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Cipayos en Irak

A primera vista las similitudes entre la guerra y la posguerra de Irak y las situaciones creadas por las conquistas y colonizaciones clásicas son cada día más idénticas, salvando todas las diferencias y matices que los especialistas quieran introducir. Los colonizadores llegaban a un país con un poder militar cien veces superior al de los aborígenes, invadían núcleos de población estratégicos, se fortificaban en puntos clave y liquidaban el asunto en un abrir y cerrar de ojos. Al principio no se molestaban en buscar excusas: los colonizados eran extinguidos o utilizados con los permisos oficiales necesarios y con toda naturalidad. Cuando las colonizaciones se convirtieron en colonialismo se empezaron a justificar tropelías con argumentos más o menos relacionados con la civilización y la modernidad. Hasta culminar en la clerical sandez norteamericana del eje el mal, las explicaciones sobre los beneficios que las innumerables masacres han reportado, no sólo a los pueblos ocupados y a las víctimas, sino al mundo en general, han mostrado la enorme imaginación y capacidad para civilizar que tenemos los civilizados. No tengo idea de si cañones y armaduras contra flechas debe ser algo más o menos desproporcionado que aviones, tanques y blindados contra fusiles. Tampoco conozco si las bajas españolas en América, inglesas en la India, europeas en África, fueron equiparables a las americanas en Irak. Sospecho que la desproporción en medios de guerra y número de invadidos muertos ha aumentado en el transcurrir de los siglos. Es esa desproporción la que convierte en similar la situación, además de otras consecuencias y pretensiones típicamente colonizadoras.

A pesar de la enorme desigualdad nunca resulta fácil someter a los ignorantes pobladores beneficiarios, e incorporarlos a la modernidad. Siempre hay quien se resiste a que lo eduquen. Tradicionalmente, para mantener la cosa y expoliar cómodamente los recursos del país en cuestión, se nombraban autoridades locales, se reclutaba a los más hambrientos o desesperados y se les convertía en partidarios forzosos y uniformados: los cipayos. Buena parte de los ejércitos coloniales estaba compuesta por soldados nativos, encargados de matar rebeldes legalmente y ser asesinados ilegalmente por estos, evitando así la faena de matar o morir a miles de pulcros invasores. Comprendo que es una interpretación algo truculenta de un tema escolar y elemental sobre colonizaciones, aprendido en la adolescencia. Claro que la visión que tuvieran los indios del norte y del sur de América, los africanos, los indios de la India (de donde procede el nombre de cipayos, convertido en cruel insulto), y tantos otros pueblos colonizados durante siglos, debió ser mucho más dramática. Tan dramática como la posguerra de Irak. Y tan parecida. Después de una rápida guerra ganada prácticamente de antemano, en Irak se maneja la posguerra siguiendo la tradición: fabricando autoridades, fuerzas del orden y soldados contra quienes no aceptan la ocupación, llamados, según en qué posguerra, guerrilleros, resistentes, rebeldes y ahora terroristas, pero cuyos métodos no varían gran cosa: bombas, atentados, sabotajes y disposición a sacrificar la propia vida, causando decenas de muertes en la parte más vulnerable: civiles no beligerantes y desgraciados que se apuntan a la fuerza de seguridad para poder comer.

No creo que EE UU se equivocara al no prever la desastrosa posguerra. No era importante. Organizar una posguerra así no es nada especialmente complicado en un país deshecho, gozando de amplia impunidad para aplicar cualquier método, para vulnerar derechos fundamentales y transgredir sin sanciones la legalidad internacional. Contando, esta vez sí, con la complicidad de la vieja Europa, rejuvenecida con su flamante Constitución y recompuestas sus relaciones con EE UU. Puesto que la guerra ya ha pasado, se puede seguir comerciando tranquilamente. Una Europa cuyos gobiernos, como ocurre con el español, se prestan a entrenar iraquíes para que aprendan a matar iraquíes o a morir a manos de iraquíes. Gobiernos, con mayoría de ciudadanos contrarios a la guerra, presumiblemente poco favorables, exceptuando nuestra derecha más servil, a mantener excelentes relaciones con el gran colonizador. Gobiernos sorprendentemente interesados en apoyar los criterios sobre terrorismo del amigo americano y ayudar a la imprevisible derrota del terrorismo, pese a sus propias tesis sobre las causas de una violencia que sólo se puede frenar, según dicen, anteponiendo la democracia a la seguridad, con más tolerancia, con menos pobreza y más libertad. Aún está por ver si abandonar Irak puede resultar más desastroso que la actual ocupación. Es difícil imaginar más muertos diarios. No lo sabremos nunca si, siguiendo la tradición colonialista, no se abandona un país hasta que está totalmente pacificado, o sea, saqueado y dominado.

Doro Balaguer es escritor.

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