Una exposición revisa el trabajo creativo de Zuloaga en sus talleres de Pedraza y Zumaia
La Caja Vital presenta una muestra de 35 óleos y objetos personales del pintor guipuzcoano
Ignacio Zuloaga (Eibar, 1870-Madrid, 1945) vivió a caballo entre dos paisajes casi antagónicos, pero que estimó como propios: la cercanía inevitable de su Guipúzcoa natal y el interés por Castilla, un territorio imprescindible para los creadores de su tiempo. Ahora, la Caja Vital relaciona ambas sensibilidades en la exposición Ignacio de Zuloaga. Los talleres de Pedraza y Zumaia (1898-1945) que reúne más de una treintena de óleos. Además, la muestra cuenta con recuerdos biográficos y parte del decorado que realizó para la obra Retablo de Maese Pedro, de Falla.
La exposición, que se podrá visitar en la sala de la Caja Vital (Postas, 13-15) hasta el próximo 17 de abril, se ha completado con obras procedentes de los museos Zuloaga (Zumaia), San Telmo (San Sebastián), Bellas Artes de Bilbao o Reina Sofía de Madrid, además de colecciones particulares. Una selección que rinde homenaje al espíritu noventayochista de este pintor guipuzcoano, descendiente de armeros y ceramistas que a los 20 años se trasladó a París. Allí, en la capital artística por excelencia de aquel final del siglo XIX, vivió la crisis de la España de su tiempo y fraguó sus virtudes como pintor, prestando especial atención al paisaje y el retrato.
En el taller de Pedraza, donde pasó muchos veranos, trabajó sobre todo el paisaje. Destaca su interés por el entramado urbano de los pueblos y ciudades que conoce, como reflejan sus vistas de la propia localidad segoviana, de Sepúlveda (a veces con figuras humanas en primer plano, con lo que unifica sus temas predilectos), de Segovia y su plaza del Azoguejo o su magnífica catedral; de La Granja de San Ildefonso, de El Escorial y hasta una bellísima calle de Gerona, cerca del barrio judío.
Pero no hay que buscar romanticismo ni costumbrismo banal en estos cuadros, más bien un puro interés estético por recoger con su mirada algunos lugares y personajes predilectos. Las modas le importaban bien poco, ya que por su edad podría haberse subido al carro de alguno de los movimientos pictóricos que descollaron en Europa desde el impresionismo. Es más, después de recorrer la muestra parece como si Zuloaga tuviera trazado un plan de trabajo con un estilo y contenidos propios, ajeno a su tiempo artístico.
Retratos
Así se aprecia en los retratos, que componía sobre todo en Zumaia, donde compró una casa en 1914. Los de su familia, como Mi prima Cándida o el de su hija Lucía parecen destinados más que al disfrute privado a una sala de museo. Y en cuanto a los de encargo, no faltan los imprescindibles de su época, como si el pintor de Eibar hubiera tenido la capacidad visionaria de conocer quiénes de sus coetáneos iban a permanecer en la memoria colectiva: Valle-Inclán o Manuel de Falla, entre otros.
Quizás el mejor ejemplo de esta capacidad certera de saber quién es quién sea el inacabado Mis amigos, con trece o catorce figuras y una ausencia. Al fondo, la Apocalipsis, de El Greco, mientras que el ausente es Unamuno, representado por una pajarita de papel sobre una mesa. Se identifican fácilmente al propio artista, Ortega y Gasset, Marañón, Valle Inclán, Pío Baroja, Blasco Ibáñez y Uranga (siete en total), y con dificultad se podría suponer que los restantes pudieran ser Ayala, los escultores Beobide y Sebastián Miranda, el pintor Julio Romero de Torres, quizás Juan Ramón Jiménez y un torero que, según una de las comisarias de la exposición, sería Juan Belmonte.
La muestra de Zuloaga cuenta, además, con el atractivo de que se ha reservado un espacio dedicado al aspecto más íntimo del artista, con fotos, facsímiles de escritos y otros objetos del pintor, además de una proyección sobre su vida. Y, como verdadera primicia, la selección de los decorados de la obra Retablo de Maese Pedro, que casi por vez primera sale del Museo que el pintor tiene en Zumaia y que muestran su faceta más divertida.
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