La foto fija de Font de Mora
De tan acostumbrados que estamos a hablar no reparamos en la dificultad que entraña. No crean que manejar las palabras es sencillo: a veces las empleamos alegremente, y a veces nos dejamos arrastrar por usos erróneos pero comunes. De todas las trabas que nos pone el idioma para su correcto manejo, es probable que sea el adjetivo una de las principales. De hecho, si hemos de hacer caso a los que nos advirtiera Josep Pla en sus Notas del crepúsculo, "adjetivar los sustantivos, poner detrás de un sustantivo el adjetivo que le corresponde, no puede hacerse a tontas y a locas, al buen tuntún, frívolamente. Hay que haberlo observado y meditado previamente". El adjetivo, añadía Pla, "debe ser, ante todo, inteligible y claro, y luego, si es posible, preciso. ¿Es factible hacerlo sin observar las cosas previamente", concluía.
He leído las declaraciones de Alejandro Font de Mora, consejero de Educación, y de Máximo Caturla, secretario autonómico de dicho ramo, en la rueda de prensa que siguió a una sesión plenaria del Observatorio para la Convivencia Escolar, presidida por José Sanmartín, experto en violencias. Hemos de admitir que si la nueva iniciativa de su departamento tiene ese fastuoso título, Observatorio, algo observarán, ¿no?, algo que tenga que ver precisamente con la Convivencia Escolar. Y, sin embargo, me parece que, a pesar de los medios técnicos que dicen haber puesto en marcha, observan poco, no distinguen lo fundamental, sólo una foto fija. De ahí se derivan dos problemas graves, uno de lenguaje, y otro de radiografía (por emplear la expresión que ellos mismos utilizaron ante los medios). Vayamos al problema lingüístico. Rotular en mayúsculas es un vicio muy extendido, pero es, desde luego, el Gobierno autonómico la institución que con mayor frecuencia designa sus cosas y sus iniciativas con esa licencia de origen anglosajón. Quieren dar tanto énfasis a sus arbitrismos o a sus audacias, que no pueden más que derramar mayúsculas aquí y allá, justamente en unos ámbitos en los que o bien no alcanza el presupuesto o bien la ocurrencia temeraria sólo puede enunciarse aupándose a esas letras de vértigo. ¿Alguien se acuerda, por ejemplo, de la Ciudad de la Euforia? Se escribía, así, ¿no?, con mayúsculas.
Pero no acaban ahí los problemas lingüísticos del consejero y sus asesores áulicos: por lo que he podido leer aquí y allá, repitieron hasta la náusea el adjetivo puntual. Para quienes son responsables de la Instrucción Pública en el País Valenciano y para quienes se han propuesto llevar adelante una Ciudad de las Lenguas (¿se llamaba así?), una villa de enseñanza universal del castellano, habría que pedirles un recto uso del español: puntual es un barbarismo, un galicismo corriente en la vida común (¿quién de nosotros no lo emplea por desidia y comodidad?), pero inaceptable entre gente fina y principal como supongo a Font de Mora y Caturla. Si adjetivas mal, la imprecisión te vence y la observación, en el caso de haberla hecho, se arruina por perversión de lenguaje.
Pues bien, eso, la observación es lo que parece no haberse hecho o, al menos, el estricto análisis de la violencia en las escuelas e institutos y el acopio de recursos para atajarlos no se les ve a los responsables de educación. Dicen haber tomado medidas para mejorar la radiografía, pero, de entrada, Font de Mora habla de foto fija, nada menos, para referirse a una presunta situación de "normalidad" en las aulas valencianas, alterada sólo por "conflictos disciplinarios", propios al parecer de doscientos casos inspeccionados. Font de Mora subrayó "que no se puede hablar de violencia escolar y de alarma social", ya que se trata de "casos muy puntuales de indisciplina y conductas atípicas, inevitables y nada representativas, que se dan en cualquier sitio". Caturla, el segundo del consejero, precisó, además que estas "conductas disociales o de indisciplina, van desde insultos, ausencias, a falta de respeto al profesorado", protagonizados en su mayoría "por menores de edad de entre 13 y 15 años, coincidiendo con la etapa de cambios propios de la pubertad".
Resulta chistosa esta descripción del malestar o la violencia que pueda haber en las aulas. Evidentemente no estamos en un país convulso, estremecido por el crimen generalizado, pero es probable que los profesores de nuestros institutos estén bastante hartos de lo que Caturla llama con audacia pedagógica conductas disociales [¡ay!, esos adjetivos que son neologismos innecesarios] y es probable que leyendo las declaraciones de los responsables de la Consejería les invitaran a pasearse por ciertos centros y a determinadas horas.
Pero hay más. En todo caso, Font de Mora también abordó las violencias externas, es decir, los problemas de seguridad que se generan en el "entorno del medio escolar", provocados -dijo- por "pandilleros". El consejero se exculpó no admitiendo responsabilidad alguna en la vigilancia. Su prevención o asistencia, añadió, dependen del Gabinete central, que es "a quien corresponde el orden público", mientras que el Gobierno autonómico tiene estricta competencia "de puertas adentro de los centros educativos", concluyó. No sé si calificar esta descripción sumaria de los hechos y de las responsabilidades de sandunguera o de cínica. Un simple ejemplo bastará. Cada fin de semana, el instituto al que va mi hijo, el Ferrer i Guàrdia, de Valencia (como tantos otros), padece la irrupción de unos vándalos bien conocidos en el barrio sin que, al parecer, los agentes municipales o la policía nacional hayan puesto fin a esa devastación. Astillan los cristales de las ventanas, destruyen mobiliario, inhabilitan locales (no sé si también los vistosos barracones que ocupan parte del patio) y sumen en la desesperación a los docentes, a los profesores encargados de la custodia de ese bien público y a unos alumnos que, sin ser conflictivos (pues sólo dan muestras muy esporádicas de "conductas disociales") , ven decaer la disciplina y el orden que la pubertad requiere, vaya. Están alarmados, ya lo creo que están alarmados ante estas conductas que ya son típicas, que son evitables y que se están convirtiendo en representativas de los "pandilleros", por emplear la expresión del señor consejero. Al instituto le faltan recursos, le falta la atención presta de la Consejería, le faltan el cuidado, el mimo y la atención de un Gobierno autonómico que se llena la boca de adjetivos, de observatorios opulentos y que, a la vez, reduce los presupuestos que tienen asignados los institutos. Ante esta situación, convendrá, en efecto, que los técnicos hagan estudios sofisticados para tratar de averiguar qué ocurre por los centros de enseñanza. Les adelanto ya las conclusiones: lo que necesitan los institutos es mayor calderilla y, por qué no, una vigilancia que asegure la permanencia de unos bienes públicos cuya devastación y ruina son consecuencia de la incuria autonómica y del olvido policial. Ah, y por favor, no me toquen los adjetivos.
Justo Serna es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.