La unidad de España como cuestión moral
"El pequeño Ratzinger" le llaman sus detractores e, incluso, cariñosamente, sus muchos amigos. Es que Antonio Cañizares Llovera, temperamental, risueño, dicharachero cuando está en confianza -huye de la prensa como de la peste-, perteneció, durante años, a la comisión que la romana Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio de la Inquisición) tiene en Madrid, en la sede de la Conferencia Episcopal. Cañizares fue, entre 1985 y 1992, director del secretariado de esa comisión episcopal, donde coincidió con el nuevo presidente de la CEE, Ricardo Blázquez, ambos bajo la inspiración del cardenal Josep Ratzinger, una de las cabezas mejor amuebladas de la Iglesia católica y el hombre fuerte del Papa.
Nacido en la localidad valenciana de Utiel el 15 de octubre de 1945, el nuevo vicepresidente de la Conferencia Episcopal cursó los estudios eclesiásticos en el seminario diocesano de Valencia y en la Universidad Pontificia de Salamanca, en la que obtuvo el doctorado en Teología, con especialidad en catequesis. Le dirigió la tesis Casiano Floristán, que suele recordar con gracejo cómo entre sus muchos ilustres doctorandos -unos treinta- dos le llamaron la atención sobremanera: el conservador Cañizares, que hizo la tesis sobre el predicador agustino y arzobispo de Valencia en el siglo XV santo Tomás de Villanueva, llamado por sus oyentes el divino Tomás, y, en la otra orilla, el también teólogo Juan José Tamayo, perseguido más tarde con ahínco por la romana policía de la fe, que se doctoró con un trabajo sobre la Juventud Obrera Católica española (JOC).
Al margen de posicionamientos ideológicos, que en la jerarquía eclesiástica son casi siempre ociosos, la carrera eclesiástica de Cañizares, sacerdote desde 1970, es harto brillante. Ejerció, muy joven, su ministerio sacerdotal en Valencia, pero se trasladó pronto a Madrid para dedicarse especialmente a la docencia -profesor de Teología de la Palabra en la Universidad Pontificia de Salamanca entre 1972 y 1992; profesor de Teología Fundamental en el Seminario Conciliar de Madrid, entre 1974 y 1992, y profesor, desde 1975, del Instituto Superior de Ciencias Religiosas y Catequesis, del que también fue director, entre 1978 y 1992. En ese tiempo ejercía de coadjutor en la parroquia de San Gerardo, de Madrid. También fue fundador y el primer presidente de la Asociación de Catequetas, miembro del Equipo Europeo de Catequesis y director de la revista Teología y Catequesis.
Nombrado obispo de Ávila en 1992, cinco años más tarde era ascendido al arzobispado de Granada. En octubre de 2002 fue nombrado arzobispo de Toledo, lo que muy pronto le supondrá un ascenso a cardenal porque sería raro que Roma desposeyera de esa categoría al titular de la sede primada.
En la Conferencia Episcopal, Cañizares ha sido presidente de la Subcomisión de Universidades (1996-1999) y de la Comisión de Enseñanza y Catequesis, desde 1999, desde la que ha aguijoneado a los socialistas por rectificar la legislación del PP en materia de enseñanza de la religión. Pero no ha sido su única mortificación al Gobierno: el agrio discurso del Papa sobre España, en enero pasado, fue obra de Cañizares, que además tiene otro empeño en perspectiva: la redacción de un documento sobre "la unidad de España", una cuestión moral, según el nuevo vicepresidente. Los socialistas recibieron ayer con regocijo la elección de Blázquez, y algunos dirigentes del PP expresaron, en cambio, su desolación. Con Cañizares debió ocurrir lo contrario. Como tantas veces en la historia, la Iglesia romana vuelve a dar otra lección de diplomacia fina.
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