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Reportaje:CRISIS POLÍTICA EN ALEMANIA

Las horas más bajas de Joschka Fischer

El ministro de Exteriores alemán, el más popular durante años, paga las consecuencias de una política de inmigración sin control

El carismático líder del partido ecopacifista Los Verdes, Joschka Fischer, atraviesa las horas más bajas de su insólita carrera política. Cuando está a punto de cumplir 57 años y se acerca la recta final de la legislatura, Fischer se enfrenta a una crisis inédita en su trayectoria personal. Una carrera política sin parangón en Alemania: desde lanzar piedras contra la policía en las calles de Francfort a principios de los setenta, a vicecanciller y ministro alemán de Asuntos Exteriores que recorre el mundo vestido de traje, chaleco y corbata.

Un par de decretos con la firma de Fischer, elaborados con la intención de favorecer la libertad de viajar, abrieron las puertas de Alemania, y de los países europeos del acuerdo de Schengen, a turistas y jóvenes de Ucrania, Bielorrusia, Rusia, Albania y Kosovo ansiosos de conocer la soñada Europa occidental. No sólo a ellos. Las resoluciones ministeriales de Fischer facilitaron también el trabajo de negreros de finales de siglo, criminales y traficantes de seres humanos dedicados a introducir en la Europa rica mano de obra ilegal y abastecer burdeles desde la frontera de Alemania con Polonia en el Oder hasta el sur de España y Portugal.

Las decisiones de Fischer facilitaron la entrada a delincuentes de Europa del Este
El malestar por la política de visados se reflejó en las elecciones de Schleswig-Holstein

Un decreto del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán del 3 de marzo de 2000, emitido por el ministro de Estado y diputado de Los Verdes, Ludger Volmer, lleva clara la mención de que "tras un extenso examen de nuestra práctica para la concesión de visados", "el ministro Fischer impartió la orden" para la nueva normativa. De forma inequívoca, la resolución de Volmer llega a la conclusión de que al balancear los criterios para la concesión de visados regirá el principio de "en la duda, a favor de la libertad del viajero". Asegura el proverbio que el camino del infierno está asfaltado de buenas intenciones. Pocas veces ha tenido tanta validez como en el escándalo de los visados que ahora golpea a Fischer.

El semanario Der Spiegel, que ha llevado la voz cantante en la denuncia, llega a la conclusión de que la resolución ministerial "minimiza el riesgo de los traficantes de seres humanos y maximiza las ganancias de los criminales". Se pregunta Der Spiegel "cuántas fueron las prostitutas obligadas, cuántos los trabajadores ilegales, cuántos narcotraficantes y criminales en serie, pudieron atravesar la frontera en un autobús de línea porque la consigna era que, en caso de duda, se debía estar a favor de la libertad de viajar. En la práctica, esto se convirtió en una puerta abierta para los viajeros dudosos".

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Con la entrada en vigor de las nuevas normas, el número de viajeros con visados de turista procedentes de Ucrania aumentó de forma escandalosa. De una media de 141.156 en los años 1998 y 1999 se pasó a 297.784 en 2001. El consulado de Alemania en Kiev no daba abasto. Notorios delincuentes se apoderaron de las colas y los funcionarios apenas disponían de dos minutos para examinar cada solicitud. A esto se unió la actividad de empresas criminales que trabajaban en Alemania para facilitar las tarjetas de turista que cubrían con un seguro a los viajeros durante su estancia en el dorado Occidente. Un juez de Colonia acaba de condenar al jefe de una de esas organizaciones, pero consideró como circunstancia atenuante que pudo actuar gracias a la negligencia del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán que dirige Fischer.

Durante más de dos años Berlín ignoró los reclamos de varios diplomáticos y las advertencias de los organismos de seguridad y los servicios secretos. Dedicado a la alta política, Fischer se olvidó de la intendencia. Así llegó al extremo de tener que soportar que el jefe de los parlamentarios socialcristianos (CSU) de Baviera, Michael Glos, le calificase de "proxeneta" por "complicidad con la prostitución ilegal" en un debate en el Parlamento Federal (Bundestag). Otras teorías sobre la vista gorda o la negligencia practicada por Fischer en el escándalo argumentan con la necesidad de congraciarse con el ala progresista de Los Verdes. El sector izquierdista verde, indignado por la renuncia a los principios pacifistas con la intervención armada de Alemania en los bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia en 1999, necesitaba una compensación. Nada mejor que concederles la liberalización en los visados.

