Cosas de citas
"Creo que en la vida sólo hay dos o tres líneas de edad reales. Una es a los cuarenta años, que se pueden, sin embargo, cumplir en la adolescencia ( ). Luego llega un momento en que lo que queda son las propinas de la vida, a partir de los setenta, más o menos". Lo dijo un relativo ausente (de la vida, no de la memoria), Manuel Vázquez Montalbán. Al precipitarme a los 62 años con mi rodilla distraída y mis carencias, agradezco, sin embargo, la propina que es cumplir años, y ello implica recordar a quienes ya no podrán cumplirlos: incluyendo a los que hicieron el viaje truncado por las bombas del 11-M. Cumplir años en marzo, cualquier marzo, es para siempre un pastel con sus espinas.
Por eso quise regalarme a mí misma una de esas casas de citas de fácil acceso, que no tienen peldaños ni el cuarto de baño en el sótano: el precioso Diccionario de citas, de Wenceslao Castañares y José Luis González Quirós (editorial Noesis). El primer compendio de citas de mi vida. Esto es una especie de confesión, que realizo con motivo tan fausto (estar viva a la hora de escribir que voy a cumplir años), es un reconocimiento de gran calado. Pues, a pesar de mi oficio de escribir, nunca había poseído un volumen lleno de citas célebres al que consultar.
¿Desinterés, autosuficiencia? ¡Ca! Terror pánico a comprarme el mismo modelo que utiliza cualquier otro columnista, y acabar escribiendo la misma columna que él o ella. Dentro de lo posible, una intenta no cansar al cuerpo lector.
Pero esta vez, alentada por esa arrogancia teñida de sapiencia que da el cumplir años, abrí mi libro de citas, que está muy bien organizado: por autores, de la A a la Z, y al final tiene un Índice Temático con palabras-clave o frases o inicios de poemas que son, en sí mismas, poemas formados por las sentencias de diferentes autores alineadas una debajo de otra, porque pertenecen al mismo tema.
Fascinada, busco la voz vida (dos páginas a doble columna en el índice, de Adagio Escolástico a Zambrano) y me dispongo a gozar. Voy a Conrad: "Vivimos como soñamos, en soledad" (procede de El corazón de las tinieblas). De súbito me encuentro con Torres. Vaya, me digo, un pariente. "La vida es como el café o las castañas en otoño. Siempre huele mejor que lo que sabe". Releo, y esta vez examino el nombre que encabeza la cita: Maruja Torres, 1943. Esto lo escribí yo, me envanezco, quién si no. Recuerdo perfectamente que fue aquí, en EPS, en uno de estos artículos que vengo publicando desde hace años, bajo distintos epígrafes. Empiezo a notar que se me van a saltar los corchetes del sujetador, de puro gusto. A ver, estoy situada debajo (metafóricamente hablando) del escritor y religioso jesuita español Juan de Torres, y encima de Bartolomé de Torres Naharro, quien afirma: "Para vida reposada (y otra no es la que Dios nos mandó) basta mujer de tal traza que me traiga la paz en casa". Vaya por Dios.
Entonces, ojeando el dicho Índice, descubro una cita única: vagina, tumba de artista, y a su lado, el nombre de Vargas Llosa. Galopo hacia la página y leo la frase completa: "La mujer y el arte son excluyentes, mi amigo. En cada vagina está enterrado un artista". Es de La tía Julia y el escribidor. Reconozco que no me acordaba, y que cuando leí el libro no se la tomé en cuenta al gran novelista. Sin embargo, descontextualizada y a estas edades ¿Otra vez vas a tener que mirarte la vagina en un espejo, Maruja? ¿En la década de los setenta, para buscarte el clítoris, tal como recomendaban las feministas de Boston, Massachusetts, y ahora, para ver si tienes calcificado en el útero a un por tu culpa frustrado boom de la literatura catalana? ¿Es ello lo que veo mi vello púbico o la barba del pobre hombre?
Vuelvo a la Cita Propia para tranquilizarme. Y entonces me doy cuenta de que bajo la frase del café, las castañas y todo lo demás, al citar la procedencia, pone: Atrib. ¡De "atribuida"! ¿No habrá un lector o una lectora que tenga pruebas de lo contrario?
Tengo una crisis de identidad que ya me gustaría ser Millás para sacarle partido.
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