Medios de comunicación e inmigración
El papel que en la cobertura informativa de los fenómenos relacionados con la inmigración desempeñan los medios de comunicación escritos, contrariamente a lo que algunos puedan pensar, puede considerarse globalmente positivo. Ésa es una de las principales conclusiones que se desprenden de un voluminoso estudio impulsado por la Fundació Jaume Bofill y dirigido por el profesor de la UAB Xavier Giró. Esta conclusión, a pesar de no ser la única, es en sí relevante, ya que a menudo los medios de comunicación y los profesionales de la información son los destinatarios de las críticas de quienes vemos con no poca preocupación que la cotidianidad no se acaba de ajustar a la visión de la realidad que tenemos y preconizamos. Es evidente, como el mismo estudio pone de relieve, que hay diversos aspectos mejorables en el trato informativo que los inmigrantes reciben. Pero de la misma manera que se hubiera destacsdo la conclusión en un sentido contrario, parece ajustado destacar lo contrario.
El tema no es menor, ya que la relevancia del fenómeno migratorio, su enorme complejidad y sus consecuencias sociales hacen que cualquier construcción social de esa realidad -y la acción informativa es una aportación muy relevante a esa construcción social- tiene probablemente una influencia muy grande en el desarrollo futuro de nuestra sociedad y más concretamente en su nivel de cohesión social. A nadie debe sorprender que la imagen social de la inmigración sea en gran medida deudora del trato informativo que los medios de comunicación construyen día tras día. Precisamente por ese convencimiento se hace necesario impulsar una reflexión sobre el trato informativo de la inmigración, poniendo de relieve que esa visión globalmente positiva con la que he iniciado este artículo puede ser necesaria, pero no suficiente, para abordar una reflexión de esta naturaleza.
Probablemente, uno de los aspectos menos evidentes para un lector pero más relevantes de los déficit que se esconden en la cobertura mediática de la inmigración es la ausencia permanente de la voz de los inmigrantes en esa construcción informativa. Sólo en contadas ocasiones los inmigrantes aparecen en las informaciones como sujetos, con voz propia y personalidad definida. Es una exclusión sutil y probablemente sin intención, pero eso no es suficiente para evitar grandes consecuencias. La más importante es que hay una visión de esa realidad, la que precisamente protagonizan los sujetos que son el motivo de la información, que no se puede expresar. Es, para entendernos, como si en una información deportiva los jugadores, entrenadores o directivos de los clubes no pudieran aportar su opinión, su punto de vista, su percepción. Es evidente que las condiciones que acompañan a la inmigración dificultan la consolidación de referentes sociales a los cuales contrastar y pedir opinión para incorporar en las piezas informativas. Pero todas esas dificultades no pueden ser tomadas como excusas para seguir excluyendo a los propios inmigrantes de la construcción informativa sobre la inmigración. La tarea no es fácil, pero tampoco imposible.
Respecto a esta realidad, nos encontramos con el trato informativo que se da a las fuentes informativas que alimentan las coberturas relacionadas con la inmigración. Si las fuentes informativas tienen exclusivamente su origen, como ocurre en demasiadas ocasiones, en cuerpos policiales o judiciales, el resultado puede ser esperado. Es evidente que no hay que demonizar esas fuentes, pero no es menos cierto que la mayoría de las referencias informativas que producen guardan relación con aspectos que podemos relacionar, cuando menos, con situaciones sociales de conflictividad. Uno de los ejemplos más difíciles de justificar y sin duda más urgentes de erradicar de nuestros medios de comunicación es la permanente tendencia a etnificar determinadas prácticas delictivas. Todos recordamos las bandas de los peruanos que actúan en las autopistas, las bandas de jóvenes colombianos y dominicanos que se implantan por las grandes ciudades, los tirones que protagonizan en el centro de estas mismas ciudades menores magrebíes, y así podríamos seguir con otros muchos ejemplos que nos inducen -conscientemente o no- a ver, por ejemplo, un delincuente potencial en busca de su presa en cualquier adolescente marroquí con el que nos crucemos en plenas Ramblas de Barcelona. Que las fuentes de información -policiales o de otra naturaleza- reproduzcan una tendencia a la simplificación, a estereotipar conductas, a la asimilación de determinadas actuaciones delictivas con identificaciones de nacionalidades extranjeras, no es justificación para su posterior reproducción en los medios de comunicación. En ese punto no hay argumentos por parte de los profesionales ni de las empresas periodísticas para seguir con esa práctica, a no ser que se esté bajo el efecto de una concesión total a la espectacularidad informativa.
No es menos cierto que en la información sobre la inmigración también se ponen de relieve los déficit que acechan hoy a demasiadas redacciones. La tiranía de lo inmediato -en parte por la presión que ejercen otros medios-, que dificulta una correcta contextualización informativa, la falta de contraste de algunas informaciones y la dificultad de disponer de periodistas especializados en esta área, limitan enormemente el resultado. En resumen, en el trato informativo sobre la inmigración no hay motivo para el pesimismo, pero existe un margen evidente para la mejora.
Jordi Sànchez es profesor de Ciencia Política.
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