Cualquiera que sea el motivo, el caso estalló con fuerza a principios de este año mientras Fischer se dedicaba a viajar en la zona del maremoto del sureste asiático como un titán de la ayuda humanitaria. Mientras el tsunami de los visados crecía, Fischer callaba. El ex ministro de Estado Volmer, que firmó la resolución de marras, tuvo que dimitir, pero la opinión pública no se conformó con el sacrificio de un peón y exigía explicaciones de un Fischer que practicaba la política del avestruz. Cuando por fin se decidió a hablar asumió la responsabilidad política, como ministro, de las faltas y errores que hubieran podido cometer sus subordinados. No las propias.

Las elecciones regionales en el Estado federado de Schleswig-Holstein y la caída demoscópica de Fischer le obligaron a dar la cara. El ministro de Exteriores encabezó durante tres años la clasificación como político más popular de Alemania. En el último sondeo su índice de popularidad se redujo a la mitad y perdió el liderazgo en favor de un político democristiano todavía poco conocido, el primer ministro de Baja Sajonia, Christian Wulff (CDU). Semejante descenso de celebridad no se recuerda en Alemania salvo el caso del ex canciller democristiano Helmut Kohl, tras salir a la luz su implicación en los donativos ilegales que recibió para la financiación del partido.

En Schleswig-Holstein se pusieron de manifiesto las posibles consecuencias del escándalo. Los democristianos (CDU), a los que las encuestas daban la elección por perdida, se lanzaron en las últimas semanas a una campaña contra la coalición entre socialdemócratas (SPD) y Los Verdes por los visados. El hombre de la calle que, ante las cifras de desempleados por encima de los cinco millones, vive en Alemania con el pánico al paro, recibe el mensaje de que millares de ilegales le pueden quitar el puesto de trabajo. La política de visados de Fischer fomentó el trabajo negro de los ilegales procedentes del este de Europa. La respuesta en las urnas en Schleswig-Holstein: caída de los votos del SPD hasta los peores resultados en casi medio siglo y estancamiento de Los Verdes. Los dirigentes del partido ecopacifista se justificaron con el argumento de que no perdieron votos, pero esto no convence. Hasta ahora, como en una especie de ley de vasos comunicantes de la política, Los Verdes recogían buena parte de los votos que perdía el SPD y así la coalición salvaba los trastos. No ocurrió así en Schleswig-Holstein y podría repetirse el 22 de mayo en las decisivas elecciones de Renania del Norte-Westfalia, el Estado más poblado de Alemania, con 18 millones de habitantes. A Fischer no le quedó más remedio que reconocer sus propios errores y admitir su responsabilidad ante el congreso de Los Verdes de Renania del Norte-Westfalia, celebrado en Colonia.

El ministro Fischer encarna de forma palpable a la generación del 68 que eligió el camino de la larga marcha a través de las instituciones hasta llegar a la cumbre. Atrás quedaron los días de la militancia del hoy ministro en el grupúsculo Lucha Revolucionaria, en Francfort, y sus contactos en la zona gris con los que eligieron el camino de la lucha armada en Alemania y acabaron en el terrorismo. La derecha alemana no le perdona esto a Fischer. No puede soportar ver al frente de la diplomacia alemana, feudo tradicional de la clase alta y la élite dirigente, a un individuo surgido de la lucha callejera contra la policía, que un día se presentó en playeras para jurar su cargo de ministro de Medio Ambiente del Estado federado de Hesse, y que en el Bundestag tuvo la osadía de levantarse y gritar al presidente: "¡Con la venia, señor presidente, es usted un tonto del culo!".

En su escalada a la cima también quedaron atrás, y en la cuneta, muchos atropellados por la arrogancia y prepotencia de un Fischer que pisó muchos callos y sembró su camino de cadáveres políticos. Ahora todo eso le pasa la factura. Un periodista del Welt am Sonntag resumía la situación: "Semejante arrogancia tenía que pagarse algún día. Ahora Fischer se tambalea ante el ímpetu de los ataques dirigidos en su contra". El periodista describe a Fischer como un oso cansado y pesado que se mueve de un lado para otro, incapaz de defenderse sobre las tablas del circo. Esta visión es sólo momentánea. El canciller federal, Gerhard Schröder, el aliado socialdemócrata del verde Fischer, ha salido en su defensa y aseguró que el ministro de Exteriores continuará en el puesto pase lo que pase.

No les queda otra. Sin Fischer, Los Verdes pierden el líder que los mantiene por encima del 5% y les garantiza su existencia política. Sin Fischer, Schröder perdería el poder. Por eso están condenados a apoyarse y mantenerse, aunque esto podría convertirse en el abrazo del oso que les arrastre al abismo.

Una mujer señala a Fischer su sitio en la ceremonia de apertura del nuevo Museo del Holocausto en Jerusalén.
Una mujer señala a Fischer su sitio en la ceremonia de apertura del nuevo Museo del Holocausto en Jerusalén.REUTERS

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