Tormenta
Un viaje me lleva al sur de la Argentina, la Tierra del Fuego, el cabo de Hornos, el confín del mundo, según desde dónde se mire. En todo caso, a un lugar mítico donde todavía verdean leyendas de grandes marineros, travesías heroicas, tormentas descomunales, terribles naufragios.
El lugar, con todo, no es tan remoto que no lleguen noticias de la crisis del Parlament de Catalunya y de su pacífica resolución consensuada. En esta ocasión, la nave y sus tripulantes han optado por no afrontar los elementos, dar media vuelta y regresar antes incluso de salir a mar abierto. Tal vez sea lo mejor, pero en este paraje agreste por donde anduvieron Drake y Magallanes, me asalta una leve sensación de desconsuelo.
No voy a juzgar si Maragall hizo bien o mal al provocar la crisis, pero si la provocó, debería haberla llevado hasta el final. Los políticos, los partidos, las instituciones y los pueblos han de tener fe en su capacidad de resolver sus propios conflictos, y han de asumir riesgos si quieren ser algo real y no sólo teatro. En el caso presente, la crisis habría alterado sin duda la tranquilidad y habría obstaculizado la llamada gobernabilidad, a la que todo se sacrifica, al menos de boquilla, últimamente. Pero es probable que también hubiera aclarado incertidumbres, modificado posiciones, sacudido inercias, renovado el panorama, en general, y puesto al día la máquina política, algo que debería haberse hecho ya si se quiere hacer frente a nuevos retos y, sobre todo, si se quiere negociar con gentes más habituadas a navegar por aguas turbulentas y a sortear escollos de mucha envergadura.
Maragall podía haberlo hecho: es honesto e inteligente, tiene cancha y, si no me equivoco, cuenta con el apoyo de la mayoría de la población. No lo ha hecho así y ahora el barquito catalán surca sin vaivenes las aguas turbias pero serenas del estanque en el que hemos decidido establecer nuestro hábitat natural.
Al principio de la crisis, en un llamamiento a la conciliación, Maragall utilizó dos imágenes acertadas: el suflé catalán y la vaselina. El suflé es un guiso vistoso, de alta cocina, hecho de mucho aire y poca chicha. En el símil de Maragall se refiere a nosotros como colectividad. La vaselina, obviamente, es de uso individual.
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