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Columna
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'Tasis'

Vicente Molina Foix

Si alguno de mis lectores en esta página tiene buena memoria, no se asuste: no estoy tan gagá, y este artículo no es una repetición del que publiqué el pasado mes de agosto sobre Don Juan de Tasis, conde de Villamediana, poeta pendenciero y bisexual a quien castigaron dioses y hombres en la calle del Arenal.

La columna de hoy es otra cosa, pues va de unas personas de la ciudad a quienes uso mucho, con quienes hablo o me impaciento mucho, y en cuyas manos dejo al final del día considerables sumas de dinero: los tasistas. Hay en Madrid 20.000, y es posible que yo conozca a la mayoría.

Mis queridos y -por qué no decirlo, a veces aborrecidos- amigos me han venido a la mente a raíz de una noticia que les atañe. Alberto Ruiz-Gallardón está haciendo performances muy brillantes, y casi cada día nos sorprende, pero lo del tasis me coge incluso a mí, tan usuario, desprevenido. Los taxistas madrileños tendrán que hablar inglés y conocer las calles de la ciudad. Unbelievable!

Otra iniciativa muy buena es que la gente pueda llamar por móvil a un número de la Empresa Municipal de Transportes, EMT, y saber instantáneamente cuánto va tardar todavía en llegar el autobús 52, por ejemplo, que es uno de los más raros de ver. Un alcalde de tecnología punta, aun en sus horas bajas.

Las futuras normas para el sector del taxi las anunció un señor que tiene un cargo envidiable, al menos para los sedentarios como yo: director general de Movilidad del Ayuntamiento. Pues bien, el señor cargo, don Javier Conde, ha dictaminado que hay un viejo tasista y uno nuevo, y el nuevo, en este sentido, habrá de ser más catalán. De disseny. Ahora se empieza con el inglés y el conocimiento exhaustivo del callejero, pero vete tú a saber si mañana no van a exigirle al conductor del tasi don de gentes y hasta un uniforme gremial diseñado por Adolfo Domínguez (todo el día sentados, hay que ver lo que se arruga la ropa).

Contagiada del espíritu regeneracionista del alcalde y su equipo, la Federación del Taxi también se ha pronunciado, por boca de dn Julio Sanz, presidente de la misma: "Queremos dignificar la profesión. Nosotros pretendemos que el taxista tenga una vocación". El volante como sacerdocio. La licencia como negocio.

Parece ser que de momento no se expulsará del asfalto a los tasistas de toda la vida, monoparlantes en castellano y a veces, justo es reconocerlo, un tanto despistados en los itinerarios o las calles pequeñas y apartadas.

La sustitución se haría gradualmente, de modo que los nuevos aspirantes a obtener el permiso de conducción de un taxi constituyesen esa vanguardia del sector que el Ayuntamiento pretende. En los programas del examen al que habrán de ser sometidos también se les exigirá "nociones básicas de contabilidad y marketing". Yo mismo las echo en falta en carreras largas para procesar las cifras que marca el contador.

"Esto no debe asustar a los futuros taxistas", ha dicho el presidente de la federación. El conocimiento de "aspectos culturales y artísticos de las rutas y los lugares de interés de la ciudad" parece que no incluirá saberse los cuadros del Prado o el Reina Sofía, sino sólo cómo acceder al marco incomparable (es decir, "the unequalled frame").

El propio Ayuntamiento ha contribuido a calmar los ánimos respecto al inglés: lo que se espera del taxidriver es "saludar, conocer los números y el cambio y, en general, tener una mínima conversación sobre el trayecto que se realiza". En inglés, taxímetro se dice taxi-meter (pronunciado míter). ¿Estarán los futuros tasistas adiestrados en no mitérselas dobladas a los turistas incautos de Barajas?

Al taxista se le ama y se le odia, como a todos los seres con quienes hacemos mucha vida íntima en sitios pequeños. Mi modelo de good taxista ha sido siempre el londinense. Lleva coches amplios, no está necesariamente versado en la pintura de Turner ni habla más cosa que un cockney cerrado, pero se sabe admirablemente su ciudad; jamás te pregunta eso de "¿Por dónde quiere que le lleve? Es que soy nuevo en el tasi".

Y luego está el sudor, la Cope, el olor a tabaco, aunque el conductor se avenga a apagar el cigarrillo. En Londres, Dios mampara al cliente.

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