospechar el acicate de un prejuicio, de ese miedo irracional al tabú de la eutanasia, o, lo que es aún peor, de ese arcaico prurito ultracatólico por el cual el enfermo ha de sufrir hasta el final y apurar su cáliz de dolor. Este criterio reaccionario es la causa última de muchas agonías insoportables, de un sufrimiento indebido y atroz. La sedación no tiene nada que ver con la eutanasia: puede que acelere un poco el fin, pero no mata, sino que endulza el tránsito. Un informe de la Organización Mundial de la Salud ha denunciado que, en Europa, los enfermos terminales sufren sin razón porque no se les proporcionan los cuidados más elementales. Cuando se hizo el estudio, más del 25% de los enfermos que agonizaban de cáncer en los hospitales llevaban más de 24 horas sin tomar un solo calmante. Y en 2002 unos médicos españoles analizaron la muerte de 56 pacientes en un hospital de Almería y descubrieron que el 70% no tuvo ayuda suficiente y que el 30% no recibió ninguna sedación. Según la OMS, cuanto más viejo es el paciente menos se le socorre.

Yo les he visto. He visto a esos ancianos abandonados a su suerte en los hospitales, ignorantes, empavorecidos e indefensos, sufriendo un martirio estúpidamente innecesario. Eso sí que merecería una denuncia y una inspección de la Consejería de Salud: esa falta de compasión, esa incomprensible reticencia que muestran muchos profesionales de la salud a la hora de administrar un maldito analgésico para aliviar un sufrimiento agudo. Pero no, resulta que esa actitud feroz y displicente es más bien la "normal", mientras que los médicos que intentan suavizar la agonía de sus pacientes pueden acabar teniendo problemas. ¿Quién se va a atrever a administrar sedantes después de este lamentable caso de Leganés? Contra toda razón, triunfan la burricie y la inclemencia.

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