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Locuras presupuestarias

Los que sabemos que los desequilibrios presupuestarios a largo plazo normalmente acaban en desastre nos rascamos la cabeza ante las prioridades de George W. Bush. La crisis de la Seguridad Social que quiere "resolver" no pasa del tercer puesto en la lista de los problemas presupuestarios de Estados Unidos, en una época en la que estos problemas amenazan la estabilidad económica mundial. El problema más grave de las finanzas públicas estadounidenses es el déficit a corto y medio plazo entre los ingresos fiscales y el gasto. Este déficit es creación propia de Bush, que promulgó recortes tributarios que meramente cambiaron la carga de la consolidación presupuestaria a generaciones futuras. El segundo problema más grave es la explosión que amenaza con producirse a la larga en los costes de los programas sanitarios estadounidenses. Esto es también en parte obra de Bush, o, mejor dicho, omisión de Bush, porque la política de gasto sanitario en el primer mandato fue la de no hacer prácticamente nada.

El gasto sanitario aumentará en las dos próximas generaciones porque las cosas en las que se gastará el dinero serán cada vez más maravillosas

Un Gobierno competente se ocuparía de solucionar estos problemas más graves. Supongamos que EE UU tiene ese Gobierno. ¿Qué haría? Enfrentarse al déficit presupuestario significa decidir qué porción del PIB debería asumir la Administración federal, estableciendo el gasto en ese nivel, y estableciendo los impuestos necesarios para equilibrar el presupuesto a lo largo del ciclo económico. Decidir si a medio plazo es preferible que los gastos federales sean, pongamos, del 16%, el 20% o el 24% del PIB, y a qué deben dedicarse. Menos sencillo es solucionar la inminente explosión de los costes sanitarios, porque el rápido aumento del gasto es el efecto secundario de una oportunidad que hay que aprovechar.

La oportunidad deriva del hecho de que nuestros médicos, enfermeros, farmacéuticos y científicos están aprendiendo a hacer cosas maravillosas. Muchas de estas cosas son, y serán, caras. El gasto sanitario aumentará rápidamente en las dos próximas generaciones porque las cosas en las que se gastará el dinero de la sanidad serán cada vez más maravillosas. Es probable que los gastos sanitarios deseados sean enormes para algunas cosas e insignificantes para otras. Para eso está el seguro. Pero los mercados de los seguros privados no funcionan bien cuando el comprador sabe más que el vendedor sobre lo que se está asegurando.

Para eso nacieron los sistemas sanitarios estatales. Sin ellos (e incluso con ellos), los ricos podrán permitirse más y mejor atención sanitaria que los pobres. El rápido aumento de los costes sanitarios enfrentará probablemente a los Gobiernos de todo el mundo desarrollado con las principales cuestiones de política económica que se les presentarán en las próximas dos generaciones. El Gobierno de Bush todavía no se ha dado cuenta, pero otros Gobiernos tampoco están pensando lo suficiente. Como mucho, buscan maneras de evitar que el gasto sanitario siga aumentando, como si se pudiera obligar a entrar nuevamente en la botella al genio del progreso médico. En vez de eso, los Gobiernos deberían asumir las próximas innovaciones sanitarias y preguntarse con qué velocidad debería aumentar el gasto y cómo debería financiarse.

J. Bradford DeLong es catedrático de Economía en la Universidad de California en Berkeley y fue secretario de Tesoro de Estados Unidos durante la Administración de Clinton.

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