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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Traca política con 'masclet' final

A nuestro presidente Francisco Camps le encrespa la crispación y, más todavía, la rudeza. Amable de suyo, resulta difícil imaginarlo enfadado y más todavía desabrido. Pero la dinámica política de estos días, al parecer, le ha hecho perder los estribos y le ha disparado un tanto la lengua. Así, al presidente de la Cámara de Comercio de Alicante, Antonio Fernández Valenzuela, le ha reputado de "irresponsable", lo que se nos antoja algo insólito, aunque por otra entendamos que es justo y oportuno. Convertirse a sus años en abanderado cantonalista abona el dicterio, que, sin embargo, tampoco ha sido cosa del otro mundo.

Más mordacidad ha tenido, a nuestro parecer, motejar de "alcahueta" al dirigente socialista Joan Ignaci Pla por haber propalado éste una entrevista que nuestro molt honorable mantuvo en enero con el ex presidente Jordi Pujol. Un episodio habitual en la agenda de todo político que en este caso se tiñe de color por la fobia anticatalana -mera pantomima- que destila este ejecutivo campista. El asunto no tiene chicha siquiera para convertirse en chisme, y tampoco justifica el varetazo dialéctico. Pero nuestro president tiene pinta de andar algo sobresaltado y quizá por eso equivocó el género, pues el mentado podrá haber pecado de chivato, pero es muy macho.

Y tampoco es propio de su estilo mesurado con tintes curialescos echar mano del arcón de la abuelita para vestir a Joan Ribó con la indumentaria de "comunista", como si de algo infamante o inconstitucional se tratara. Es obvio que lo ofensivo no es el epíteto, mero anacronismo a estas alturas, sino la intención descalificadora. Ya tiene suerte el presidente de que sus interlocutores, más prudentes, no acuden al envite y desdeñan la guerra de petardos que propicia el ambiente fallero. Tal como hoy está el PP valenciano, que es una gusanera acéfala y a la greña, tienen tela que cortar para hacerle un traje a su antagonista.

En tales rifirrafes estábamos cuando, sin preaviso ni anestesia, el presidente del Consejo de Estado, Francisco Rubio Llorente, exhuma el espectro dels Països Catalans en el curso de una divagación acerca de las futuras reformas constitucionales y la delimitación de ciertas autonomías. El jurista, amparado en su sentido común y sin duda poético, pero ajeno a la oportunidad política, habló de la Comunidad Nacional Catalana, en la que incluía la valenciana con las Baleares. Y ardió Troya. El eminente consejero ya ha enmendado el desliz, anonadado por el revuelo provocado.

No se sabe si al presidente Camps le administraron una taza de tila o un cóctel de ansiolíticos, pero si bien no dijo una palabra al respecto, sus edecanes se pusieron tibios condenando la temeridad. El vicepresidente Víctor Campos, como vemos en los filmes, se apresuró a convocar una conferencia de prensa para condenar la demasía y pedir cabezas. La de Rubio Llorente, en primer lugar, y también la de todo un "gobierno débil" -se refería a la debilidad del de Madrid, no nos confundamos-. Al tiempo, y tanto por arriba como por debajo de esta mentada autoridad, desfiló el tuétano patriótico que garantiza la vertebración de la España eterna e históricamente cambiante. Font de Mora, Rita Barberá, José Bono, Mariano Rajoy y el habitual elenco del patriotismo esencialista. El PSOE se apresuró a declarar que no tiene previsto alterar la Constitución en lo atinente a las nacionalidades y regiones que en ella se contemplan. Uf, qué susto.

Sosegados, pues, los ánimos y extinguidos los ecos del bombazo quizá no resulte provocador sugerir -de ahí no pasamos- que ese debate está pendiente, que España es así, porque también puede reordenarse de otras maneras en atención a su trama cultural o, simplemente, por eficiencia administrativa. A lo peor, nos están sobrando autonomías, diputados y funcionarios. En el siglo naciente de la cosmología, con las enormes innovaciones que se avizoran y nos apremian, no debería trastornarnos tanto la simple propuesta de reajustar este puzzle geográfico y cultural que llamamos España, y que tampoco hay razón para que pierda su nombre. No quisiera que el presidente Camps me pegase un zurriagazo retórico por un asunto, la patria, que me trae sin cuidado.

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