Dos visiones en Bilbao
Arte de diferente talante en dos galerías de Bilbao. Jorge Rubio (Bilbao, 1972) muestra en Bilkin un entramado libérrimo de formas geométricas, pequeños paralelepípedos blancos, fluctuando por el espacio bidimensional. Utiliza la atracción espectacular de los escorzos. Quiere dar una sensación de vorágine visual. A veces los fondos están forjados de colores netos. Otras veces añade en los fondos, e incluso en las partes principales de los cuadros, unas formas de tipo orgánico que contrastan con las de orden geométrico. Son formas tubulares, como si fuera el resultado de pintar mecánicamente a mano y con trazos rápidos chorros de agua, plasmando sus luces, medios tonos y sombras. También aparecen determinadas formas sinuosas, a la manera de plantillas que le sirven de apoyos recurrentes.
En uno de los cuadros de signo únicamente constructivista hay un inserto de una caja metafísica de Oteiza, cuyo parecido semeja a un retazo de vacíos en cadena o más bien a lo que Jorge denominaba como parietal. La mayoría de lo expuesto parece destinado al diseño de murales callejeros, como si su modus operandi no fuera otro que la vía de grafittis más o menos colectivos con firma.
Al entrar en la galería Catálogo General se palpa una alta temperatura artística. Los cinco óleos de gran formato han creado una atmósfera como de iglesia o museo o, para generalizarlo mejor, un lugar de especial recogimiento. En ese ámbito se vive con intensidad lo pintado, porque con acendrada intensidad ha ido plasmando Ramón Pérez (Bilbao, 1964) cada una de sus obras.
Se trata de desnudos. Los modelos son hombres, mujeres y niños, juntos o en grupo, con la inclusión de una mujer embarazada. Los ha pintado en el primer envite tal cual son. Una vez guardada esa visión en el secreto de su mente, empieza a elaborar una versión más oculta, misteriosa y ambigua. Para conseguirlo ha tenido que apelar a una especie de indefinición o llamémoslo imprecisión muy calculada. Ello comporta un gran riesgo, en especial porque puede estar rayano con la impericia más acusada. No es así en este caso. Todo lo contrario.
Los resultados se hacen acreedores de esa alta temperatura que percibimos al entrar en la galería. El artista ha repartido racimos de colores como surgidos del hondón de su psique, mediante la factura de veladuras sin cuento por los cuerpos de los retratados. Se ha vaciado por dentro. Nos ha dejado en la atmósfera de la galería una sensación lechosa, como si viniera de un sueño. Ciertamente, la carne de los desnudos llena todo el ámbito y parece seguirnos obsesivamente aún cuando estamos lejos de la galería. Eso sólo puede conseguirlo quien ha sido capaz de anidar dentro de sí una alta y envidiable temperatura artística.
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