En la guerra y repicando
Visita al enorme castillo-convento que fue sede de la primera orden militar española, en el sur de Ciudad Real
Raimundo Sierra fue un fraile matamoros que pasó a la historia por repartir hostias consagradas y de las otras a más de 500 kilómetros del monasterio navarro de Fitero, del que era abad; todo un récord. Concretamente, lo hizo en Calatrava la Vieja, en la actual provincia de Ciudad Real, ocupándose valerosamente de su defensa en 1158, después de que los caballeros templarios salieran por piernas de la fortaleza al ver venir a los almohades.
El rey Sancho III de Castilla, en justa recompensa, le concedió ese mismo año la plaza y las tierras de los alrededores en señorío, y así fue como surgió la primera orden militar de España, la de Calatrava. Primera no sólo en el tiempo, sino en importancia y en sumar influencias y riquezas sin cuento: suyos llegarían a ser más de 350 pueblos -esparcidos por toda la frontera con el moro, desde Portugal hasta Aragón- con 200.000 almas.
Desde las almenas se ve un paisaje de labradíos intercalados con olivares y viñedos
La Reconquista era la gran empresa de la época. Aquellos caballeros, mitad monjes, mitad soldados, trabajaban sin descanso, como ejecutivos nipones, para la orden. Tenían su staff, sus estatutos, su logo -una cruz roja parecida a un trébol de cuatro hojas- y una marca que aún da nombre a 20 pueblos de Ciudad Real y a una inmensa comarca. Ni Bill Gates puede soñar con que dentro de 900 años haya 20 Microsoft Citys. Al igual que ocurre con los garajes donde nacieron algunas de las mayores empresas de nuestros días, el castillo de Calatrava la Vieja no tiene mucho interés para el viajero, salvo que sea un Doré. A 16 kilómetros de Ciudad Real, en Carrión de Calatrava, límite septentrional del Campo de Calatrava, y sobre un altozano a orillas del Guadiana, proyectan su sombra cuatro muros roídos que nada nos dicen de la que fue la más eficaz máquina de guerra y colonización de la España medieval.
No es que la orden decayera: es sólo que, en 1212, tras la batalla de Las Navas, el enemigo se retiró hacia el sur y tras él fueron los calatravos, novios de la frontera. Allí sí, en Aldea del Rey, cerca del extremo meridional de la comarca, y sobre el cerro del Alacranejo, se alza una fortaleza de veras imponente, la de Calatrava la Nueva, que fue cuartel general de la orden hasta finales del siglo XVIII.
Edificada con rocas blancas y bermejas, como una prolongación del crestón cuarcítico sobre el que se aúpa, no más ver esta choza de 46.000 metros cuadrados y triple muralla se nos viene a las mientes la siniestra abadía de El nombre de la rosa. Nos sobrecogen su altura, su soledad, su pétrea gravidez y, sobre todo, rasgar el silencio sepulcral de su iglesia de estilo cisterciense, de dimensiones catedralicias, con un rosetón que se come media fachada. Menudo posadero de cuervos.
Y menudas las vistas desde sus almenas: hacia el norte, se ve un paisaje casi infinito y suavemente ondulado -manchego, o sea- de labradíos intercalados con olivares y viñedos, y de charcas donde a la tardecica abrevan las ovejas camino de su hato, el pastor oyendo la radio debajo de un chopo; hacia el sur, entre crecientes montañas, se atisba sierra Morena, y señalando el paso de Andalucía, a través de ellas, la hoz del Fresnedas; mientras que, en el cerro de enfrente, se avizoran las ruinas del castillo árabe de Salvatierra, recordatorio de que todas las obras humanas no son sino castillos de naipes que acaba derribando el solo roce del minutero.
El tiempo, que derroca las más altas torres, no dejó indemne a la orden de Calatrava, que poco a poco fue perdiendo el espíritu castrense y monacal para transformarse en administradora de sus vastos territorios y, al ir menguando éstos -primero con la incorporación del maestrazgo a la corona por los Reyes Católicos y, finalmente, con las desamortizaciones del siglo XIX-, en poco más que una corporación honorífica, con sede en la cercana villa de Almagro: un lugar (nadie lo niega) mejor para vivir, más civilizado y lisonjero, pero no más bello que este salvaje castillo roquero.
Desayunos con migas y huevos
- Cómo ir. El castillo de Calatrava la Nueva se halla al sur de Ciudad Real, en el municipio de Aldea del Rey. Dista 250 kilómetros de Madrid yendo por la A-4 hasta Santa Cruz de Mudela y por la CM-4122 hasta Calzada de Calatrava. A siete kilómetros de Calzada, por la carretera de Villanueva de San Carlos, está el castillo.
- Visita al castillo. Abre todos los días, excepto lunes, de 10 a 18 horas. La entrada es gratuita, y el recorrido, por libre. Si se desea una visita guiada, contactar con Társilo Coello (teléfono 605 640832).
- Alrededores. En Granátula de Calatrava (a 17 km): santuario de Zuqueca y yacimientos de Oretum y de los Castillejos. En Almagro (a 27 km): plaza Mayor, Corral de Comedias, Museo Nacional del Teatro, convento de la Asunción y almacén de los Fúcares.
- Comer. Las Vegas (Aldea del Rey; Tel. 926 86 53 92): cocina casera; 9 euros. La Encomienda (La Alameda; Tel. 926 87 91 69): cordero asado a la brasa de encina, cabrito frito con ajos y, por encargo, arroces con pollo de corral o perdiz de campo; 25 euros. Palacio de la Serna (Ballesteros de Calatrava; Teléfono 926 84 22 08): caviar de berenjena y cordero relleno de foie y verduritas; 50 euros.
- Dormir. Cerromolino (Calzada de Calatrava; Tel. 926 69 30 87): casa de labranza en una finca agropecuaria, con desayunos a base de migas, chorizo y huevos de corral; doble, 45 euros. Cantohincado (Villanueva de San Carlos; Tel. 926 69 31 05): pabellón de caza con muebles y cuadros del siglo XVII y vistas a Sierra Morena; 45 euros. Palacio de la Serna (Ballesteros de Calatrava; Tel. 926 84 22 08): edificio neoclásico del siglo XVIII, transformado por el diseñador Eugenio Bermejo en un hotel-museo, con 24 habitaciones que son auténticas instalaciones artísticas; 100 euros.
- Más información. Ayuntamiento de Aldea del Rey (plaza de España, 1; Tel. 926 86 69 10). En Internet: www.castillosnet.org
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