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Columna
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¿Metáforas?

La calificación de los continuos despropósitos de Maragall como metáforas (desafortunadas) recuerda al término que el periodismo barcelonés escogió para referirse a la facilidad con que el entonces alcalde de Barcelona caía a los pies de sus propios excesos verbales: maragallades. Pero lo que entonces era resultado de una mezcla de cariño y conmiseración no puede reeditarse ahora para pasarle por alto a quien es presidente de la Generalitat de Catalunya su creciente y preocupante adicción a la frivolidad, a la bohemia discursiva y, en suma, a la irresponsabilidad política.

Puede que en la lamentable comparación de su gobierno con las mujeres maltratadas don Pasqual haya alcanzado el cenit de la incompetencia en materia de metáforas, y no voy a añadir nada a lo que le ha llovido desde todas las latitudes por esa barbaridad, pero creo que ha dicho algo mucho más grave y que, por cierto, ha pasado desapercibido. Dijo que lo que estaba ocurriendo en Catalunya podía resumirse como la ofensiva de la derecha contra la izquierda; y que la derecha, cuando pierde las elecciones, en el 36, por ejemplo, organizó una guerra civil. Es decir, y si no lo entendí mal, Maragall cree que CiU es equiparable a la CEDA, y el PP a la Falange, o algo así, y que en conjunto no merecen más que el despectivo título de la derecha, y que, ya se sabe, que cuando no gobierna azuza a la guerra civil.

Es como si aquél miserable vídeo del dóberman y de la batalla del Ebro que salvaron (se dice), con los votos del miedo e in extremis a González en las elecciones de 1993 (victoria pírrica que sólo sirvió para que purgara agónicamente sus errores incluso a manos de algunos de sus poderosos y antiguos valedores) hubiese vuelto a la palestra, ahora con nuevos enemigos a temer (CiU).

Es tan burda la afirmación de Maragall, tan irresponsable y tan mezquina que habría de recordársele si se ha olvidado ya de que en aquel antiguo despacho juvenil que compartió con Serra y con Roca, precisamente Roca (CDC) era el único que había nacido en el extranjero (Francia), precisamente porque su padre, un dirigente de la católica UDC de los tiempos de la IIª República, marchó al exilio al acabar la guerra civil. Y por cierto, no sé nada de lo que les ocurrió a los Maragall o a los Serra, pero sí a Pujol y a otros convergentes en el franquismo. Quizás Maragall pretende confundir a la opinión señalando como derecha golpista incluso a dirigentes del PP como Piqué que, si mis noticias y mis recuerdos no me fallan, fue, entre otras cosas, dirigente del PSUC. Quizás la maragallada de ahora sea una mucho más burda que todo esto: cargar bruscamente contra la oposición como no lo harían mejor los dictadores de toda laya, delatando de nuevo ese talante entre autoritario y malcriado que le acompaña desde que sucedió a Serra en la alcaldía de Barcelona.

Sus invectivas traducen odio a los convergentes (a los que llama corruptos y, a continuación, golpistas) quizás por haberle tenido casi hasta las vísperas de la ancianidad en el andén; y, ahora, que tiene lo que por razones inapelables le correspondía desde siempre a la izquierda catalana (el gobierno de la Generalitat de Catalunya), maldita la gracia que reciba el encargo con el préstamo de republicanos y de lo que queda de la izquierda radical, y que sea en precario y obligado a la mortificación de su bohemia discursiva (que es, por lo que se ve, lo que peor lleva).

Si quiere salvar la ilusión del tripartito, don Pasqual debería marcharse a casa. Pero me temo lo peor.

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